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Las tensiones y los reclamos por la historia

El concepto de una “historia oficial” en México no nació con los libros de texto gratuito. Venía de mucho atrás, de los tiempos en que la república liberal triunfante consolidó su relato fundacional. En tiempos de don Justo Sierra, ministro de educación porfiriano, la idea no solo no inquietaba, sino que parecía la mejor manera de dar una educación uniforme a todos los mexicanos. Ese concepto, que no dejaba de tener una faceta práctica, resurgió con los libros de texto gratuitos en 1960. Desde entonces, y hasta la fecha, los contenidos históricos son, cada tanto, materia de encendidas discusiones.

El concepto de una “historia oficial” en México no nació con los libros de texto gratuito. Venía de mucho atrás, de los tiempos en que la república liberal triunfante consolidó su relato fundacional. En tiempos de don Justo Sierra, ministro de educación porfiriano, la idea no solo no inquietaba, sino que parecía la mejor manera de dar una educación uniforme a todos los mexicanos. Ese concepto, que no dejaba de tener una faceta práctica, resurgió con los libros de texto gratuitos en 1960. Desde entonces, y hasta la fecha, los contenidos históricos son, cada tanto, materia de encendidas discusiones.

Las tensiones y los reclamos por la historia

Las tensiones y los reclamos por la historia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Cuando el presidente Adolfo López Mateos aprobó el proyecto de los libros de texto gratuitos, pidió al secretario Torres Bodet que fueran materiales “que no llamaran o incitarían al odio”. Bien sabía el mandatario que la asignatura de historia podía encender los ánimos con mucha facilidad.

Los contenidos históricos de la primera generación de libros no provocaron protestas específicas sobre el tema, los pleitos por la unicidad ya eran bastante escandalosos, y las acusaciones de “comunismo” eran más inquietantes de lo que se dijera en ellos acerca del pasado mexicano. Claro que, al mismo tiempo que los libros de texto gratuito comenzaban a consolidarse como política pública, circulaban aún libros que eran preferidos por algunas escuelas católicas, y el contraste era notorio: mientras el libro de texto convertía a Benito Juárez en una historia que tenía mucho de aspiracional —en este país hay tanta igualdad de oportunidades que un pastorcito nacido en un caserío oaxaqueño puede llegar a Presidente de la República— otro libro de historia, escrito por el jesuita Joaquín Márquez Montiel, afirmaba, al contar los últimos días del Juárez: “Y cuando el tirano murió, acaso envenenado…” Desde luego que los viejos rencores históricos iban a aflorar en la disputa por la educación.

En aquellos primeros libros, la Historia iba de la mano de otra asignatura: el Civismo. Se trataba de que muchas de las narraciones históricas sirvieran a los escolares como ejemplos edificantes. Por eso, aunque el texto era preciso y en quinto y sexto años de cierta densidad, los libros tenían una narración paralela, sostenida en la idea de los grandes momentos que llevaban a lo sublime el amor a la Patria: esa narración era gráfica; era el discurso de las ilustraciones de cada libro, que mostraba a los alumnos de primaria cómo muchos mexicanos habían arriesgado todo por amor de la patria: así, el Pípila, cuya existencia es vista hoy con enorme escepticismo, era uno de esos ejemplos. Otro, importantísimo para inculcar en los niños de los años sesenta ese espíritu de sacrificio que los hacía buenos ciudadanos, era el de los Niños Héroes de Chapultepec.

Sin embargo, los libros no repiten equívocos largamente cuestionados, como la muerte de Juan Escutia. En la primera generación de libros, apareció una ilustración que mostraba a uno de los cadetes defensores del castillo, tirado en el piso envuelto por la bandera. Cuando la Conaliteg se percató de que la ilustración movía a una interpretación equivocada de los hechos, la sustituyó por la imagen del coronel Felipe Santiago Xicoténcatl, comandante del batallón de San Blas, cayendo en combate. En cambio, la ilustración del cadete caído —que jamás afirma que sea Juan Escutia— pasó a acompañar un poema de Amado Nervo en el libro de Español, que en 1960 se llamaba Lengua Nacional.

