
En nuestro país, la inversión total en ciencia y tecnología es apenas 0.5% del PIB, una de las más bajas entre los países de la OCDE. Por otro lado, de esta inversión, la mayor parte corresponde al sector público, para ciencia básica. Esto contrasta con países como Corea del Sur, Japón, USA, Israel y UK, donde la inversión privada representa el 80% de su gasto en ciencia y tecnología, lo que robustece sus industrias y genera empleos de calidad. Nosotros invertimos muy poco, así que resulta vital impulsar mecanismos que detonen la inversión privada para transformar nuestra sociedad hacia la economía del conocimiento.
México ha atraído inversiones extranjeras para incidir en nuestro mercado y para exportar. Desafortunadamente, nuestra principal ventaja competitiva han sido salarios bajos. El reto es asimilar e innovar tecnologías extranjeras, así como desarrollar tecnologías propias. Se ha demostrado a nivel mundial que la colaboración universidad-industria es la clave para generar nuevos productos y servicios1. Un programa muy exitoso, basado en el modelo de triple hélice, figura 1, fue el Programa de Estímulos a la innovación 2009-2018.
El modelo triple hélice gobierno-industria-universidad ha demostrado que la academia puede jugar un papel crítico en la modernización de un país2. Pero es necesario desarrollar un vínculo sólido entre el mundo académico y la industria. La innovación produce desarrollo socioeconómico, reduce la pobreza, crea empleos de calidad3.
Las barreras a la inversión privada en innovación en México están relacionadas con el riesgo inherente del desarrollo tecnológico, lo que constituye una falla del mercado. Además, no existe una cultura para desarrollar tecnologías propias. Todo se compra al exterior, incluso tecnologías obsoletas. Para cambiar este paradigma, CONACYT en 2009 instituyó el PEI: Programa de Estímulos a la innovación, para impulsar la innovación tecnológica en alianza con universidades.
El modelo de triple hélice sirvió como catalizador para fomentar la innovación. Proporcionó un marco para superar los obstáculos de la colaboración. Permitió a las industrias asimilar nuevos conocimientos de las universidades, pero también las universidades se modernizaron hacia la tercera misión, transferencia de conocimientos e impacto en la sociedad. Figura 1.
Respecto a la transparencia y rigor en el manejo de los recursos, todas las propuestas fueron evaluadas por dos científicos reconocidos, de manera independiente y confidencial, donde la especialidad del evaluador se ajustaba al objeto del proyecto. Si la evaluación de ambos científicos coincidía, positiva o negativa, la evaluación se daba por concluida. Se realizó una tercera evaluación cuando no coincidían. Todo el proceso se registró en la plataforma electrónica de CONACYT, de forma auditable y clara. De los proyectos con mayor calificación, cada estado seleccionó los mejores para su región, en función de sus vocaciones sectoriales. Los proyectos bien evaluados siempre superaron los fondos disponibles. Todos los estados participaron.
Cabe señalar que en RENIECYT–CONACYT, Registro nacional de instituciones y empresas tecnológicas, se evalúan y certifican, en su caso, compañías que hacen innovación de alta tecnología en México, sin importar el origen del capital. Por lo tanto, las críticas hacia el apoyo a empresas globales, que tienen centros de producción en México y que desarrollan tecnologías con Universidades nacionales, carecen de fundamento. Hasta las industrias del tequila y de la cerveza poseen ahora capital internacional. Lo importante es su compromiso por desarrollar tecnologías en el país y generar empleos de calidad.
Como efectos adicionales del Programa, varios centros privados de innovación fueron creados o consolidados en automotriz, alimentos, aeronáutica y electrónica. Las oficinas de transferencia de tecnología en la mayoría de las universidades se consolidaron.
El Programa de Estímulos a la Innovación, PEI, fue un primer paso hacia la economía del conocimiento, donde las universidades y CPIs tuvieron una aportación fundamental. Considero que se deben impulsar mayores retos de colaboración universidad-industria como mecanismo para resolver problemas que agobian a nuestra sociedad. Además, se aprovecharía mejor la gran capacidad científica nacional, de la llamada “híper élite”, para la “verdadera transformación” hacia la economía del conocimiento.
1 Etzkowitz, H. & Leydesdorff, L. The dynamics of innovation: from National Systems and ‘“Mode 2”’ to a Triple Helix of university–industry–government relations. Res. Policy 109–123 (2000).
2 Etzkowitz, H. The triple helix: University-industry-government innovation and entrepreneurship. The Triple Helix: University-Industry-Government Innovation and Entrepreneurship (2008). doi:10.4324/9781315620183.
3 Sutz, J. & Arocena, R. Integrating innovation policies with social policies: a strategy to embed science and technology into development processes. IDRC Innovation, Policy and Science Program Area, Strategic Commissioned Paper (2006).
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