
Una de las mayores virtudes del pianista Ludovico Einaudi es su curiosidad. Hace mucho tiempo que dejó de ser una vertiente más del estilo del gran Michael Nyman para encontrar en su minimalismo y forma de crear melodías musicales su propia esencia: la de volar desde el piano.
La noche del viernes se presentó en el Teatro Metropólitan como parte de su Essential Einaudi. Para ser un exitoso representante de música new age, fue curioso que su recibimiento se pareció más al de una estrella de rock; entre aplausos, silbidos y gritos, el músico tomó su asiento y en a las tres caricias que hizo a las teclas de su piano comenzó la catarsis.
Al igual que otros virtuosos del piano como Yirumi o Fabrizio Paterlini, Einaudi es un especialista en crear microcósmos vibrantes. El punto de partida fue a través de “Petricor”, una melodía que transmite suspenso y que en su crescendo ya nos había trasladado a un angustiante clima gélido como el de su representación visual detrás del escenario.
Ahí, en ese tema de su disco Elements, comenzó la demostración sobre el terror y la pasión a través de emociones que hacen sentir el vértigo de volar. Sentado en el asiento… Luego una cuidada orquesta de cuerdas brilló de forma magistral en cortes como la tensa “Elements”, que por momentos hace recordar el estilo de Clint Mansell.
El músico nacido en Turín, en 1955, cobró mayor trascendencia en el gusto del público cuando hizo la banda sonora de la película Amigos, de los cineastas Olivier Nakache y Eric Toledano, por eso no fue sorpresiva la reacción cuando sonó “Fly”, el tema central del aquel filme, y que en ese momento se sintió como una tierna sacudida al corazón.
Regresó después ese estado de miedo a través de “Newton's cradle”, un tema inquietante de su In a time lapse, que fue provocador en su tono perverso; otro tono muy distinto fue el de “Four dimensions”, que entre sutilezas emocionales erizó la piel y sirvió de preparativo para la metáfora melodramática de “The tower”, de su disco Nightbook, una lectura sobre un presentimiento oscuro a través de una torre como símbolo de una prisión, a la que le siguió la melancolía de “Berlin song”, también de ese álbum.
Comenzó un ciclo de solos de piano con la parte más dulce: Se escuchó la declarativa “Tu sei”, la alegre “Stella del mattino”, la deliciosa “I giorni”, un espectáculo fue la inspiradora “Nuvole bianche” y la célebre “Una mattina”, también de la banda sonora de Amigos, cerró el ciclo.
La recta final del concierto fue fría y sensorial. “Elegy for the Artic”, de su disco Elements, que hace dos años fue símbolo de conciencia de Greenpeace, cuando fue utilizada en una campaña para la protección del Ártico, en la que Einaudi la interpretó con un piano de cola sobre una plataforma flotante frente a un glaciar.
Otro crescendo impresionante fue el de “Numbers”, en su versión extendida, que guarda pincelazos de ternura; luego llegó la directa sensualidad de “Eros” y, sin duda, la ejecución más impresionante fue la de “Experience”, una pieza que sonaba ambiental, por sus efectos sonoros de su percusionista; que era introspectiva en su melodía; que fue tensa en su desarrollo y explosiva en su climax y cierre.
El músico se despidió abrazado de sus músicos, pero la euforia del público mexicano le pidió un poco más. Así llegaron la impresionante, pero popular “Divenire”, “Fuori dal mondo” y “Choros”, que cerraron con broche de oro una noche mágica.
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