Opinión

La suave y fría mano del asesino de Colosio

La suave y fría mano del asesino de Colosio

La suave y fría mano del asesino de Colosio

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Bajo la tórrida luz del mediodía de Tabasco, envuelta en un silencio duradero e indiferente, la prisión de Huimalguillo se divisa rodeada por jardines impecables, graciosas esmeraldas de césped como cinturón de un edificio gris.

Cercas, vallas, rejas, garitas y cristales protegidos. Soldadura de arquitecto en favor de lo impenetrable. La prisión es rotunda y metódica. El visitante pasa —a escala—, por el mismo proceso que quienes ahí dentro esperan nada más el paso del tiempo: la pérdida de todo, la despersonalización. El reo ni siquiera es ya eso. Es una PPL: persona privada de su libertad. Documentos, aparatos celulares, computadoras, todo se queda en la aduana.

También se queda la voluntad a lo largo de esos corredores sin relieve. Nada de cuanto ahí se hace es voluntario. Ni siquiera hablar o caminar. Un horario para todo, una nueva reja a  cada esquina. La revisión ahora, la nueva revisión después. Se escribe una y otra vez lo mismo de módulo en módulo; hasta dudar si uno ha puesto siempre el verdadero nombre.

Por fin, la última frontera. Un enorme patio, un mural entre el grafiti y la alegoría. Nelson Mandela y una enorme paloma pacifista. Todo el ancho de la barda. Dos firmas. A. Piña; A. Flores. El pasillo canta su única canción: el golpe de rejas de metal contra marcos de fierro. “El carcelazo”.

“La mayor gloria no es nunca caer sino levantarse siempre”, dice la frase ornamental del muro decorado por los PPL.

Detrás de mí, escucho los pasos leves de un hombre. Adivino en la pisada su mediana complexión. Camina como si llevara las manos en la espalda y los zapatos negros. No quiero voltear, deseo ver si yo lo sorprendo a él, como él me va a sorprender a mí. Tiene un número 318 en el uniforme color tierra. Se llama Mario Aburto.

Es Mario Aburto y a estas horas, más o menos, hace 25 años, asesinó a Luis Donaldo Colosio de dos balazos.

Así se lo cuento a José Cárdenas. Estamos al aire:

“…Durante muchos años yo quise involucrarme en algo que a mí me parece que fue el hecho que determinó el verdadero fin del sistema político mexicano.

“Creo que el sistema político nace de una manera muy abrupta a partir de un magnicidio; en el año 28 del siglo pasado, cuando asesinan a Obregón —ya siendo presidente electo— y termina con el asesinato de otro sonorense, quien indudablemente iba a ocupar la Presidencia de la República. No era un presidente electo, pero era un candidato con enormes posibilidades de triunfo…

“…el sistema había creado una metodología interna —nunca escrita—, para resolver las cosas y las tensiones del poder, dentro del partido sin llegar a los asesinatos facciosos. La historia de la Revolución es la narración sucesiva de asesinatos. Es una Revolución de sangre, y quien sabe siquiera si haya sido algo más.

“Pero en los hechos de hace 25 años, el PRI borró toda su tradición, rompió con la civilidad política acumulada dentro de una institución de partido, el cual, con todo y su corporativismo y su corrupción y su control excesivo, fue el constructor del México moderno y canceló su siguiente salto a la modernidad convocada por Carlos Salinas, quien termina su periodo en un  lago de sangre, con alzamientos guerrilleros y clamores de justicia y el cadáver de Colosio en Tijuana.

“Entonces, yo quise conocer a todos los protagonistas de esta historia.

“Conocí obviamente a Donaldo, no estuve con él 48 horas antes de su muerte, pero sí estuve con él, más o menos, diez días antes de su asesinato. Conocí al presidente Salinas; al gobernador de Sonora y al de Baja California; al secretario de Gobernación, al de la Defensa; trabajé con Manuel Camacho. Fui compañero del general Domiro García Reyes… en fin, a todos quienes en este tiempo tuvieron alguna relación con Colosio. Después conocí a los fiscales, desde Miguel Montes y luego con Luis Raúl González. Años más tarde —el año pasado—, tuve oportunidad de conocer a quien me faltaba, Mario Aburto.

