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Mariano, el rey indio de la máscara de oro que provocó una rebelión en la Nueva España

En los primeros días de 1801, un movimiento masivo de indígenas sembró la inquietud en el reino de la Nueva Galicia. Todos se dirigían hacia “las orillas de Tepic”, porque un hombre venía a reclamar su trono, venía a gobernar a todos los naturales de la Nueva España. Era, contaban, un rey de los viejos tiempos, reaparecido quién sabe cómo, desde quién sabe dónde, para cambiar el orden virreinal, llamando a la sublevación

En los primeros días de 1801, un movimiento masivo de indígenas sembró la inquietud en el reino de la Nueva Galicia. Todos se dirigían hacia “las orillas de Tepic”, porque un hombre venía a reclamar su trono, venía a gobernar a todos los naturales de la Nueva España. Era, contaban, un rey de los viejos tiempos, reaparecido quién sabe cómo, desde quién sabe dónde, para cambiar el orden virreinal, llamando a la sublevación

Mariano, el rey indio de la máscara de oro que provocó una rebelión en la Nueva España

Mariano, el rey indio de la máscara de oro que provocó una rebelión en la Nueva España

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Apenas despuntaba el siglo XIX cuando circuló, en los pueblos y caminos nayaritas, una carta que llamaba a una rebelión indígena, sembrando en las autoridades la inquietud que cualquiera experimenta cuando le hablan de apariciones fantasmales.

No eran los mejores tiempos para el orden imperante en el reino de la Nueva España: la circulación del pensamiento ilustrado, el continuo requerimiento de más y más dinero para alimentar a la glotona y, hasta cierto punto, ingrata corona española, y el surgimiento de una identidad colectiva cada vez menos española y cada vez más resultado de tres siglos de complicadas construcciones propias, hacían perceptible el desgaste del dominio peninsular. Pero todas esas incomodidades tan a flor de piel, aquellas inconformidades, aquellos escritos subversivos, pertenecían al mundo criollo, a aquellos que reclamaban su parte en el alto poder político y eclesiástico, y que estaban al tanto de las nuevas ideas que circulaban por todo el orbe civilizado. Pero esa carta afirmaba que el indio rey de la máscara de oro tomaría posesión de su reino el día de Epifanía de 1801, y convocaba a todos los indios a reunirse en Tepic para ayudarlo a recuperar el dominio de estas tierras.

Un fantasma es un eco, una historia contada hace muchos años, un nombre que no acaba de tener rostro, una presencia que se vuelve inasible por más que se le persiga; eso era el rey indio que habría de aparecer el 6 de enero: un personaje sin rostro, al que el rumor y la imaginación habían vestido con cacles, peto y máscara de oro.

Las cartas que circularon en ese inicio de año, no dejaban lugar a dudas: se trataba de una rebelión que llevaría al rey de la máscara de oro al dominio completo de la Nueva España:

Una de esas misivas mencionaba abiertamente los preparativos para una rebelión con el apoyo de los indígenas: “Noticia a todos los gobernadores o alcaldes de todos los pueblos de indios de este reino de Indias, que para la entrada en el pueblo de Tepic os esperará el día 5 de enero del mes primero de este año de uno a orillas de Tepic a la parte del poniente en donde llaman Las Higueras de lo de Lamedo, sin ninguna excusa, con citación de todos los indios viejos y mozos para la compañía de mi entrada a Tepic , que soy el rey de Indias el día de Reyes, pues aunque sean soldados como no sean gachupines. Espero respuesta con el enviado, firmado por el escribano para dicha entrada a Tepic. Y también su bandera blanca con las armas que sean, lanzas, flechas, cortantes, hondas, palos o piedras. También encargo con el mayor sigilo y silencio sin que el alcalde mayor lo sepa y ningún vecino de Tepic lo sientan”. La misiva, además, indicaba que el mensaje tenía que enviarse a la población más cercana.

Así comenzó a prepararse la llegada del rey indio, que llegaría a restaurar, 280 años después de la caída de Tenochtitlan, un mundo menos duro para los naturales del reino.

