
Hace 50 años, por razones que ya he comentado, recibí la tarea de escribir mi primera novela, Los juegos. Los editores al verla concluida se escandalizaron por el lenguaje áspero y la crítica a intelectuales y políticos de la época, muchos viven y los muertos siguen en el Olimpo Mexicano. Opté por publicarla yo mismo y produjo un sonado desmadre. Nadie se escapó de comentarla para hacerla pedazos o elogiarla. Mañana jueves 10, la Fundación Sebastián, A. C. me concede uno de sus distinguidos reconocimientos, lo recibo de manos del poeta Jorge Ruiz Dueñas y mis compañeros de premiación son Ignacio López Tarso, Silvia Pinal, Ida Rodríguez Prampolini y Jorge Guadarrama. Pienso, si considero la cantidad de homenajes, premios y reconocimientos recibidos, en los más de treinta libros que he publicado y en las cinco décadas que llevo de hacer periodismo y una intensa vida académica, que no tendría problemas en editar o reeditar algunos de mis libros. Pero no. Puertas cerradas. Sólo Lectorum ha visto con simpatía la posibilidad de darle nuevamente vida a algunos de mis libros. El problema, lo dijo hace poco el poeta Dionicio Morales, es mi brutal arranque y que de muchas formas he mantenido una actitud combativa hacia el sistema político-intelectual, con frecuencia tan de la mano.
Recordaré algunos comentarios de 1967, omitiendo los menos añejos como los de José Joaquín Blanco, Jorge Volpi, Mario Saavedra y Roberto Martínez Garcilazo.
Rafael Solana: “Los juegos ha alzado un revuelo que pocas obras literarias han provocado… Aunque tiene este libro sus páginas serias, y hasta tétricas (presos políticos, granaderos, la muerte de Jaramillo) lo que domina en él es la guasa; está escrito, en su mayor parte, con un desenfadado humorismo que deleitará al lector; el lenguaje es agilísimo; muy exacto, muy vigoroso, muy a la moda; la reconstrucción de algunas escenas de La dolce vita está llena de verismo y de colorido.”
José Agustín: “Es un volumen de 210 páginas, en donde se pone en solfa a los ‘antisolemnes’ entre comillas, golpeándolos con una prosa irónica, ágil, dueña de los registros del humor y la verdadera antisolemnidad.”
Antonio Magaña Esquivel: “Avilés demuestra que la ironía puede ser utilizada para ahondar nuestra realidad que el valor literario de su libro está en el estilo y en la protesta: que sabe despertar interés con su agilidad, humor y repudio de lo falso… Los juegos es una primera novela escrita como si fuera a ser la última, concebida, estructurada con una metodología del humor sobre el objeto específico de todo arte que es el hombre, su realidad humana, su universo inédito. Avilés Fabila ejercita un poder de esclarecimiento acerca del clan, de lo que el argentino llamó “la mafia”, y acerca de sus procedimientos y sus figuras características. En este ejercicio hay una esencia pendular que lo lleva del acto creador del relato a la reflexión sobre el propio acto y los actos de los demás; acaba por enfrentarse consigo mismo, con la firmeza del hombre que ha perdido su candor y distingue ya entre el arte y la publicidad, entre el día de la creación y el día del juicio final, entre las cursilerías de la zona casi roja y las de la que podría denominarse zona tricolor en el barrio de Tepito o de la Lagunilla... la única regla es que no hay reglas para Los juegos de Avilés Fabila. Lo que importa es el registro de un emplazamiento social con latido humano, lo mismo referido a las actitudes folklóricas ridículas que a los exorcismos malinchistas del clan o mafia... Se trata, en suma, bien visto, de un collage compuesto con coraje, con saña y con sarcasmo inteligente acerca de ese submundo hipócrita, cargado de supercherías, falsos valores, homosexuales, cosmopolitas, que según René Avilés Fabila viene a ser la mafia, el clan, ejemplo de juegos y maniobras consabidas.”
