
Como mucho de lo que ha hecho a lo largo de 5 años, este domingo resultó paradójico que el gobierno de Miguel Ángel Mancera y sus fieles disputaran el Zócalo y el uso del color rosa a quienes organizaron la marcha de protesta por el asesinato de Mara Fernanda Castilla, la chica que abordó un taxi seguro después de una fiesta en Puebla y terminó asesinada por el conductor.
Una valla de globos rosa (el color elegido por el gobierno mancerista para distinguir sus acciones) fue formada por hombres y mujeres alineados con perfección desde las 11:00 horas, lo que permitió adivinar qué recepción se confeccionaba al Jefe de Gobierno en el Palacio del Ayuntamiento para cuando terminara de rendir su informe en la Asamblea Legislativa. Los globos rosa opacaron (o confundieron) las blusas del mismo color y las moradas que llevaban quienes fueron a protestar por el asesinato de Mara Fernanda.
Así, como sucedió muchas veces en el último lustro, el gobierno mancerista perfiló un acto progresista (poner el rosa, identidad femenina, delante de sus actos), pero la realidad se empeñó en mostrar vicisitudes contradictorias de la realidad capitalina. Más tarde, por ejemplo, la SSP capitalina escatimó a la marcha feminista el número de participantes: dijo que fueron 2 mil 600, cuando a todas luces fueron muchas más, quizás el doble.
El grueso del apoyo al Jefe de Gobierno fue colocado al otro lado del Zócalo, frente a la Catedral. Los fieles del jefe de Gobierno, organizados como en cualquier acarreo clásico, ocuparon las gradas del desfile del 16 de septiembre.
Fue allí donde una parte de las mujeres que asistieron a la marcha contra la violencia de género terminó encapsulada entre el gentío que se repartía banderolas, globos y sombrillas rosas en las que se lee “Mancera” o “Cinco años de acciones” con grafía cuidada.
Al mediodía, una banda anodina toca música popular y su vocalista lanzaba los “arriba las mujeres” habituales entre quienes deben entretener a invitados de bodas y fiestas de 15 años. El rosa de mancera se impuso poco a poco en el Zócalo (se acercaba la hora de su llegada).
Las mujeres que protestaron por el feminicidio de Mara Fernanda encontraron la manera de reunirse en la esquina de 5 de Mayo. A las 12:39 horas comenzó la marcha de las mujeres y ya eran miles. Apenas abandonaban el Zócalo cuando otra marcha, de las gradas de Catedral al Palacio del Ayuntamiento, se movilizó para ocupar sus posiciones en la recepción a Mancera. Un mancerista coreaba en tono de broma el “ni una menos, ni una menos” de las feministas. Conocía las consignas, lo que no es raro pues teóricamente manceristas y feministas abrevan de las mismas fuentes ideológicas.
Un grupo de dirigentes de la movilización rosa progobierno de la CDMX se reunió a mitad del Zócalo para discutir algunos temas logísticos. Eran las 11:00 horas y en el lugar no se avistaba ni una sola mujer.
Simultáneamente, la marcha feminista era reubicada, pues la agrupación Pan y Rosas fue echada hacia atrás. Había una crisis interna que puso en su dimensión exacta la complejidad del problema que movilizó a miles en varias ciudades del país luego del asesinato de Mara Fernanda.
Al interior de Pan y Rosas un dirigente fue degradado luego de salir a la luz que es un aficionado a ligarse a las activistas de la organización y, finalmente, una de ellas lo acusa de intento de violación.
Pan y Rosas ya no abre las manifestaciones luego de ser un baluarte de la defensa de los derechos de la mujer. Quienes toman la vanguardia son las activistas más radicales, las que piden que no haya un solo hombre en su contingente (aunque las apoyen).
Hay un antecedente poco visible en los textos de Javier Marías en el diario español El País y mensajes de Antonio Ortuño (dos escritores de orígenes muy distantes) en los que coincidían en la irremediable necesidad del radicalismo en el discurso y el accionar feminista. Si el riesgo para ellas es morirse violentamente, entonces ellos no tienen que quejarse por los métodos de movilización.
Las mujeres mexicanas, este grupo que hace 64 años no tenía derecho al voto y que aún hoy no puede subirse a un taxi seguro con las mismas garantías de seguridad que un hombre, marchaban y a las 13:12 horas pasaron frente a los juzgados de lo familiar en la Alameda. Este lunes, centenas de mujeres estarán buscando allí que el padre de sus hijos entregue recursos para la manutención de los menores.
La marcha hizo un alto y se compactó. Fue un surtidor de ruidos, sonidos y melodías. “¡Te dije que no, pendejo, no!”, es una de los coros que se propagan desde la vanguardia de la marcha. En la retaguardia, lo que más se escucha es el “Mara no se fue, a Mara la mataron”, una alusión al pleonasmo con el que Cabify, la empresa de taxis presuntamente seguros, abordó en redes sociales lo sucedido a la estudiante que fue violada, asesinada y cuyo cadáver fue tirado a un paraje baldío por el conductor.
Más tarde se encontraron con el monumento a los 43 de Ayotzinapa, los muchachos víctimas de desaparición forzada que estudiaban en una pedagógica rural que no admite mujeres en sus aulas.
Hace unos meses, las feministas más radicales tronaron contra lo que simbolizan estos normalistas y coreaban que ellas no eran Ayotzinapa, que a las mujeres les viene ocurriendo la cadena de agresiones y asesinatos arteros desde mucho antes.
Esta vez las feministas se contuvieron, rechazaron un cartel de un normalista, posaron frente al monumento y luego siguieron su camino.
La PGR aparece luego de unos minutos. Sólo una parte de la marcha llegó hasta allí. Otra buena parte de los asistentes decidieron hacer los últimos 50 metros y se retiraron. La masa que se instaló frente a la dependencia federal es mucho menor, de teñido radical. Las familias son las que más notoriamente abandonaron el último trecho.
La enorme convocatoria en torno a una chica de 18 años que intentó viajar segura, tomó todas las precauciones del caso y acabó muerta, ha cumplido su ciclo, se diluye y las mujeres regresaron a su vida diaria, a su familia y hoy a sus trabajos. Lo que va a ser de ellas, de su seguridad, aún es incierto.
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