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Las polémicas y las disputas por los libros de texto gratuitos

El secretario Torres Bodet definió como “fuego graneado” al alud de críticas que recibió el gobierno de Adolfo López Mateos cuando se decidió la producción de los libros de texto gratuitos. Para defenderse, y defender al proyecto, afirmó que los libros que se producían por editores privados eran “caros y malos”. Lo primero era cierto, lo segundo no tanto. Pero la disputa se diversificó; abarcó temas ideológicos, la existencia misma de los libros, y, desde luego, los contenidos. De hecho, nunca se han terminado las polémicas por los libros que produce o compra el gobierno mexicano para que en ellos estudien millones de niños y adolescentes.

Las polémicas y las disputas por los libros de texto gratuitos

Las polémicas y las disputas por los libros de texto gratuitos

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Qué espantosos libros!” “¡Son gratuitos!”, disparó con veneno puro un cartonista del desaparecido diario Novedades, en los tiempos en que comenzaron a circular los libros de texto gratuitos, ridiculizando a los editores privados que producían textos escolares para primaria, y que, con la decisión del gobierno mexicano de asumir la tarea de los materiales de estudio, veían esfumarse un mercado que tenía cierta importancia. Pero no sería la gratuidad el único motivo por el cual el libro de texto gratuito no ha dejado de generar polémicas, pues, finalmente, todos los adultos de este país tienen algún grado —unos más, unos menos— de preocupación por la calidad de los materiales con los que estudian sus hijos de prescolar, de primaria o de secundaria.

Sí, son sesenta años en que la mirada ácida de la opinión pública no saca de su campo a esta política pública, que, a estas alturas, es casi una sobreviviente, desaparecidas las instancias que se encargaban de construir o de generar las normas para la edificación de escuelas.

LAS PORTADAS, EL LENGUAJE, EL DIRECTOR GENERAL. Todo, absolutamente todo, fue materia de discusión en 1960: que si Martín Luis Guzmán era “ateo", que si era “comunista", que si no veía con buenos ojos a la Iglesia católica… que si Siqueiros, otro “comunista", era el autor de una de las portadas, que si el lenguaje de los libros era “de comunistas"… aquello era una retahíla de prejuicios y falacias que realmente tenían poco de sustento. Martín Luis Guzmán no era ni comunista, ni “rojo", ni nada por el estilo; Siqueiros, efectivamente había hecho un cuadro para una portada, pero nada tenía que ver con los contenidos, y además, lo había realizado siguiendo las instrucciones de Guzmán, aprobadas por Torres Bodet: nada tenía de “comunista" retratar a Madero, a Juárez y a Hidalgo.

Ese tipo de descalificaciones persistieron aún cuando los libros se habían entregado. En 1962, en Monterrey, algunos de los personajes del empresariado más rico y conservaqdor, auspiciaron una manifestación de padres de familia contra los libros: aseguraban que eran “libros comunistas”.

Si en 1960 las autoridades habían decidido ser cautas y no embrollarse en pleitos públicos, en 1962 decidieron dar la batalla de frente: Guzmán envió a una de sus asesoras pedagógicas, Dionisia Zamora Pallares, notable maestra, a dialogar con los inconformes. Doña Dionisia era ya una mujer mayor. No obstante, emprendió, con decisión el viaje a Monterrey… sólo para encontrarse con argumentos rayanos en el delirio. “Los libros son comunistas”, le dijeron algunos exaltados, “porque no tiene en sus páginas la palabra “propiedad”. Haciendo gala de paciencia, doña Dionisia quiso sentarse a debatir. A la hora de la hora no hubo tan discusión porque, le confesaron que, en realidad no habían leídos enteros los libros. La profesora se regresó a la capital a reportar.

Pero el presidente de la Conaliteg decidió salir al campo de batalla: en su revista, el semanario Tiempo, publicó las fotos de los grandes empresarios que habían alentado la marcha contra los libros: Guzmán se tiró a matar. Escribió que aquellos personajes mentían, y que, como se sabe, mentir es pecado mortal, y, por lo tanto, aquellas buenas personas, que presumían de devotos, estaban metidos en un problema con su conciencia.

