Opinión

Lee Harvey Oswald y Elena Garro

Retrato de un hombre con sombrero y gafas
Retrato de un hombre con sombrero y gafas Retrato de un hombre con sombrero y gafas (La Crónica de Hoy)

En los Archivos Nacionales de Estados Unidos se resguarda una colección de más de 3 mil expedientes confidenciales en torno al caso del asesinato del Presidente Kennedy. El mes pasado se desclasificaron casi la totalidad de los archivos sobre el asesinato de John F. Kennedy: 2891 documentos. Hoy estamos ante la oportunidad de conocer esos documentos inéditos y confidenciales sobre lo que sucedió en realidad ese día. Pero que nadie se confunda, más información no significa estar más cerca de la verdad.

El acontecimiento del magnicidio de Kennedy plantea varias interrogantes en el estudio de la interpretación de los hechos y la verdad histórica. En este caso, la multiplicación de las biografías, versiones, rumores, testimonios, novelas, teorías de la conspiración, han convertido a este homicidio en una máquina narrativa. Porque lo importante ya no es la evidencia, sino la sospecha. Ese es el poder del relato: su capacidad de diseminarse hasta el exceso. La historia continúa y siembra más dudas.

La vida de Lee Harvey Oswald ha sido retratada en novelas y biografías. Para los interesados, recomiendo: a Norman Mailer, su obra Oswald, un cuento americano; también, la novela de Don DeLililo, Libra. Dos versiones del mismo asesino. Comparar estas lecturas de un mismo hecho ofrece un juego polisémico, propio del mundo del espionaje y los mensajes cifrados.

Pero un incidente destaca en la vida de Lee Harvey Oswald. Un dato que no tuvo mayor relevancia en la investigación de la Comisión Warren. Podría llamarse el capítulo Garro. Tras la publicación del Informe Warren, el jefe de la estación de la CIA en México, Win Scott, escuchó un comentario que despertó su curiosidad. Una amiga de su esposa, la escritora Elena Garro, aseguraba que Lee Harvey Oswald asistió a una fiesta organizada en la embajada cubana en septiembre de 1963. En su descripción lo retrata como un joven beatnik. A un funcionario de la embajada norteamericana, Garro le cuenta que Silvia Duran, una amiga suya, tuvo relaciones sexuales con Oswald esa noche. Scott confirma la versión de la presencia de Oswald en la fiesta gracias a una informante de la CIA que también era amiga de la escritora.

¿Quién es esta escritora tan imaginativa que comparte sus infidencias con los servicios de inteligencia de Estados Unidos? Los agentes de la CIA, ¿podían confiar en sus palabras? Su relato podría ser el comienzo de una novela, más que una evidencia real. Después del asesinato de Kennedy, las dos Elenas, madre e hija, corrieron a la representación diplomática cubana. Desde la calle gritaban ¡asesinos!, ¡asesinos! La seguridad las retiró del lugar de inmediato.  Con amenazas, las obligaron acallar su testimonio.

En los archivos de los servicios de inteligencia norteamericanos hay una ficha con el nombre de Elena Garro. La descripción de los informantes de la CIA advierte que políticamente parece católica tradicional y en su admiración por la cultura alemana en ocasiones exhibe atracción por el nacional socialismo. A pesar de contar con sus confidencias, los agentes de inteligencia desconfían. No es un testigo fiel de los hechos. El reporte aclara que con frecuencia “tiende a romantizar los acontecimientos”. La conclusión es abrumadora, pero cierta: no distingue la frontera entre la realidad y la fantasía en su vida.

Entre los archivos que ahora salen a la luz habrá más de un capítulo sobre México. Es muy probable que aparezcan nuevas evidencias de aquella fiesta, pero Elena ya no está para concluir su relato. Pero la CIA ya había confirmado el dicho de la escritora. No mintió sobre la presencia de Oswald ni sobre su relación con la misteriosa mujer. En ese caso, la imaginación literaria coincide con la realidad.

@ccastanedaf4

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