
Hemos comentado aquí la semana anterior los primeros cuatro capítulos de la serie de la BBC, Las Siete Eras de la Gran Bretaña, que el Canal 22 en colaboración con el British Council presentan todos los viernes a las nueve de la noche. Hoy revisaremos los últimos cuatro capítulos con la nueva invitación a los lectores para que se asomen a esta producción donde la historia británica se revisa a través de su producción artística y cultural.
Tras la revolución burguesa de mediados del XVII y la instauración de la monarquía parlamentaria, la Gran Bretaña se convertiría en la primera potencia capitalista de carácter propiamente global. A este tiempo se le ha querido llamar la Era del Dinero. Solamente la compañía de las Indias, el aparato de comercio internacional de la corona británica fundado en 1600, a finales del siglo XVIII facturaba casi la mitad de todo el comercio mundial.
En este periodo de la historia Inglaterra se fue imponiendo a sus rivales históricos: España, Holanda y Francia, se fueron rezagando en la carrera por dominar el nuevo orden mundial. La clave, una economía en expansión que se abría cada vez más a las nuevas tecnologías y un mercado mundial para el comercio de sus bienes. No todo es luminoso en esa época, la trata de esclavos en gran escala, otras de las fuentes de ingresos de la economía británica, sigue siendo uno de los capítulos más ominosos en la historia moderna de Occidente.
El arte, la cultura, la lengua, el ingenio entero de una época, puestas al servicio de un nuevo sistema en expansión. Y entonces, veremos aparecer la versión del lujo y el poder en clave de mobiliario a través de los diseños de Thomas Chippendale; veremos también como al gran pintor de paisajes y retratos de la época, Thomas Gainsborough, utiliza el lienzo para retratar a la nueva burguesía y a la nueva clase media que emerge de esta era de expansión; y descubriremos cómo en 1755 el gran escritor Samuel Johnson dotó a la lengua Shakespeare de su estructura moderna, con la publicación de dos enormes volúmenes titulados precisamente el gran diccionario de la lengua inglesa.
Inglaterra se transforma a pasos acelerados y se produce a su vez una revolución urbana y un cambio regional. Londres, Manchester, Newcastle, Birmingham se convierten en grandes urbes densamente pobladas y marcadas por terribles desigualdades, pero también Edimburgo y Glasgow en Escocia, o Cardif en Gales, se convierte en grades centro de desarrollo urbano. En ciudades donde la filosofía, la ciencia y la literatura comenzaban a florecer. Es el tiempo de las hazañas y la muerte trágica del almirante Nelson, héroe de la batalla de Trafalgar, y símbolo mayor de un país que a través de los mares se establecía como una potencia y una referencia mundial. Estaban pues sentadas las bases del imperio, y es precisamente la Edad Imperial, la siguiente estación de nuestro recorrido.
Lo ocurrido en Gran Bretaña entre 1770 y 1910 es una historia de claroscuros, de enormes contrastes, de hazañas y brutalidades, de conquistas y aventuras, de hallazgos científicos y artísticos, de inventos formidables, pero también de saqueo e imposiciones, de violencia e intolerancia. Es el tiempo imperial, el tiempo victoriano.
La cultura y el arte Británico en este periodo a veces dialogan, a veces se mezcla y a veces se impone con la producción artística de otras culturas y otras civilizaciones. Estamos en la centuria en la que la Gran Bretaña se consolida como la gran potencia que habría de dominar el planeta a lo largo del siglo XIX.
Un tiempo vertiginoso de avances tecnológicos y científicos, de expansión económica y florecimiento de las artes, pero también un era de grandes descalabros sociales, un tiempo de sometimiento y dominación imperial, durante la cual la Gran Bretaña y otras potencias europeas se repartían el mundo, llevando el saqueo y la explotación de otros suelos y de otras naciones a una escala global.
El gran historiador británico Erick Hobsbawn, llamó a este momento el gran siglo de Inglaterra, es el tiempo de la revolución industrial, de los grandes viajeros y naturalistas como Charles Darwin, el siglo de Jean Austen y de Charles Dickens, como dos extremos literarios de una misma realidad: la opulencia y la miseria, la inocencia bucólica y el desgarrado realismo imperial.
Nunca como entonces la tecnología y la ciencia habían estado puestas al servicio de la producción a gran escala, los trenes y los barcos de vapor, las maquinas tejedoras, el uso intensivo del carbón como fuente de energía, la invención del telegrama, de las ruedas de caucho, de la refrigeración, de los dinamos eléctricos, incluso de objetos que hoy no son tan comunes como la comida enlatada o las cajas registradoras, son resultado del genio británico en el momento estelar de su historia. Y es también el siglo que ve nacer a un invento temible: la ametralladora, anticipo de un futuro bélico y devastador para la humanidad.
Concluye finalmente el recorrido en el siglo XX: al que le llaman la Era de la Ambición, el siglo XX, un tiempo en el que florecen el arte y las posiciones radicales en torno a la experiencia artística, que surgieron del dolor, el estropicio y el pasmo que provocaron dos guerras devastadores en la primera mitad del siglo. El arte y la cultura británica del siglo XX tienen un aire de renovación y critica que surgió de una nueva realidad para el Reino Unido, tras perder la condición de imperio hegemónico que fue durante la era victoriana.
Artistas como Paul Nash encontraron en el paisaje desolado de la primera guerra mundial una manera de hacer la lectura más sombría, sensible y critica del temperamento bélico de Occidente, y fundaron con ello una nueva modernidad para la historia de la pintura Británica, como lo hicieron más adelante tres figuras centrales de la plástica contemporánea del reino unido, Henry More, Francis Bacon y David Hockney.
El arte británico de la segunda mitad de. siglo XX, como ocurrió en el resto del mundo, aprendió a establecer conexiones con otras formas de la realidad, con la cultura popular, por ejemplo, y abandonó desde hace décadas los formatos habituales de la pintura contenida en los límites de un marco, o la escultura tridimensional, para volverse un artefacto complejo, conceptual, experimental, irreverente y lúcido. Y aquí termina el recorrido, vale la pena sintonizar los próximos viernes el Canal 22.
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