Opinión

Moléculas venenosas

Moléculas venenosas

Moléculas venenosas

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Partículas finas, perturbadores endocrinianos, pesticidas, herbicidas, medicamentos, plásticos y microplásticos… El número y diversidad de compuestos químicos producidos por el hombre ha crecido exponencialmente a partir de la revolución química de principios del siglo XX. La reglamentación Reach (Registration, Evaluation, Authorisation and Restriction of Chemicals) tiene actualmente registro de 143 mil sustancias utilizadas en la Unión Europea y que la producción mundial de químicos se multiplicó por 300 desde 1970. Ante este alud de moléculas utilizadas en industria, agricultura, textiles, electrónicos, pinturas, medicina, cosméticos y productos alimentarios no existe capacidad para evaluar la toxicidad de todas ellas para la salud humana o para los ecosistemas.

Un agudo estudio mundial (Landrigan et al, The Lancet 2017) reporta una mortalidad de poco menos de 50 a más de 300 personas, por cada 100 mil habitantes, debida a la contaminación en todas sus formas, siendo África central, Europa del Este y la India las zonas más vulneradas. La Organización Mundial de la Salud (OMS/ONU) reporta que el número de muertes causadas por la contaminación del aire superó, en 2018, 2 millones de personas en el sudeste de Asia y otros 2 millones en la zona Pacífico occidental, más de un millón en África, alrededor de medio millón en el Mediterráneo oriental y otro tanto en Europa, así como 300 mil en América. La contaminación del agua produce que alrededor de 15 personas mueran en América Central y Sudamérica, pero más de 100 y hasta 200 en África central, anualmente, por cada 100 mil habitantes. Por lo que corresponde a agroquímicos, la agencia Eurostat informa sobre los mayores consumidores de pesticidas que los utilizaron en 2016: España, 77 mil toneladas; Francia, 72 mil; e Italia 60 mil. Y de la escandalosa contaminación por plásticos en tierras, aguas y mares, el estudio de referencia (Jenna Jambeck, 2015) de la Universidad de Georgia, E.E. U.U., reporta 8 millones de toneladas de residuos plásticos vertidos en los océanos durante 2010, lo que puede llegar a 80 millones en 2025 si no se aplican políticas eficaces para modificar las tendencias.

Las partículas finas, producidas sobretodo por la quema de combustibles fósiles (que habría que dejar bajo tierra; Glocalfilia 17/04/2019), contaminan el aire que respiramos en las ciudades, sobre todo en las zonas aledañas a grandes vialidades. Las más pequeñas (PM2.5) llegan a los alveolos pulmonares y de ahí al torrente sanguíneo, causando cánceres y otras enfermedades.

Los perturbadores endocrinianos se cuentan entre las moléculas venenosas más preocupantes. Sustancias químicas que afectan el sistema hormonal de las personas (no solamente de insectos o hierbas que la gran agricultura industrializada elimina para mantener sus niveles de productividad). Y se encuentran por todos lados. En los alimentos, los esprays, los retardadores de flama que se integran en mobiliario y aparatos electrónicos, revestimientos de cazuelas de cocina, ropa, etc. Uno de tantos, de uso muy extendido, el perclorato, se encuentra en combustibles, fuegos artificiales, automóviles o empaques alimentarios; pero inhibe la capacidad de la tiroides para asimilar el yodo.

Aunque de muchas haya sido posible establecer la toxicidad para las personas, resulta imposible reconocerlo para tantas moléculas antropogénicas. Lo que sí está claro es la presencia de muchas de ellas en el cuerpo humano y la correlación con el incremento de cánceres y otras nuevas enfermedades del milenio. La legislación, muy diversa según el país en cuestión, ha adoptado un enfoque de máximas concentraciones permisibles, suponiendo que si éstas se mantienen por debajo de ciertos límites se elimina el riesgo para la salud y para el funcionamiento de los ecosistemas.

Pero la cuestión, para muchísimas sustancias químicas, no es en qué cantidades podemos sobrevivir a ellas en nuestros cuerpos y en el medio ambiente, sino que simple y llanamente no deberíamos utilizar. Como fue el caso del DDT utilizado como insecticida, o del dietilstilbestrol (DES), estrógeno sintético utilizado a partir de los 1960 para prevenir abortos espontáneos. Y como es ahora el caso del glifosato y de los neonicotinoides.

En fin, además que muchas de estas moléculas, venenosas, malogran nuestra salud e incrementan nuestra mortalidad, han perturbado profundamente el funcionamiento de los ecosistemas causando, entre otras, una masiva extinción de insectos (Glocalfilia del 03/04/2019) y colocan bajo riesgo de colapso a nuestra civilización industrial.

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