Muchos sucesos heroicos o trágicos componen ese lenguaje gráfico y es, quizá el origen de muchas críticas al libro de texto, pues muchos de sus críticos han preferido leer imágenes que abundar en los textos. En imagen, está Vicente Guerrero siendo apresado por el mercenario Picaluga y sus marinos; en imagen, Guillermo Prieto le salva la vida a Juárez y a su gabinete, en los primeros tiempos de la guerra de Reforma, al grito de “los valientes no asesinan”. El Niño Artillero, Narciso Mendoza, enciende, una y otra vez, para la eternidad, la mecha del cañón que frena a los soldados realista en Cuautla. Sí, se trataba de que por inspiración, por imitación, los niños de México quisieran ser pequeños héroes respetuosos de las leyes y de su país, un país moderno que en tres artículos constitucionales: el 3, sobre la educación gratuita, el 27, acerca de la propiedad de la nación sobre sus recursos naturales y el 123, que garantizaba los derechos de los trabajadores, cumplían las promesas de la Revolución.

Y VINIERON LAS REFORMAS. La reforma educativa de 1972, impulsada por el gobierno de Luis Echeverría, transformó radicalmente los libros de texto gratuito. Hubo libros recortables, un intento muy mal instrumentado de introducción al pensamiento lógico hizo que los niños setenteros aprendieran diagramas de Venn sin saber exactamente para qué, y jugaron con una reglita, que traía pegada una ranita, “a la recta numérica". El cambio en Historia fue total. La asignatura Historia y Civismo desapareció y en su lugar llegó Ciencias Sociales.

Esos libros intentaron hacer de los escolares ciudadanos inconformes y críticos. No tenían tantas ilustraciones y en cambio muchas fotografías. Con la historia de niños comunes y corrientes se intentaba que los alumnos se identificaran con los personajes de la narración. El recuento heroico del Pípila, el Niño Artillero y otros personajes más, desaparecieron. Y no se armó un escándalo al respecto porque otras figuras de la historia mundial sí estaban presentes y generaron, en ese México de la Guerra Fría, nuevas inquietudes. Esas figuras eran Charles Darwin. Sigmund Freud y Karl Marx.

Si los primeros libros contenían lecturas, en los primeros grados, donde, en un club de alumnos, las niñas podían “pintar y cocinar”, los materiales de la reforma educativa hablaban de las mujeres que podían dedicarse a la profesión que más les gustara, en incluso, podrían llegar a ser presidentas. Aunque el Civismo desapareció, el planteamiento de la igualdad fue una constante en los contenidos para los seis grados.

Esos libros permanecieron hasta 1992, cuando se quiso volver a la asignatura de Historia. Y así ocurrió, pero con un gran escándalo.

EL PASO AL NUEVO SIGLO. En 1992, la SEP encomendó al historiador Enrique Florescano un nuevo libro que sería de Historia. En él participaron muchos profesionales del campo de la Historia, que pretendieron mostrar, y trasladar al aprendizaje en nivel básico, el desarrollo que ya tenía la disciplina en México. Pero el libro provocó grandes descontentos: hubo quienes reclamaron la ausencia del Pípila. A la Secretaría de la Defensa le indignó la ausencia total de los Niños Héroes, y hubo aún más irritación cuando las fuerzas armadas se dieron cuenta de que se hablaba de ellos: por primera vez, el movimiento estudiantil de 1968 apareció en un libro de texto, y se afirmaba la intervención del ejército en la ocupación de Ciudad Universitaria de la UNAM y en la represión de Tlatelolco. El descontento fue tal que el entonces titular de la SEP, Ernesto Zedillo, fue enviado como orador al homenaje a los Niños Héroes, para conciliar y disminuir la irritación. Esos libros solamente se emplearon un ciclo escolar.

En la medida en que las reformas educativas reflejan un país cada vez más diverso y en la medida en que el Estado mexicano reconoce esa diversidad, los contenidos históricos se hacen más específicos y reflejan más el trabajo en equipo de los historiadores y de los especialistas pedagógicos. Aún así, hay quienes siguen diciéndose críticos de los “libros de la SEP”, generalmente sin haberlos leído, criticando una “historia oficial” que hace más de 40 años que dejó de estar en los materiales educativos. La polémica que vendrá, inevitablemente, ocurrirá cuando el gobierno lopezobradorista dé a conocer sus libros de historia.

EL HERMANO “GEMELO MENOR" DEL LIBRO DE TEXTO: EL MUSEO DEL CARACOL. Diez meses después, en tiempo récord, como había sido el nacimiento del libro de texto gratuito, nació su hermano gemelo-menor: la Galería de Historia, que, a causa del moderno diseño de su creador material, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, también es conocido como Museo del Caracol.