¿QUIÉN ERA EL INDIO MARIANO? El rey de la máscara de oro tenía nombre: las mil y una voces que lo invocaban lo llamaban Mariano, y su figura fantasmal ya había aparecido en el pasado inmediato: al menos desde un año antes, corría la especie, en el reino de la Nueva Galicia —en la zona que hoy llamamos Jalisco y Nayarit—, particularmente en Colotlán, que aquel extraño rey, nacido tlaxcalteca, se hallaba en Durango. También se sabía, por boca de un indio de Zapotlán, que el rumor circulaba hacía ya tres años.  A mediados de 1800, indios de la localidad de Guaynamota contaron que por Tepic habían pasado dos indios con petos y calzado de oro. El rey indio, dijeron, había cruzado el mar para encontrarse con “el rey de España", quien intentó desconcertar al insólito visitante: la leyenda aseguraba que le habían puesto enfrente tres coronas: la de España, la de Perú y la de la Nueva España, con la promesa de que le regalarían esta última (y con ella el reino entero) si reconocía al monarca. El indio salió triunfante de la prueba y volvería para reclamar su premio. La historia circuló por todo el occidente del virreinato, aunque hubo quien afirmó, en ese naciente 1801, que la historia del indio rey tenía, por lo menos, treinta años de andar en las bocas de los indígenas.

¿Se sabía algo más acerca del indio Mariano?  Las cartas, naturalmente, pusieron en alerta a las autoridades virreinales de Nueva Galicia, quienes, además de conformar milicias destinadas a sofocar la rebelión, interrogaron a numerosos indígenas, en un intento por dar con la cabeza material de la insurrección: así, obtuvieron pistas, frases, aire apenas teñido de palabras: Mariano era “un rey antiguo de su nación”, de los días en que los naturales eran aún herejes. Más aún, averiguaron que muchos indios lo consideraban santo, que usaba la máscara de oro y que por eso no lo habían aprehendido. La incorporeidad del extraño rey remataba: “se aparecía a los indios y no a los españoles”. Hasta se contaba que se trataba del rey indio que “faltaba de los que fueron a Belén a adorar al niño Dios”.

Sí, era apenas un fantasma, pero, siguiendo a ese fantasma, ya había pueblos enteros movilizándose hacia las cercanías de Tepic.

EL ALZAMIENTO Y LA REPRESIÓN. Los llamamientos a la rebelión fueron notificados a la Intendencia de la Nueva Galicia, y a la Real Audiencia de Guadalajara, y como algunos alcaldes indígenas habían firmado una de las cartas dándose por enterados de la convocatoria,  fueron aprehendidos. Se iniciaron las investigaciones, sólo para descubrir que los pueblos de Tequepexpan, Xala de Arriba y Jomulco, previa reunión, ya estaban listos para levantarse. El alcalde indígena de Ixtlán, reportaron, tenía también la convocatoria, pero se negaba a entregarla o a explicar su contenido. En Santa María del Río, y pese a los esfuerzos del párroco para aplacarlos, los indios se habían declarado en franca rebeldía. De las costas llegó otro informe: ya estaba corriendo el plan para cercar Tepic. Si Mariano era poco más que una leyenda, la sublevación de los indios era algo muy real.

Por eso la acción represiva fue pronta: desde San Blas, desde Acaponeta, desde Guadalajara y otras poblaciones, partieron milicias hacia Tepic. Se agregó el cuerpo de Dragones de Nueva Galicia. Se armó así una tropa de 762 hombres, armados y con 8 cañones.

Lo cierto es que en enero de 1801, ocurrió aquella fuerte movilización indígena; se habló de indios coras, huicholes y tepehuanes entre los sublevados, y se dijo que era cosa de días para que llegasen, desde el norte profundo del reino, yaquis y yumas.

Hubo pequeños combates, escaramuzas apenas. Se tomaron prisioneros; unos 300 indígenas que fueron enviados a cárceles diversas. En 1806, aún quedaban en presidio una docena de indios rebeldes. Si bien es cierto que se procesó a Juan Hilario Rubio, natural de Colotlán, por haber sido uno de los promotores de la sublevación, al final nunca se dio con el indio Mariano, a pesar de que se le buscó por toda la Nueva España. Regresó a su condición de fantasma. Acaso no era más que un símbolo de numerosos resentimientos en el ánimo de los indígenas novohispanos, un símbolo tan fuerte que arrastró a pueblos enteros.

Mariano no desapareció, a pesar de haberse desvanecido entre las manos de sus persecutores de la Nueva Galicia. Nueve años más tarde, durante la campaña de Miguel Hidalgo, volverían a correr los rumores de que en ese ejército inmenso, esa especie de ciudad andante que era la tropa insurgente, iba el rey de la máscara de oro.

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