Opinión

Más precariedad laboral

Más precariedad laboral

Más precariedad laboral

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

No vuelven a la situación de antes, que era mala, sino a otra mucho peor. Miles de empresas han desaparecido y más de un millón de empleos se han perdido definitivamente. El país se encamina a una depresión económica no vista por las generaciones vivas.

México no es un país que soporte una alta tasa de desempleo abierto, por la sencilla razón de que mucha gente no puede estar un rato largo totalmente desempleada y buscando empleo. En los próximos meses, veremos que esa tasa no crecerá mucho, e incluso puede disminuir.

Lo que también veremos es que millones de personas pasarán de tener un empleo formal a uno informal (es decir, a perder prestaciones sociales de ley) y que otros tantos pasarán del empleo de tiempo completo al trabajo de tiempo parcial.

Unos datos: en mayo, la tasa de informalidad laboral pasó del 48% de la población económicamente activa al 52%. En el mismo mes, la tasa de subempleo fue de 30%, cuatro puntos porcentuales más que el mes anterior.

En otras palabras, los mercados laborales ahora expresan una precarización del trabajo todavía mayor a la que existía previa a la pandemia. Poco trabajo, mal pagado, a tiempo parcial, sin prestaciones.

Al mismo tiempo, la inversión fija bruta presentó en abril la peor caída de su historia, casi 29%. Faltan todavía los datos de mayo. El consumo privado interno se desplomó 20%. Se genera así una espiral perversa, muy similar a la ocurrida en la Gran Depresión de hace poco más de nueve décadas. Eso significa que la precarización del trabajo continuará por un largo rato.

La respuesta que han dado las autoridades gubernamentales se basa en dos expectativas que pecan de optimismo. Una es el papel del T-MEC en la promoción de inversiones y consumo; la otra, la capacidad natural de la economía para auto regenerarse con estímulos mínimos. Lo curioso, pero también trágico del asunto, es que se atienen a su majestad el mercado para que les haga el milagrito.

Hay un par de salvedades que hacen improbable que la economía se comporte en los meses siguientes como la palomita que pronosticó el secretario Herrera. Una es que, por más que la mexicana sea una economía jalada por las exportaciones, no hay novedades en el T-MEC que expliquen por qué ahora la recuperación tendría que ser más rápida y tampoco hay indicios de que la economía de Estados Unidos tenga un repunte superior al anticipado. La otra es que, en toda crisis, hay grupos importantes de empresas que mueren (cuando no sectores completos) y el proceso de su sustitución por nuevas empresas (o sectores) es largo, complejo y a menudo necesita de apoyos específicos. Sumemos que, tanto en México como en EU, la pandemia está todavía activa con la fuerza suficiente como para impedir el retorno a la normalidad económica y tendremos completo el coctel.

A diferencia de otros países en los que se instrumentaron estrategias de ingreso mínimo vital (no sólo ricos, también está por ejemplo Argentina, de similar desarrollo y con finanzas públicas mucho más endebles), se apostó a que cada quien se rascara con sus propias uñas durante la pandemia, porque la prioridad es el sueño guajiro de Pemex y no hay subsidio sin control político clientelar. El resultado es que muchos de quienes tuvieron la necesidad de salir para ganarse el sustento, lo hicieron, los contagios siguen y la economía no tiene ni para cuando regresar a como estaba.

¿Qué es lo queda de todo esto? Una economía debilitada, una población depauperada y una apuesta a que esa población quedará agradecida con los apoyos directos y que con eso bastará.

Pero no. La historia de las pandemias recientes se ha traducido en que los pobres son quienes pierden más. Y no sólo en vidas. Normalmente, aunque haya un empobrecimiento general, aumenta la brecha entre ricos y pobres. Y eso es lo que está en nuestro horizonte.

Esto se debe a que las pérdidas de empleo son proporcionalmente mayores en los trabajadores menos escolarizados, a que se trata de grupos sociales con menos capacidad de ahorro e inversión y, finalmente, a que suelen carecer de sistemas estructurados de protección social.

Estas pérdidas no se mitigan con la entrega de apoyos directos, cada vez más difíciles de financiar en un mundo de informalidad económica, por lo que apenas sirven para evitar la miseria. Se mitigan con medidas para el desarrollo que fomenten, a un tiempo, la inversión productiva y una distribución del ingreso menos desigual.

Pero eso es imposible si de lo que se trata es de autoengañarse con la idea heroica de que el mercado o el comercio con Estados Unidos nos van a salvar y menos cuando desde el púlpito presidencial se maneja la idea de una división entre los malos de arriba y los buenos de abajo (con el agregado de que no sabemos dónde se dibuja la línea divisoria).

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