La respuesta no se hizo esperar: Tiempo sufrió un fuerte boicot publicitario. La reducción de las planas de publicidad fue notoria, y si el gobierno federal no hubiera pagado inserciones que ayudaron a evitar que el semanario no naufragara, habría sido víctima de las batallas por los libros de texto gratuitos.

Las críticas de aquellos primeros años tocaban fibras sensibles. Hubo quienes aseguraron que los libros estaban “mal escritos”, sin saber que, quienes habían hecho la revisión y corrección final eran, nada menos, que integrantes de la Academia Mexicana de la Lengua: el propio Guzmán y el secretario Torres Bodet, además de que los asesores pedagógicos y los integrantes de lo que hoy vendría a ser la Junta de Gobierno, que también revisaban la calidad de los contenidos, eran personajes notables en el mundo de la cultura y la educación.

El racismo y el clasismo tampoco estuvieron fuera de las disputas: no faltaron quienes, al ver la portada que unificaba a todos los libros, “La Patria”, llegaron a reclamar los marcados rasgos mestizos de la modelo. “Así son las sirvientas de mi casa”, se llegó a escuchar.

Lo duro es que, tantos años después, aún hay quien piensa de esa manera.

LOS ASUNTOS DE FONDO: LA GRATUIDAD Y LA UNICIDAD. Quienes hicieron críticas más inteligentes pusieron en tela de juicio dos factores: no les parecía que los libros fueran llamados “gratuitos", porque producirlos costaba dinero, y ese dinero venía de los impuestos de los ciudadanos. Eso era y es cierto. Pero los beneficiarios, que eran y son los alumnos de educación básica, no tenían que pagar nada por recibirlos: esa era y es el alma del proyecto.

Otros criticaron que el libro se entregase en propiedad a los alumnos: “no somos un país rico, que se los presten y los devuelvan a final de año”. Pero tanto Torres Bodet como Guzmán como el propio presidente López Mateos defendieron la entrega en propiedad: precisamente, porque muchas familias no tenían dinero para adquirir los textos necesarios para que los hijos estudiaran, era que nacían los libros gratuitos, con la advertencia, tan vigente ayer como hoy, de que no son pocos los hogares en los que esos son los únicos libros que se poseen.

Pero, ¿Por qué un libro único?, clamaron organizaciones como la Unión Nacional de Padres de Familia, que, aun cuando reclamaban que deberían existir varios tipos de libros para que los alumnos recibieran los que más acordes eran con la educación que recibían en casa, no decían cómo y quién iba a costear tal diversificación. Las autoridades respondieron que el libro único no excluía la posibilidad de tener libros de consulta. La verdad es que era una repuesta muy endeble, que no convenció a nadie.

Pero la unicidad, además, tenía sus detalles: permitiría que los alumnos de todo el país tuvieran la misma base de conocimientos, pero no asumía la diversidad cultural de todo el territorio y no pensaba en las peculiaridades de los pueblos indígenas . Eso sí, al cabo de un par de años, ya había libros de texto gratuitos en sistema braille.

Aunque las carencias se fueron subsanando con los años y los cambios de planes educativos, la unicidad de contenidos fortaleció entre la población la idea de que existen “contenidos oficiales”, especialmente en lo que tocaba a la enseñanza de la historia y de las ciencias naturales, donde entraban los contenidos de educación sexual. Estos sesenta años de libros de texto muestra que cada vez que se han cambiado los textos, se han detonado algunas polémicas, ninguna sencilla de resolver.

ESCÁNDALOS Y SUSTOS: LAS LECCIONES DE EDUCACIÓN SEXUAL. Las inconformidades y escándalos por las lecciones de educación sexual son anteriores al libro de texto gratuito. En los años de la educación socialista, se dieron los famosos casos de “maestros desorejados" o linchados por los habitantes de las comunidades rurales, furiosos porque el profesor o la profesora pretendía hablar de “esas cosas" con sus hijos.

