Opinión

Mi semana con el MoCoSo

Arturo Ramos Ortiz
Arturo Ramos Ortiz Arturo Ramos Ortiz (La Crónica de Hoy)

A mis amigos chairos

(Esta semana descansamos)

Algún sabio estadístico, desde su cubículo en Aguascalientes, decidió que mi hogar, esposa y un servidor, vamos a representar a unos cientos de hogares en la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares del INEGI, incluyendo su Módulo de Condiciones Socioeconómicas o MoCoSo, como se le llama en confianza.

También representaremos a viviendas que, teóricamente, tienen un comportamiento similar.

Controvertido, jaloneado entre directivos de organismos autónomos que, haciendo las veces de padres de niño no deseado, su comportamiento fue motivo de desacuerdos y peleas. Como todos los tutores en esta situación, los del MoCoSo optaron por salidas largamente probadas en el manejo de estas crisis: uno se fue de vacaciones (seguro a prístinas playas que le hicieran olvidar al vástago) y el otro se quedó vociferando que nunca debió creer en las promesas que le pintaban un futuro compartido y feliz (igual hasta le habló a la mamá para quejarse).

Y allí quedó el MoCoSo, con mala fama, en calidad de niño problema.

Como en muchas ocasiones pasa, fueron las niñeras las que se han hecho cargo del asunto.

15 años sin Monsiváis
15 años sin Monsiváis
Por: Edgardo Bermejo MoraJune 20, 2025

Una de estas niñeras INEGI llegó a casa a presentarme al MoCoSo durante la semana que termina. Sabedora, quizás, de que el desarrollo futuro del hoy niño problema descansa en ella y quienes como ella lo pasean por las calles de pueblos y ciudades, acometió su misión comprometidamente.

Al no encontrar a nadie en mi hogar-vivienda seleccionada, dejó una sentida carta en la que expresaba la importancia de que cediera “un poco” de mi tiempo al MoCoSo: “Debo informarle que dentro de esta zona habitacional, se encuentran viviendas que han sido elegidas de manera aleatoria, mediante métodos complejos, para la aplicación de entrevistas y por ningún motivo pueden sustituirse por otras, debido a que esto afectaría...” Sí, al MoCoSo.

Un poco herido en orgullo (a nadie le gusta ser equiparado con otros cientos), me entregué a la teoría del complot. “Seguro el matemático  Vielma me puso en la lista de encuestados como venganza por aquella vez que cenó en casa y le di el pedazo de salmón más pequeño”, fue la primera hipótesis.

Una noche después me encontré al vecino de la planta baja (que recoge diariamente la leche Liconsa que le otorgan a la suegra para darla a su gato gordo), y me dijo que la jovencita del INEGI había estado esperándome en la acera hasta las 10:30 de la noche. Me dejó un teléfono. Subí las escaleras que conducen a mi departamento con una idea en la cabeza: al menos le pone empeño. También pensé en que debieron elegir a mi vecino Javo, ese sí es un caso común.

Al final, previo acuerdo, me encontré con la niñera INEGI durante el almuerzo, la única hora en que mi esposa y yo coincidimos durante el día. El MoCoSo iba de la mano de la niñera. La niñera, abundante, pausadamente y observando nuestras reacciones, explicó la necesidad de que este país tenga datos claros sobre cómo somos y cómo vivimos. La eficacia de los programas sociales va de por medio, señaló.

Explicó (midió) durante la argumentación que yo, mi esposa y mi hogar somos insustituibles para el MoCoSo... Nadie más debía darle información, sólo nosotros, yo, mi hogar entre miles y miles. Mmmm... El asunto ya sonaba mejor.

Al fin, puso al MoCoSo al frente y resultó ser gordito, muy gordito. Suficiente para que el ir y venir de preguntas y respuestas durara dos horas al menos.

Así es, atender al MoCoSo es latosillo.

El MoCoSo se interesa por gastos fuertes y por gastos nimios y devela con meticulosidad nuestros hábitos diarios de compras. Que si voy al café tres veces al día, que si voy a la tienda a comprar cigarros, que si pago despreocupadamente con una tarjeta de crédito que, al cotejar la promesa de pago contra mi sueldo, es evidente que no terminaré de saldar nunca.

Y el MoCoSo termina por preguntar sobre lo que resulta a todas luces superfluo (dos piernas de pollo que, empaquetadas con gracia, valen lo que un cuerno de rinoceronte; un paquete de pescado con el que se compraría un cardumen a granel). No es que el MoCoSo busque avergonzarnos, pero sus preguntas logran ese efecto si se le contesta con verdad.

Al final, los gastos exageradamente superfluos, el pago de abogados para resolver las bobadas de mi hija, la ausencia de redes de protección (seguros, pensiones, ahorros) en los malabarismos económicos de mi esposa, míos y de mi hogar-vivienda salieron a la luz… Vaya, tan deprimido estaba que al final quería una urna para votar por El Peje (parece que la niñera también).

Satisfecha y con el MoCoSo bien alimentado, la niñera me agradeció mi participación y se lo llevó a conocer a unos vecinos cercanos.

“Con razón no lo quieren sus papás”, pensé mientras veía a la niñera alejarse por una calle narvartina.

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