
"Yo estudiaba en el Parque Lira el segundo año de labores domésticas: bordado, corte, confección, etcétera. Como hija de familia que soy, mi vida transcurría sin grandes sobresaltos entre mis alegrías de hogar y mis preocupaciones de colegiala. Jamás pensé ser actriz y menos de cine”, expresó Lupita Tovar en una entrevista en Estados Unidos.
Era octubre de 1928 cuando fue elegida por Robert J. Flaherty, director de la aclamada La esfinge de los hielos (1925), quien vino a México para encontrar a la actriz de su nueva película Nanook del desierto, la historia de una india hopi.
El cineasta llegó a México por recomendación de la productora Fox, quienes estaban maravillados con talentos como Dolores del Río y Raquel Torres. De entre decenas de aspirantes que probaron suerte en los estudios México Film de Jesús H. Abitia en Chapultepec, escogió a Delia Magaña y a Lupita Tovar, ésta última llevada por su director de Educación Física tres días antes de que cerrara la fecha.
Lupita nació en Rincón Antonio, en el Istmo de Tehuantepec (Oaxaca); de niña, durante la Revolución, su familia se trasladó a la Ciudad de México y mientras Plutarco Elías Calles disfrazaba su poder en la presidencia de Emilio Portes Gil y se iniciaba una guerra religiosa en México, la joven actriz se inició como estrella de Hollywood. Allá donde se preparaban directores como Fernando de Fuentes, Emilio Fernández, y Roberto y Joselito Rodríguez se actualizaban en tecnología sobre el cine sonoro.
En 1926, Warner apostaba salir de una crisis financiera al adicionar a sus películas efectos sonoros y música logrados con el sistema Vitaphone, primero con el ensayo de Don Juan, dirigida por Alan Crosland y posteriormente con El cantante de jazz, la primera gran cinta sonora de la historia. Mientras, en México, el cine mudo atravesaba una crisis provocada en parte por la llegada de filmes extranjeros (la mayoría de EU) y la censura que impedían la exhibición de filmes nacionales.
Entre 1927 y mayo de 1929 se exhiben en México las primeras cintas sonoras con sistemas como el Phonofilm de Lee De Forest. Filmes como Submarino, de Frank Capra y La última canción, con Al Jolson, permiten al cine renovarse mientras que algunos mexicanos hacían cine mudo musicalizado con pianolas y fonógrafos.
Plutarco Elías Calles dejó el poder en manos de Emilio Portes Gil pero maniobraba las decisiones políticas, lo que también implicó la fundación de una poderosa organización política (Partido Nacional Revolucionario, convertido después en Partido Nacional de la Revolución Mexicana y en Partido Revolucionario Institucional). En esa época la crisis del cine mexicano llegó a exhibir sólo tres películas anuales (imposible ver alguna película en torno a la Guerra Cristera), pero nuevamente se tomó al cine como una forma de impulso del nacionalismo.
En 1928 se creó la fallida Asociación Cinematográfica Mexicana (ACM), encabezada por el director Luis G. Peredo con el propósito de impulsar la producción nacional. No produjeron ninguna, pero la iniciativa fue aprovechada por el gobierno que vio en la llegada del cine sonoro una oportunidad.
Para cuando llegó el Presidente Pascual Ortiz Rubio se había cultivado la idea de proteccionismo al cine nacional, aun sin haber películas (su toma de protesta había sido filmada con un sistema de sonido importado de Hollywood). Creó un arancel, en julio de 1931, para las cintas extranjeras, que ya contaban en el país con distribuidoras cuyo poder en el mercado logró que el presidente se retractara de sus medidas. Pero Ortiz Rubio, con la firme idea de que México tenía que desarrollarse en toda clase de industrias, creó la Compañía Nacional Productora de Películas y actualizó un estudio de cine en Chapultepec, construido en 1922 por el cinematógrafo Jesús H. Abitia.
Los empresarios de la Nacional Productora, encabezados por Juan de la Cruz Alarcón, partieron a Hollywood para contratar a los hermanos Rodríguez Ruelas en calidad de sonidistas. En Estados Unidos el talento mexicano era aprovechado y figuraban actrices como Dolores Heredia, Ramón Novarro y una joven Lupita Tovar (en diminutivo para no ser confundida con la también mexicana Lupe Vélez), quienes eran estrellas debido al fenómeno llamado “cine hispano de Hollywood”, que era la de hacer varias veces la misma película en idiomas distintos para exportarlos.
En EU la Nacional Productora llegó a un arreglo con el actor español Antonio Tony Moreno, conocido sex symbol y famoso actor de la era muda del cine (actuó junto a Greta Garbo, Pola Negri, Gloria Swanson o Clara Bow), para dirigir el más ambicioso proyecto del cine mexicano hasta entonces que era la segunda adaptación de Santa (la primera fue muda en 1918), novela del escritor mexicano Federico Gamboa. Su única experiencia como director era The Veiled Mystery (1920), donde también fue el protagonista.
El proyecto incluyó también al canadiense Alex Phillips; se contó con la música original del célebre compositor Agustín Lara y reclutó a actores nacionales con experiencia en el cine de Estados Unidos, entre ellos a la actriz Lupita Tovar, quien ya había saltado a la fama por su papel en la versión hispana de Drácula y por la cinta muda The Cat Creeps, en donde se le adjudicó su apodo de la “novia de México”.
En dicho largometraje, con el que México debutó en el cine sonoro, Lupita interpretó a una mujer humilde y de una belleza inusual que vive en Chimalistac, un poblado a las afueras de la Ciudad de México. Su belleza atrae a Marcelino (Donald Reed), un soldado que la engaña y después la abandona. Santa se encuentra sola, su familia la rechaza y es expulsada de Chimalistac. Para sobrevivir, Santa se ve obligada a emplearse en un prostíbulo, hecho que la convertirá en una mujer cínica y desgraciada.
La cinta se estrenó el 30 de marzo de 1932 en el cine Palacio, donde se mantuvo por tres semanas, lo cual, en esa época, significaba todo un éxito comercial. En la premiere estuvo presente el presidente Ortiz Rubio con el fin de otorgar su respaldo a la inminente creación de cine sonoro nacional, además de que el contenido se adaptaba perfectamente a los reglamentos de censura y daba un mensaje moral, pues Santa moría pagando sus pecados y su desviación de las reglas sociales.
Ese año también se estrenaron dos cortos sonoros: Un espectador impertinente, de Arcady Boytler, comedia exhibida el 25 de mayo de 1932 en el cine Olimpia, y Semana de los deportes, en el Palacio. Era el inicio de una época prodigiosa.
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