
Tercera Parte
Guillermo Prieto (Ciudad de México, 1818-1897) padecía gastritis, enfermedad que en el siglo XIX era diagnosticada como falta de digestión. Esta inflamación del revestimiento del estómago le impedía al poeta y autor de La guerra en los Estados Unidos, comer guisados típicos mexicanos como mole de pipián o bebidas tradicionales como pulque; sin embargo, en ocasiones, la gastritis era su mejor pretexto para rechazar una invitación a comer en casa de vecinos o amigos.
Algunas de esas anécdotas, Prieto las plasmó en crónicas escritas durante 1879 para la edición literaria del periódico La Corona Española, las cuales fueron recuperadas el año pasado por Lilia Vieyra Sánchez, investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Para celebrar el bicentenario de nacimiento del también dramaturgo y político, Crónica retoma los platillos que el periodista describió en dichos textos semanales.
MALA DIGESTIÓN. Guillermo Prieto definió su gastritis como una engorrosa condena para “eso de las comidas” y en algún momento declaró que ni con las indicaciones médicas podía poner fin a sus privaciones culinarias.
“Mi enfermedad de estómago me condena a una engorrosa actitud para eso de las comidas. Desde hace veinte años, acobardado por tercos ataques, la grasa me daña, los vinos y licores me acedan, los líquidos en general me ponen a la muerte, el dulce me agria, los enfriamientos atmosféricos me orillan a dolores y sufrimientos indecibles. Yo mejoraría si lograra corregir mis ácidos, y hacerme potable la leche”, escribió.
Además, el escritor añadió que todos los médicos le indicaban una dieta de carbonatos, nuez vómica, alcalinos y una rutina de purgantes.
“Jugo de carne, arroz, carne a la parrilla, café y esto a la mañana, tarde y noche, sin que cambie nada esta vida que me aleja del mundo y me sujeta a mil privaciones. Le han dado mil nombres a mi enfermedad, sin adelantar los sabios a la primera vieja que me dijo: falta de digestión”, especificó.
En una crónica del 26 de enero de 1879, Prieto narró que su amiga estadunidense Netty Praits se asombró de ver a los mexicanos comiendo tacos y apio, y tomando pulque en las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México. Aquí un fragmento de ese diálogo:
—Sí señorita, ése es el pulque con que se emborracha al bajo pueblo.
—¡Oh! ustedes tener wiskey con leche.
—No es wiskey, es una bebida que se extrae del jugo del maguey.
Después a Netty le dio risa el proceso de comer tacos porque a su entendimiento, los mexicanos convierten en un tubo su plato para ponerle comida encima. También le llamó la atención ver que el apio se comía como aperitivo o golosina.
“Ese que usted llama plato es la tortilla y esa comida es un lunche a su modo, por eso desaparece el plato como hacen ustedes desaparecer el pan”, le explicó Prieto y después le detalló a “la gringuita Netty” que “los pequeños mexicanos hacen su lunch de alfalfa o desayunan ensalada. Eso que comen aquellos chicos es apio, de que ustedes hacen mucho consumo”, escribió.
Otros platillos que Guillermo Prieto describió en estas crónicas, fueron los que se sirvieron en eventos importantes, por ejemplo, cuando mercaderes estadunidenses visitaron la capital del país. Algunos guisos para esas ocasiones, fueron:
“Mole verde y magros (según la investigadora Vieyra Sánchez es trozo de carne de cerdo próxima al lomo) con tomate, alternarán los tornachiles con el bacalao, y el pipián verde con besugo (pez); sobre todo que se cruzarán en los aires el curado de piña con el cascarrón (vino tinto)”.
Un alimento común en el siglo XIX era la alemana que de acuerdo con Prieto y la investigadora Vieyra Sánchez, era una tortilla dulce. “Se muelen yemas de huevo, cocidas con canela y almendras limpias; se forman con esta masa unas tortillas que se envuelven con huevos batidos para freírlas con cuidado en manteca. Se echan después en almíbar compuesto con vino, almendras, piñones, ajonjolí tostado y canela molida”, describen.
RECOVECOS. Como la mayoría de los escritores e intelectuales del siglo XIX, Guillermo Prieto era afecto a tomar café en La Concordia, local que estaba ubicado en la actual calle de Madero esquina Isabel la Católica, en donde hoy está una tienda de ropa.
Ese negocio fue famoso por sus distinguidos clientes que iban desde Manuel Gutiérrez Nájera, Manuel Payno hasta José María Villasana y Manuel Puga. La cafetería cerró sus puertas en el año de 1906.
Otro rincón que el autor de Memorias de mis tiempos plasmó por escrito, fue la cristalería La Jalapeña, en lo que hoy es 16 de septiembre, a la altura del Gran Hotel de la Ciudad de México. Ahí además de vender productos de vidriería, se inició la venta de cigarros.
“Por ahora soltamos la pluma para saborear un delicioso cigarro de los que acaba de anunciar La Jalapeña y merecen la boga de que están disfrutando en el público de México”, escribió Prieto.
Un lugar admirado por el escritor mexicano fue el Hotel de Iturbide, actual Palacio de Iturbide (calle Madero 17, Centro Histórico CDMX), pero que en 1860 se convirtió en el ejemplo de hospedaje para viajeros, pues tenía 170 habitaciones, cada una con ropa limpia, luz, muebles necesarios y una fonda de buena calidad a cargo del chef francés Carlos Recamier.
Por último, Prieto reconoció en sus crónicas el trabajo de otro personaje del mundo culinario: Agustín Fulcheri, restaurantero italiano quien administró el Café de la Unión, considerado por la prensa como de primera clase y que se ubicaba en la actual calle de Palma.
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