John S. Brushwood: “El sentido del humor es la característica que se evidencia de inmediato en la obra de Avilés Fabila. Si el lector cultiva un mínimo de interés bibliográfico, podrá darse cuenta de que la primera edición de Los juegos (1967) es una edición de autor y de que su segunda novela, El gran solitario de Palacio (1971), fue publicada en Buenos Aires. La asociación de estos fenómenos no es accidental puesto que el humorismo de Avilés Fabila es mordaz y lo sabe emplear para satirizar la vida cultural y política de su país. Las metaficciones publicadas en 1967 fueron respaldadas, de una manera interesante, por dos novelas satíricas del mismo año que se refieren a la vida literaria en México: Los juegos, de René Avilés Fabila y La mafia, de Luis Guillermo Piazza.”
Revista Claudia, director Vicente Leñero: “Los juegos ha conmocionado como nunca el cubículo de los monstruos sagrados, sobre todo al ponerles una bomba debajo de la cama a los más intocables... Después de René Avilés, cualquiera podrá lanzar granadas contra nuestros monumentales mitos... Inaugura con brillantez un aspecto que hacía gran falta en nuestra literatura: precisamente la novela moderna sobre política de altura, de ideas más que de simples actitudes.”
Humberto Musacchio: “... Los juegos es una bomba que explota en medio del ambiente intelectual mexicano: todos los que han alcanzado algún renombre son satirizados sin clemencia en un libro divertidísimo que reprocha a nuestra inteligencia la vida entre cocteles interminables que son un concurso de alabanzas mutuas mientras un líder campesino es asesinado con toda su familia en una humilde choza y un dirigente sindical ferrocarrilero se pudre en la cárcel. La mayor indignación proviene de quienes se cuelgan la etiqueta de intelectuales ‘de izquierda’.”
Zona Franca, Caracas: “... Esta novela o antinovela, compuesta a manera de collage como se dice ahora, expone Los juegos: es decir la actuación de una élite mexicana que reclama para sí la conducción política o cultural de su país, y a fin de mantener sus privilegios se repliega sobre sí misma, establece la red de su mafia, se auto-promueve y desbarata implacablemente cualquier tentativa que se proponga desenmascararla. En política se llega al asesinato físico. En letras y artes, a la falsificación de toda verdad, al engaño sistemático frente a espejos y proyectores, cámaras de televisión y de cine. Grotesca comedia de intereses creados, esperpentos, caricaturas de humanos, garabatos, muñecos deformes de la vanidad, la inversión sexual, la ambición de éxito fácil, la diarrea palabrera, la auto-suficiencia... Avilés evita ceñir su dibujo a alguna personalidad conocida. Su propósito no es el de atacar personalmente a tal o cual individuo sino el de describir un medio social determinado que vive de mentiras, falacias y autopropaganda. Los intelectuales le resultan máscaras vacías en quienes se atrofió toda intuición de autocrítica...
Esta novela no quiere ser ni un panfleto ni una narración alusiva con claves e intenciones particularizantes y directas, como se acostumbra en América Latina. Avilés crea una forma literaria, un modo de narrar, y por eso su tentativa no puede ser analizada y juzgada tan sólo en función de la intención crítica, sino del lenguaje, del estilo. Se piensa en los esperpentos valleinclanescos, en el expresionismo, en la farsa trascendente, en el poder deformante de la caricatura genial, en ciertos textos Dadá. Un humorismo adquiere por momentos visos fúnebres pero casi siempre se desborda en una facundia irresistible que provoca risa, una risa quizás un tanto nerviosa, reconcentrada, pero risa al fin. Y se admira: el lujo de inteligencia con que se burla de esa gente más inmadura que corrompida, más vanidosa que perversa; la penetración psicológica que le mueve a refundir en un rasgo, una respuesta, un enfoque tan expresivos como implacables, lo característico de alguno de los miembros de la farándula intelectual o burocrática; el dinamismo del lenguaje y su plasticidad, ese poder de sugerir con frases entrecortadas porque la fuerza de este libro no estriba propiamente en lo que sucede -el traspié, la caída, el empujón y otros recursos elementales. Sino en el modo de contar, de escribir. Estamos fundamentalmente ante un texto de creación literaria abierto, brillante, necesariamente demoledor y valiente, pero más empeñado en inventar un estilo que en atacar burdamente, que en ofender con mayor o menor eficacia...”
Al recibir la distinción de la Fundación Sebastián, A. C., recordaré que hace 50 años, exactamente escribía esa novela contracultural que resultó maldita, pero que me divirtió mucho.
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