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Intervenciones extranjeras acaban en inviabilidad, una reflexión de Guillermo Puente Ordorica

Afganistán está derrumbándose, queda la impresión de que el edificio construido en dos décadas por potencias occidentales fue cimentado sobre naipes

Intervenciones extranjeras acaban en inviabilidad, una reflexión de Guillermo Puente Ordorica

Intervenciones extranjeras acaban en inviabilidad, una reflexión de Guillermo Puente Ordorica

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El Presidente Ashraf Ghani pronunciaba un discurso en cadena nacional el 14 de agosto para informar que, ante el avance del Talibán, su prioridad era concentrar a las fuerzas armadas en Kabul para evitar la expansión de la violencia y detener el avance de las milicias talibanas. Al día siguiente, con la entrada del Talibán, partía del país con rumbo incierto para exiliarse y evitar un baño de sangre. El caos se apoderó de Kabul y el mundo comenzó a ver imágenes dramáticas de personas intentando huir —sin la suerte de su ex presidente—. Ello abrió las puertas a una crisis humanitaria cuya duración y efectos aún no son claros. La incertidumbre privó con las milicias del Talibán apoderándose de sitios emblemáticos de la institucionalidad del país como lo fue el caso de la toma del palacio nacional y las instalaciones de radio y televisión.

El retiro acelerado de los contingentes estadounidenses e internacionales abrió un vacío de seguridad que las fuerzas armadas afganas fueron incapaces de llenar. Desde junio se estimaba que el colapso del gobierno sería cuestión de meses dada la situación sobre el terreno. Era algo sabido. La sorpresa fue que sucedió en 24 horas. Tan fue así, que la dirigencia política del Talibán no se encontraba en Afganistán, luego le fue muy difícil acceder al país. A la crisis humanitaria se sumó la política, y pronto la económica y sanitaria.

Estancamiento de las pláticas

La situación se había venido deteriorando a lo largo del año tanto por el estancamiento de las pláticas intra-afganas entre el gobierno de Ghani y el Talibán, como por la expansión de la violencia en el país contra periodistas, magistradas, defensores de derechos humanos y civiles, y desde luego, con el avance militar y territorial del Talibán. Todavía a finales de 2020 se creía que las instituciones de gobierno creadas, tendrían la capacidad de gobernarse por sí mismas y hacerse cargo de su propia seguridad. No ha sido el caso claramente. Queda la impresión de que el edificio construido en dos décadas fue cimentado sobre naipes.

Las pláticas intra-afganas perseguían la formación de un gobierno inclusivo dado el amplio mosaico étnico, cultural y religioso del país; ninguno de los grupos étnicos, culturales y religiosos tiene en realidad para controlar un país de estas características. El Talibán ya había gobernado el país en los últimos años del siglo XX. No hay gratos recuerdos. También debe tomarse en cuenta que en ese país la pobreza es amplia y extendida, con espacios sociales tribales que conviven con los sectores de la sociedad más desarrollados que en estos años lograron acceder a la educación y adquirieron un modo de vida distinto al tradicional. El papel de las mujeres se acrecentó como una muestra de los frágiles avances logrados y que ahora corren el riesgo de desaparecer.

Tampoco puede olvidarse que el Gobierno estadounidense había firmado un año antes un acuerdo con el Talibán para traer la paz —nada más irónico en esta coyuntura— que fijó un calendario para la retirada definitiva de sus contingentes y sus aliados, y poner punto final a una ocupación de 20 años. El Talibán se comprometió a que el territorio afgano no sería utilizado para planear o llevar a cabo acciones que amenazaran la seguridad de Estados Unidos.

Paradójicamente, el objetivo original de las conversaciones entre afganos sigue siendo válido, a pesar del nuevo predominio talibán, para una solución duradera, es decir, la promoción de una transición pacífica a través del diálogo y la negociación que pueda sentar las bases para la formación de un gobierno incluyente y tolerante. El anuncio del Talibán de establecer un régimen de califato no entusiasma.

Hay mucho que analizar y reflexionar sobre este colapso dramático y la vuelta del Talibán, si bien pueden desprenderse dos lecciones inmediatas, desde una óptica histórica mexicana: las intervenciones extranjeras acaban demostrando su inviabilidad en el tiempo; países solidarios como el nuestro se mantienen con los brazos abiertos para acoger a los que huyen de la represión y la violencia.