Opinión

Los mexicanos, extranjeros en su patria

Rafael Cardona
Rafael Cardona Rafael Cardona (La Crónica de Hoy)

Uno quisiera, a veces, tener la claridad de los lugares comunes porque en ellos ni hay error ni oportunidad para quedarse fuera de la tendencia correcta.

Hermoso sería asumir todos los puntos de la corrección política, fácil resultaría cabalgar en el potro infalible de las fórmulas vigentes; pasear al perrito en la Condesa, aspirar a una dieta vegana, abominar de la fiesta de los toros y ponerse la verde para ir al Ángel a gritar por el TRI y mentarle la madre al PRI. Creer en los valores musicales de Chavela Vargas y en la existencia del rock mexicano; cantar el “Cielito Lindo” en la taquería donde vemos el 2 a 1 contra Corea.

Muy hermoso sería recaudar dinerito y cajas de alpiste para los damnificados del terremoto y no volver a sentir ni una gota de piedad por los destechados, porque una cosa es ser piadoso cuando hay trending topic en las redes sociales y otra visionudo sin visibilidad como dicen las señoras del mercado.

Uno a veces quisiera ser un chairo irreflexivo, un feminista sin mujer; un admirador conmovido por los consejos políticos de Gael García o Diego Luna; uno quisiera creer en la veracidad de las versiones circulantes en la red.

También sería hermoso creer en la sinceridad de alguien.

Sería una maravilla creer en la incesante labor de las ONG de Derechos Humanos, caminar en la marcha LGTBJHDYHJB y demás; no creer en la señora golpeada en el OXXO porque alguien se le metió en la fila y resultó ser una activista de Morena. Debe ser lindo creer; creer en la palabra del Mesías y en la sinceridad de Anaya o en el buen futuro institucional de Meade.

Pero hoy muchas de esas ideas resultan pasto para la digestión de rumiantes.

Ayer en Rostov, en la parte sur de Rusia, miles de mexicanos, tantos como para atestar el estadio-arena de esa ciudad y desmentir nuestra crónica imagen de pobreza tercermundista, realizaron un rito magnífico: la nacionalidad es una camiseta con el emblema de la Federación Mexicana de Futbol y el estadio es la catedral de nuestros oficios de mexicanidad a toda prueba.

La otra realidad, la cotidiana, la de los crímenes políticos, la de los 125 candidatos asesinados en un “pulcro” proceso electoral del cual se sienten satisfechos organizadores y juzgadores, ésa puede esperar; como también puede aguardar a las puertas de la urgencia, un trío de candidatos sin ideas concretas, bien explicadas, viables y creíbles.

Se es mexicano universal si se anhela (sin derecho territorial ni utilidad del sufragio) votar desde la residencia extranjera, ya sea de menestral o de maestro de Yale o locutor de la TV hispana (tan corriente y estridente), o si se practica el deporte en la cancha esmeralda de los rusos, pero también si se grita en la grada, si se atan lazos tricolores en las trenzas y manchas de carmín y jade en las mejillas; se es mexicano si se viajan 15 mil kilómetros de lejanía y se gasta el ahorro y se le da un mentís a la pobreza de todos tan temida y tan presente en los discursos del populismo, y se grita con todo el pulmón: viva, viva la patria, como se dijo más tarde en la multitudinaria asamblea de Reforma.

El alarido en el mitin y el estadio. Lo mismo da.

También se es mexicano cuando se lloran las pobrezas de los niños centroamericanos separados de sus padres por la estúpida política de Estados Unidos, imperio sin motivos para ser de otra manera, sin pensar más allá de la conservación de su hegemonía, y vivir y actuar como se le pegue la gana sin consideraciones por el sufrimiento de unos mocosos salvadoreños cuyo llanto le parte el alma a cualquiera menos a ellos.

—Vaya concierto tenemos, dijo un  gringo carcelero del gallinero y las jaulas.

También son mexicanos quienes en el extranjero, como Karime Macías o Napito, hallan, en los sindicatos canadienses o las reumáticas garras del viejo león británico, eterno protector de piratas y bucaneros, salvaguarda contra sus pillerías después de las pesquisas electoreras de Miguel Ángel Yunes, el demócrata dinástico,  cuyo trono le será heredado a su hijo mediante uno de los muchos recovecos de la simulación democrática o como heredero fue también Napoleón Gómez Urrutia, quien del sindicalismo charro pasó a la pureza proletaria del pueblo redimido por Morena, sin mácula ninguna en el armiño del líder impoluto.