“Verlo en un salón de audiencias, con estrado de madera, vacío y con el aire de un aula de examen donde nadie ha aprobado jamás, fue una impresión muy extraña, porque es un autómata disciplinado. Su actitud lleva encima el peso del rigor.

“Parece un cuerpo lleno de tornillos, pero a veces parece hecho todo de una sola pieza, como si lo hubieran vaciado en un molde y a pesar de ello guardara a un tiempo soltura y firmeza, como cuando mueve el cuello, cuando mira con altivez desafiante, cuando uno  advierte cómo esos ojos ahora fijos en ti, cazaron a Luis Donaldo Colosio.

“—¿ Me permite saludarlo? Alargo el brazo:

“Y esa mano, ahora envuelta en tus dedos, blanda, de piel muy suave, como si se pusiera crema todos los días; una mano sin trabajo físico, como si no tuviera fuerza, una mano como si se apretara a un pulpo; esa mano, tuvo la fuerza suficiente para transformar la historia de México, solamente con la leve presión de un dedo en el gatillo.

“Eso ves, cuando ves a Aburto.

“Y cuando hablas con él, el hombre recibe tus palabras como la pared del frontón recibe la pelota, nada se queda ahí, todo se te regresa.

“Tú le dices ‘buenas tardes’, y él se queda mirando como si estuviera pensando la respuesta a una pregunta no hecha y te contesta: ‘Buenas tardes, señor’.

“Una gran educación, una gran disciplina dentro de la prisión. El hombre no da un solo paso sin ver a los custodios en busca de su aprobación El hombre no tiene voluntad y no ha leído una carta amable en 25 años; no ha visto una fotografía de nadie de afuera, no sabe de palabras con afecto, ni siquiera con odio.

“Es el ser neutro, vacío en apariencia; ensimismado en los años, muchos años de su condena.

“No puede ser este autómata, piensas, quién sabe cuántas piezas haya en su cerebro, pero todas funcionan de una manera incomprensible, no puede ser ajeno a la emoción.

“¿Cuándo le habrá dolido una muela por última vez?

“De entrada se niega a la entrevista, pero hablamos un poco, hasta hacerlo enojar. Entonces me corre.

“No me dijo ‘váyase’, no, dijo:

‘—Me voy, pido autorización para poderme yo retirar’… y se fue. Lo cumplió.

“Se alteró cuando mencioné a Luis Raúl González Pérez y de las pocas cosas dichas, hasta para un mal encabezado a ocho columnas fue ‘soy un chivo expiatorio. González Pérez me metió aquí y primero me metió a un circo. Por eso mi familia se fue del país. No lo quiere nada’.

“Pero lo importante ha sido ver a un hombre aislado de la vida. Su único refugio ha sido la religión, es el entrenador espiritual de sus compañeros de cárcel y hace 20 años nadie lo visita, no tiene ningún contacto con el mundo exterior.

“No ha visto una sola fotografía de nadie, ni de sus amigos, si los tuviera, ni de las muchachas de antes, ni de sus padres. ‘Por culpa del Gobierno’ y del exilio familiar; él se  dice  víctima de un testigo protegido de la CIA, él está aislado, alejado del mundo; es un náufrago rodeado de paredes, un náufrago vestido de uniforme con un número 318 aquí en el pecho, con los lentes perfectamente limpios y la mirada absolutamente profunda y perdida.

“Pero yo no vi su vista perdida en el pasado, la tiene perdida en un porvenir, de justicia, porque él ya podría empezar a hacer sus trámites para salir o al menos cambiar de régimen de seguridad extrema; porque al final de cuentas cometió un delito, un homicidio nada más; él mató a una persona, un hombre sin un cargo público, un hombre sin encargo, un hombre, nada más.

“Pero también mató a un sistema”.

rafael.cardona.sandoval@gmail.com

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