
Las investigaciones sobre el motivo del crimen giran en torno a cuatro polos cuyo motor es el odio. ¿Racismo? ¿Misoginia? ¿Religión? ¿Xenofobia?
La semana pasada, un hombre blanco de 21 años recorrió las calles de Atlanta, Georgia, buscando a sus victimas. Se detuvo en tres salas de masaje y ahí mató a ocho personas, seis de ellas eran mujeres asiáticas.
El asesino confeso, Robert Aaron Long, se declaró “adicto sexual” y describió su crimen como un exorcismo para “acabar con la tentación”. Se sabe que anteriormente había visitado por lo menos dos de las salas de masaje que tiroteó.
Y si bien los hechos de violencia suceden con frecuencia en este país, cada vez que sucede uno nuevo la gente vuelve a preguntarse el por qué de esta aberración.
Las conjeturas sobre el posible motivo de este caso giran en torno a cuatro polos cuyo motor es el odio. El asesino actuó por razones religiosas o por su rencor contra la comunidad asiática o por xenofobia propiamente dicha o por misoginia. O quizá por una combinación de algunos de estos motivos.
Los ataques por motivos religiosos han sido centrales en atentados a templos judíos por antisemitismo. También por extraviados que matan en nombre del islam. En este caso parece que la decisión de matar fue por motivos personales. La iglesia a la que Long pertenece se ha apresurado a descalificar su explicación.
En la comunidad asiática lo ven como un caso de odio racial. Otro más en la larga lista de agravios en su contra desde su arribo a Estados Unidos. A mediados del siglo XIX un fallo de la Suprema Corte de Justicia, que impedía a la gente origen asiático testificar contra una persona blanca, se tradujo como garantía de que ningún blanco sería castigado por violentar a un asiático.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el prejuicio contra su comunidad despertó la desconfianza en su lealtad y miles de estadounidenses de origen japonés fueron encerrados en Campos de Concentración bajo la posible sospecha, sin evidencia alguna, de que podrían ser traidores a su patria.
La masacre de Atlanta forma parte de una nueva fase de ataques en su contra iniciada en 2019, cuando empezó la pandemia, y que ha causado más de 3,800 crímenes de odio contra personas de origen asiático. Justo a partir del momento en el que Trump culpó a China de estropearle la reelección con el coronavirus y con el desprecio del adolescente arrogante con el que adjetivaba a quien le disgustaba, Trump habló de la Pandemia como “el virus chino”, “el virus Kung Fu”.
Otra interpretación es que la xenofobia podría haber jugado también un papel determinante. La experiencia nos muestra que es frecuente que el odio a una comunidad minoritaria se extienda a miembros de otras comunidades de color que proceden de países no europeos. El racismo y la xenofobia casi siempre van juntos y de esta fusión de odios está repleta la historia del país.
No hace mucho, otro joven blanco, texano de 21 años, autonombrándose protector de la raza blanca manejó 11 horas sin parar para llegar a El Paso, Texas con el deliberado propósito de matar mexicanos. Paradójicamente, de los 22 muertos, solo ocho eran mexicanos.
Otra teoría, recurre a otra faceta del feminicidio. Según una psicóloga de la Universidad de Georgia, Long fue a matar mujeres por despertar en él deseos malsanos. Según esto, este caso responde a la vieja y maligna idea de que las mujeres deben ser castigadas por los sentimientos que despiertan en los hombres.
La verdad, creo yo, es que este crimen se sitúa en la intersección de varias ideologías peligrosas y no puede desenredarse fácilmente. Sin embargo, constatar que el problema de los crímenes de odio por prejuicios raciales, xenófobos o misóginos data de antiguo y que es de muy difícil resolución, no debe inmovilizarnos. Hay que combatirlo hasta lograr su erradicación, no importa cuanto dure la lucha.
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