¿Por qué “hermano gemelo”? La Galería fue imaginada por el secretario Torres Bodet, inspirado en una exposición a base de dioramas, que había visto en Francia. Le pareció que un proyecto similar podría funcionar en México, y, estando en marcha, en 1960, la conmemoración de los 50 años del inicio de los movimientos revolucionarios de 1910. No habría mejor manera, reflexionó el secretario, de celebrar —porque en esos tiempos se creía que había muchas cosas celebrables— que generando una lección de historia que no se desvaneciera con los días, que no se destiñera al paso del tiempo. La solución, decidió, era un museo de historia novedoso, atractivo, moderno. Así fue: la Galería de Historia sería un experimento exitoso, preámbulo de los grandes museos que se inaugurarían a la vuelta de 4 años: el de Arte Moderno, el del Virreinato y el de Antropología.

El secretario pensó en una narración histórica que arrancara en el ocaso virreinal y llegara a la promulgación de la constitución de 1917. En los planos desarrollados por Pedro Ramírez Vázquez siempre se llamó “Museo Pedagógico” o “Museo Didáctico”. Fue inaugurado como Galería de Historia “La lucha del pueblo mexicano por su libertad”.

PERSONAJES, MOMENTOS ESTELARES. La forma, el diorama. La representación, momentos esenciales de los movimientos transformadores de México: la Independencia, la Reforma liberal, la Revolución. Personajes de la historia museística de México, como Iker Larrauri, Federico Hernández Serrano, Mario Cirett y Julio Prieto. Cada diorama sería sonorizado con una narración. Pero los contenidos históricos fueron delineados por el historiador Arturo Arnáiz y Freg, muy conocido en aquellos años y que, también, como hombre de confianza que era del secretario Torres Bodet, formaba parte del grupo de vocales de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos, con la responsabilidad de opinar y supervisar los contenidos de la primera generación de libros.

Arnáiz hizo una enorme selección de momentos históricos que se reproducirían en dioramas, y estableció un claro paralelismo entre los contenidos de los libros de historia de tercer y cuarto años de primaria. A la hora de la hora, cuando vio que sencillamente no cabrían, depuró su selección. Torres Bodet iba con frecuencia, a ver cómo iba el museo. Los encargados de desarrollar los dioramas construyeron un álbum tridimensional de historia: ahí está el Pípila, Hidalgo a la hora de llamar a la insurrección; el desembarco de Xavier Mina, y, a su lado, el escapista Fray Servando Teresa de Mier. Algunos dioramas son juicios históricos: Antonio López de Santa Anna no aparece en la Guerra de los Pasteles o en la resistencia ante el invasor estadunidense de 1847: se divierte mirando peleas de gallos.

Algunos momentos históricos parecen fotografías, como la llegada de Francisco I. Madero en junio de 1911. En otros, la curiosidad de las miniaturas y los detalles emocionan al espectador, como ese momento, a media conspiración de Querértaro, un gato, a los pies de Miguel Hidalgo, acecha a un diminuto ratón, y en otro, símbolo del progreso porfirista, un trenecito cruza un puente, como ocurre en el espléndido cuadro de José María Velasco llamado “El puente de Metlac”.

Algunas lecciones de historia, de esas que selecciónó Arturo Arnáiz, sólo existen ya en las páginas de los antiguos libros de texto de 1960 y en un diorama del Caracol, como ocurre con la llamada “Traición de Picaluga”, ese momento en que Vicente Guerrero es tomado preso a bordo de un barco, capitaneado por un mercenario italiano, Francesco Picaluga.

La Galería de Historia se inauguró el 21 de noviembre de 1960, cuando acababa de completarse la segunda entrega de libros de texto gratuitos conforme al calendario “B”, que comenzaba en septiembre. En esa ocasión, el secretario de Educación se refirió al nuevo museo como “un libro de texto abierto”, tal era su semejanza y su espíritu.

Para compensar a los estados la ausencia de museos similares, con guión de Arnáiz , el entonces Instituto Latinoamericano de Cinematografía Educativa (ILCE), produjo paquetes audiovisuales —diapositivas y grabaciones— que contenían, con alguna variación de imágenes, los contenidos históricos de la Galería, que eran también los de los libros de texto de historia. Hoy puede parecer un recurso muy sencillo, pero en aquellos años era lo más moderno que había, en manos del gobierno mexicano, para asegurarse de que todos tuvieran al alcance de la mano, una lección de historia que los ayudara a ser buenos ciudadanos.