Opinión

Los padres, primeros maestros

Los padres, primeros maestros

Los padres, primeros maestros

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El padre y la madre son los primeros maestros de sus hijos, aunque ninguno de ellos recibe preparación previa para educar a sus vástagos. A veces, claro, reciben consejos de los abuelos o de los amigos, pero a la postre la paternidad es una experiencia única y la relación padre-hijo es siempre incomparable.

Hablamos –obsérvese-- de uno de los vínculos más intensos de la vida. Tener un hijo es un suceso sin comparación, único, y el nacimiento reúne en vínculo inextricable a dos seres humanos para toda la vida. La esencia de ese vínculo es el amor.

En el centro de la paternidad está la pregunta de cómo vas a educar a la criatura que ha nacido. La educación en la primera infancia recaba una enorme importancia para las familias… y para la sociedad. En las últimas dos décadas las neurociencias han demostrado que la cantidad y calidad de los estímulos que reciben los pequeños, desde su nacimiento, es un factor determinante de su ulterior desarrollo físico intelectual, emocional y moral.

Este avance de las neurociencias se desencadenó una vez que se mostró que las neuronas se reproducían y, por tanto, que el cerebro era un órgano flexible. La salud, la inteligencia, la autoestima, las virtudes, los vicios muchas veces surgen de cambios en las redes neuronales inducidos en los primeros años de vida por la educación de los padres de familia. Algunas investigaciones han mostrado que las huellas de la primera infancia se pueden rastrear hasta la ancianidad

Una investigadora (Shore, 1997) afirma que con los avances de las neurociencias: 1) se modificó la concepción que existía entre naturaleza y cultura; 2) se comprobó que la educación temprana tiene un impacto durable sobre el desarrollo en la habilidad para aprender y en la habilidad para autoregular las emociones; 3) el cerebro tiene una remarcable capacidad para cambiar, pero en determinados momentos; 4) Hay experiencias negativas o la ausencia de la apropiada estimulación  que tienen  efectos sostenidos y perdurables en el desarrollo de la persona; 5) Hay una abundante evidencia de la relevancia que tiene una adecuada  estimulación temprana para el desarrollo humano.

Desde luego, no es indispensable que los padres estudien neurociencias para que pueden educar bien a sus hijos. Las dos bases fundamentales de esta educación son conocidas de todos: la primera, el dar todo el tiempo amor y seguridad a sus vástagos. Durante todos los años que dura el aprendizaje —los de la crianza y los de la escolaridad— el afecto sincero, real, que se plasma en hechos materiales (cariños, besos y abrazos) es la fuerza más importante que mueve a los pequeños hacia el bienestar personal y el éxito en su desarrollo (físico, intelectual, moral y estético).

El segundo elemento determinante para el aprendizaje (escolar y extraescolar) del niño es el juicio que el padre se forma sobre su hijo. Ningún pequeño puede avanzar mucho en el aprendizaje si su padre, en casa, le llama tonto o estúpido. En cambio, los padres que realmente aman a sus hijos y desean que tengan éxito en la escuela y en la vida deben procurar, en todos los casos, invariablemente, mostrar enorme sensibilidad ante los logros—por mínimos que sean—de sus pequeños.

Ésos son sólo dos principios generales, pero los padres deben aplicarse a aprender —de preferencia acudiendo a literatura especializada— cómo actuar durante el embarazo, qué hacer con el retoño una vez nacido, cómo hablarle, cómo tratarlo, etc., etc.