Impoluto, debieron gritar en Rusia los mexicanos para evitarse la sanción de la FIFA en una de las más hilarantes muestras de hipocresía bien portada. Nada podría rimar con esa palabra en la tarde del desfile doble, de la bandera arcoíris y la enseña del águila orgullosa devorando Kimchi con cerveza de Baviera.

¡México, México, México!

Y mientras uno reflexiona sobre estos hechos y los aciagos días por venir, el correo recibe algunas consideraciones (Juan M. Blanco) sobre la corrección política. Comparto algunos:

“…la corrección política se constituye en una cuasi-religión, pero no en su sentido moderno, en una creencia voluntaria, sino en una especie de religión medieval que envía al hereje a la hoguera.

“Ser disidente hoy no es una mera posición intelectual más: es un acto de valentía, de resistencia ante la descalificación y la muerte civil.

“Por ello, el disidente debe estar alerta ante la corrección política, ser una de sus ‘obsesiones’ y, ante la generalizada manipulación del lenguaje y el pensamiento, debe recurrir al pensamiento lateral, salir de los caminos trillados, de los lugares comunes y comenzar el razonamiento desde el principio, sin los prejuicios que hoy lo atenazan.

“La corrección política es un sistema de creencias que impregna todos los aspectos de la política y la sociedad, dictaminando lo que puede ser discutido y lo que no puede ponerse en cuestión por constituir un tabú. Su principio fundamental es que la sociedad se compone de grupos víctimas (buenos, que siempre tienen razón) y grupos verdugo (malos, que no tienen razón).

“Que un dogma tan sencillo como falaz (se) haya enraizado de manera tan profunda en la sociedad occidental sólo puede explicarse por el peculiar contexto histórico que vivimos, donde las creencias, las ideologías, el pensamiento, la autoridad, los principios y la legitimidad entraron en crisis y su espacio fue llenado por una doctrina elaborada a la medida de ciertos grupos de intereses. Un mundo donde la razón fue sustituida por la emoción.

“Uno de los atractivos de esta nueva ideología es su sencillez: proporciona respuestas simples y, sobre todo, emocionalmente satisfactorias en un mundo complejo. Y hace sentir al creyente estar en el lado, no tanto de la razón como en el de la virtud: pertenecer al “bando de los buenos”.Por el mismo motivo, los que osan oponerse a ella no lo harían por ignorancia o equivocación sino por maldad y perfidia.

“Los contrarios no son tratados como adversarios sino como enemigos a quienes no se responde con argumentos sino con descalificaciones y ataques personales. Se les acusa de ‘machistas’, ‘sexistas’, ‘racistas’, que son los términos modernos equivalentes a los antiguos ‘herejes’, ‘apóstatas’ o ‘blasfemos’, unos seres despreciables a los que hay que enviar, simbólicamente, a la hoguera por vulnerar los tabúes, pronunciar las palabras prohibidas, formular argumentos intolerables o, simplemente, mantener pensamientos incorrectos.

“La corrección política genera tal pánico en intelectuales, periodistas, políticos y ciudadanos corrientes, que muchos se sienten coartados no sólo para expresar ciertos razonamientos: también para pensarlos.

“Vivimos en un marco de intensa censura y autocensura: muchos asuntos quedan excluidos de la discusión racional siendo sustituidos por dogmas…

“Así, la corrección política deteriora uno de los pilares de la democracia moderna: el debate de ideas y el libre pensamiento.

“Se trata de un solapado y oculto totalitarismo que, con la excusa de defender a los débiles, impone una orwelliana neolengua, en la creencia de que aquello que no puede decirse, tampoco puede pensarse.

“Una doctrina que trata de inculcar un sentido de culpa a quien no comparte sus postulados”.

Yo lo diría de manera más sencilla: la corrección política es una mamada de moda.

Quizá la más perdurable de las modas, como el Twitter o el chat de comadres sin quehacer. Pero mamila al fin.

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