Nacional

Los nuevos ídolos del México ochentero

Con todo y agobios económicos, los mexicanos tuvieron, en aquella década tan accidentada, momentos de completa alegría. En un puñado de deportistas que conquistaron las grandes ligas del beisbol, las canchas futboleras con prestigio internacional y los podios olímpicos, el país halló nuevos referentes para el entusiasmo colectivo. Eran ellos, los deportistas de talla y clase mundial, los que se convirtieron en las nuevas estrellas del país.

Con todo y agobios económicos, los mexicanos tuvieron, en aquella década tan accidentada, momentos de completa alegría. En un puñado de deportistas que conquistaron las grandes ligas del beisbol, las canchas futboleras con prestigio internacional y los podios olímpicos, el país halló nuevos referentes para el entusiasmo colectivo. Eran ellos, los deportistas de talla y clase mundial, los que se convirtieron en las nuevas estrellas del país.

Los nuevos ídolos del México ochentero

Los nuevos ídolos del México ochentero

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Aunque haya quien lo dude, el difícil arranque de los años ochenta trajo también algo que podríamos llamar “alegrías nacionales”, a partir del surgimiento de los nuevos ídolos: deportistas con habilidades y capacidades sorprendentes, que no solo brillaban en la vida nacional, sino que competían, con ventaja y triunfos, fuera del país, de tú a tú con las estrellas de otras naciones: novatos sorprendentes, campeones con escuela sólida, puños de dinamita y productos de exportación. Eso eran, nada más, pero nada menos.

UN MUCHACHO SONORENSE Y LA “FERNANDOMANÍA"

Algunos, incluso, le ponen fecha: 9 de abril de 1981. Ese día, el lanzador mexicano Fernando Valenzuela hizo presencia en las Grandes Ligas del beisbol estadunidense durante el Opening Day, el día inaugural. Aquella jornada, los Dodgers de Los Ángeles vencieron a los Astros de Houston por 2-0, y aquel muchacho, zurdo, un tanto gordito, que casi ponía los ojos en blanco cuando se disponía a lanzar, con rostro inconfundiblemente mexicano, se convirtió en la sorpresa mundial del beisbol de primer nivel. En ese 1981 nació la “Fernandomanía” y los Dodgers se coronaron campeones de la Serie Mundial.

Si hay momentos en los que el asombro se convierte en maravilla, uno de esos ocurrió en ese día de abril de 1981: Valenzuela entró como lanzador emergente, cuando Jerry Reuss se lastimó un día antes del partido. Carisma y talento, simpatía y habilidad. Cuando Valenzuela volvió al montículo de lanzador, seis días más tarde, ya había llamado la atención de todos los aficionados a las Grandes Ligas, y muy pronto su fama se extendería por todo el mundo.

¿Qué fue la “Fernandomanía”? Esa inquietud, esa emoción que afectaba no solo a los aficionados al beisbol, y que ponía a México entero a seguir las hazañas beisboleras de Fernando Valenzuela. Incluso, aquellos que no se interesaban por aquel deporte, fueron tocados por el arrastre de aquel muchacho del que, se contaba, llevaba en las venas la sangre de los aguerridos indios mayos del norte mexicano.

El nombre de una localidad diminuta, Etchohuaquila, en el municipio sonorense de Navojoa, fue pronunciado cientos, miles de veces por mexicanos y no mexicanos que en sus vidas habían escuchado hablar de ese poblado. Allí, Fernando Valenzuela, el menor de una familia de 12 hermanos, de padres campesinos, dio las primeras señales de sus singulares dotes para el beisbol.

En esos años adolescentes, representante de Ciudad Obregón en un juego de estrellas, no tardó en entrar al beisbol profesional mexicano. Tenía 17 años y estaba en los Cafeteros de Tepic. Se habló de él cuando estuvo con los Tuzos de Silao. Los cazatalentos de los Dodgers lo descubrieron cuando jugaba con los Leones de Yucatán. En julio de 1979 el equipo angelino compró el contrato de Valenzuela. Un par de meses después, en septiembre, el diario Los Angeles Times empezaba a dar cuenta del fenómeno: se hablaba del muchacho mexicano como poseedor de “una curva devastadora”. Fue ascendiendo en los diversos equipos de la franquicia hasta llegar al equipo principal, a finales de la temporada de 1980, y así llegaba a ese abril de 1981, en la que arrancó una serie de victorias que asombró al mundo entero.

¿Qué fue la “Fernandomanía”? Esa emoción que, escribieron los cronistas, paralizó a Nueva York cuando Valenzuela llegó para jugar su primera Serie Mundial en el Shea Stadium contra los Mets; esa corriente electrizante que se transformaba en fervor por las hazañas del muchacho mexicano y que se traducía en estadios llenos que aplaudían y rugían al presenciar victoria tras victoria del lanzador fenómeno. No solo se celebra su habilidad en la loma del lanzador; también se festeja el indiscutible triunfo de un mexicano que apenas mastica el inglés en tierra gringa.

Nadie tuvo, en esos días, mejores reflectores que el zurdo sonorense; los grandes medios estadunidenses se peleaban por conseguir una entrevista con El Toro, que a esas alturas era también famoso por su dominio del “tirabuzón” o “screwball” que lo hizo invencible para los bateadores rivales.

De aquellos días, queda una fotografía que condensaba el poder del triunfo de Valenzuela en las ligas mayores: octubre 23 de 1981, serie mundial, Dodgers contra Yankees. Entrada llena, la emoción hervía en las comunidades de inmigrantes mexicanos. En uno y otro lado de la frontera, los televisores estaban sintonizados en la Serie Mundial. Esa tarde, un mexicano abría la Serie Mundial por primera vez.

Tan confiado en la victoria estaba el manager de los Yankees, Bob Lemon, que frente al novato mexicano de los Dodgers, puso a otro novato, Dave Righetti. Al avanzar el juego, Lemon decidió poner a prueba a Valenzuela con un veterano, George Frazier. Aprovecha el manager angelino, Tom LaSorda, para dar instrucciones a Valenzuela. Así lo captaron las cámaras de todo el mundo: LaSorda se apersona en la loma del lanzador acompañado de un traductor. “Haz lo mejor que puedas”, cuentan que le dijo LaSorda, dándole la pelota. Cuando el mexicano sigue en su sitio, las ovaciones inundan el estadio. La algarabía se volvió locura cuando los Dodgers se llevaron la victoria.

Aquel año, Fernando Valenzuela alcanzó la gloria: ganó el premio al Novato del Año, el “Cy Young” como Mejor Lanzador de las Grandes Ligas y “jugador más valioso” de la Serie Mundial. Se cotizó en lo más alto; las negociaciones de su contrato con los Dodger se volvieron asunto público. En la temporada de 1983, El Toro se convirtió en el primer deportista profesional, en la historia de Estados Unidos, en ganar un millón de dólares. Su romance con los Dodgers duró una década y luego jugó para otros equipos. Retirado en 1997, apenas en 2015 adquirió la nacionalidad estadunidense. Nadie le quita a Valenzuela, ni siquiera la desmemoria de algunos, aquellos años gloriosos, entre 1981 y 1986, cuando fue el lanzador con mejores estadísticas y era fuente de emoción para los mexicanos, de uno y otro lado de la frontera, que vieron como uno de los suyos construía su ruta hacia la inmortalidad.