Las historias de los años 30 del siglo pasado son aterradoras: el fantasma de la educación socialista, el espantapájaros del comunismo parecían verdaderos en las comunidades apartadas: se contaron casos de profesores y profesoras linchados, ultrajados, mutilados.

Sin embargo, el gobierno mexicano decidió afrontar el riesgo, y, lo cierto es que los libros de Conocimiento de la Naturaleza /Aritmética y Geometría que para quinto y sexto años a partir de 1961, si bien tenían algunos elementos bastante básicos sobre el tema, se diluían en la multiplicidad de contenidos, porque la SEP pretendía que esos libros de los últimos grados prepararan al alumno para la vida, por si no seguía estudiando, y por eso había lecciones sobre higiene, pero también sobre cómo cultivar plantas, o cocinar algunos platillos.

Los problemas vinieron con la siguiente década.

EL ESCÁNDALO SETENTERO. Años 70 del siglo XX: psicodelia, revolución sexual. Muchas de esas cosas flotaban en el aire, aún en México. La aparición de los libros de la Reforma Educativa del gobierno echeverrista sí detonaron un escándalo en materia de educación sexual. Hoy nadie se despeina por ver una página donde hay un dibujo de un niño y una niña, desnudos ambos, y diagramas que explican la configuración de los respectivos aparatos reproductivos. Pero en 1973, cuando empezaron a distribuirse los libros de sexto año, sí que se armó un gran escándalo.

Eran libros de avanzada, sí. Pretendían hacer de los alumnos ciudadanos críticos, también. Afirmaban que las mujeres podían llegar a ser presidentas de un país. Todo era muy moderno. Pero las lecciones de educación sexual no fueron bien vistas en muchos hogares. Así, sin anestesia o aviso previo, la autoridad educativa federal puso a profesores y a padres de familia en el brete de dar respuesta a las curiosidades de sus hijos, o, incluso, ¡hacer tareas con ellos!

Las brechas generacionales actuaron: profesores y profesoras que ya rondaban la vejez, o eran adultos maduros, no sabían cómo trabajar con esos libros. Algunos tomaron el toro por los cuernos; otros optaron por no meterse en líos: recogieron los libros y los guardaron bajo llave en su estante. No fueron pocos los padres que respiraron aliviados.

Pese al escándalo, los libros permanecieron como se planearon y las lecciones de educación sexual se quedaron. Poco a poco, los mexicanos han comprendido que el tema es vital para el desarrollo de sus hijos e hijas y el escándalo, cuando lo ha vuelto a haber, es menor, como en 2002, cuando UNA ilustración de los libros vigentes provocó la ira de la Unión Nacional de Padres de Familia, organización católica y conservadora, asegurando que la imagen —dos niños bañándose en las regaderas de un deportivo— “incitaba” o “promovía la homosexualidad”. Fuera de cierta bulla en los días inmediatos al reclamo, la sociedad mexicana, más laica y más liberal que en los años 70, más bien se tomó a guasa la protesta de la UNPF.

Pero donde las discusiones siguen a flor de piel, es en lo que toca a la asignatura de Historia. Son pleitos muy, muy añejos, los que aún se ventilan incluso en el campo de batalla de las redes sociales: villanos, héroes, detalles desconocidos, son materia que aún enciende los ánimos.

Pero las lecciones de educación sexual siguen siendo tan importantes como eran en los años 70. Los mexicanos setenteros estaban tan ocupados peleando por la educación sexual de sus hijos, o haciendo acopio de valor para asumirla, que casi nadie se dio cuenta de que en el libro de Ciencias Sociales que sustituía la asignatura de Historia y Civismo, no aparecía ni el Pípila ni los Niños Héroes, y, en cambio, Charles Darwin, Sigmund Freud y Karl Marx, eran nuevos personajes en la formación de los escolares de primaria.