Opinión

Los orígenes del lenguaje y de las lenguas

Los orígenes del lenguaje y de las lenguas

Los orígenes del lenguaje y de las lenguas

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
Luis Fernando Lara *

Parte II

En la contribución anterior se introdujeron las dificultades que supone interrogarse acerca de los orígenes de la facultad del lenguaje y de las lenguas. En ésta las dificultades actuales tanto para especular sobre la facultad del lenguaje como para investigar el origen de las lenguas.

Pues bien, ¿sobre qué bases se puede especular hoy acerca de la facultad del lenguaje? Hay dos posiciones principales encontradas: por un lado, la que históricamente dio lugar a la renovación de las especulaciones acerca de la facultad del lenguaje: la de Noam Chomsky, quien en especial desde 1961 vino insistiendo en que “la gramática” forma parte de la herencia genética de los seres humanos y está ya previamente inscrita, en su totalidad, en la mente humana; es decir, la estructura de las oraciones tiene origen genético y debe formar parte de los genes humanos. La gramática, para Chomsky, es universal y lo que hacen las lenguas es solamente ponerla en funcionamiento; es un “órgano mental”. Por el otro, la de Jean Piaget, quien sostiene que la herencia genética es la que da lugar a la inteligencia y que es ésta la que “construye” las características de cada lengua, en combinación con la acción del medio social. Es decir, no hay una “gramática universal” sino un conjunto de facultades de la inteligencia (perceptuales, motoras, morfogenéticas, etc.) que dan lugar a la facultad del lenguaje y a las lenguas específicas. Hay que señalar que la especulación chomskiana tiene su origen en las teorías de los lenguajes artificiales y en la lectura, en particular, de Descartes; Piaget, por su parte, no especula: somete a observación el comportamiento de los niños en sus procesos cognoscitivos. Si se ha de especular, tiene mayor valor científico la concepción piagetiana.

Para todo ser humano, su lengua es una herencia elaborada por muchas generaciones anteriores; ninguno puede plantearse un “momento inicial” de su lengua, ni mucho menos creer que su lengua, contemporánea, tenía la sintaxis, los recursos de formación de palabras, sus sonidos, desde un principio. Las lenguas son hechos históricos y productos de procesos de adaptación que las desarrollan; o sea, son fenómenos de evolución sui generis. No se pueden explicar simplemente tratando de “aplicar” la teoría de Darwin, pero esa teoría —irrebatible— es la que da luz a la comprensión general de los procesos de adaptación al ambiente que siguen las sociedades humanas y, entre ellos, sus lenguas.

Los estudios genéticos contemporáneos han tenido un avance que no deja de asombrar. Entre ellos, los estudios de la herencia genética de los pueblos de la Tierra. El famoso genetista italiano Luigi Lucca Cavalli-Sforza (fifí si los hay, pues descendía de la famosa familia renacentista de los Sforza, duques de Milán) sostiene, por ejemplo, que hay suficientes datos genéticos para demostrar que la expansión del género humano por toda la Tierra se originó en África nororiental y de allí pasó hacia Europa al occidente y hacia Asia y luego América al oriente. En cuanto a Europa, que es lo que más nos interesa como mexicanos —pues de ahí procede el español—, el indoeuropeo, como gran familia de lenguas, formada por el latín, el griego, el sánscrito, las lenguas germánicas y eslavas, etc., Cavalli-Sforza demuestra una unidad genética básica de los pueblos que hablan esas lenguas. La evolución del latín al español se ha demostrado desde hace dos siglos. En cuanto a América, Cavalli-Sforza propone la correspondencia genética con tres grandes familias de lenguas americanas: la na-dené (propuesta por el lingüista estadounidense Edward Sapir hace casi un siglo), extendida en su mayor parte por el norte del continente; la amerindia, extendida desde el sur de Estados Unidos de América hasta Patagonia, y la esquimo-aleutiana del casquete norte de la Tierra. Pero hay que señalar que la probabilidad de la coincidencia entre la genética de las poblaciones europeas y sus familias lingüísticas, que es alta, no es la misma respecto de las poblaciones amerindias y las clasificaciones y agrupamientos propuestos por Joseph Greenberg en 1986 y su alumno Merrit Ruhlen, en los que se basa Cavalli-Sforza. Ante la falta de documentos antiguos de las lenguas de nuestro continente, las especulaciones actuales son tan riesgosas como las que se ocupan del origen de la facultad del lenguaje. Basadas en clasificaciones resultantes de comparaciones sin rigor metodológico y con datos heterogéneos, son más que dudosas. La calidad de los estudios genéticos es muy superior a la de los estudios lingüísticos llevados a cabo por esos investigadores, lo cual no clausura el interés por avanzar en el campo de la filogenia de las lenguas de América; más bien se convierte en un gran reto para la lingüística contemporánea.

En territorio mexicano el Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas afirma que se encuentran once familias radicalmente diferentes entre sí como la yuto-nahua, la otomangue y la maya, por sólo nombrar tres; esas familias están formadas por 68 “agrupaciones”, entre las cuales, correspondientemente, se cuentan la nahua, la zapoteca y la maya yucateca, por ejemplo. La cuestión es, entonces: ¿si de veras hay una gran unidad lingüística amerindia, correspondiente a los estudios genéticos, cómo entender primero y luego explicar la profunda variedad de las lenguas en México, tan asombrosa como su rica variedad biológica?

* Integrante de El Colegio Nacional