Opinión

Neoliberalismo y neopopulismo en América Latina

Neoliberalismo y neopopulismo en América Latina

Neoliberalismo y neopopulismo en América Latina

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Los últimos meses han sido bastante agitados en América Latina. El jaloneo comenzó en Perú con el enfrentamiento entre el presidente Martín Vizcarra y el Congreso (controlado por la oposición). El 30 de septiembre, el mandatario peruano disolvió al Legislativo. A su vez, éste respondió suspendiendo a Vizcarra; nombró en su lugar a la vicepresidenta Mercedes Aráoz. Al día siguiente, 1 de octubre, Aráoz renunció. Vizcarra emitió un decreto para convocar a elecciones congresales extraordinarias para el 26 de enero de 2020.

Como dicen Andrea Zarate y Nicholas Casey (“La Crisis política que secuestró a Perú”, The New York Times, 4/XII/2019): “Gran parte de la crisis política puede ser atribuida a Odebrecht, una empresa constructora brasileña que prosperó durante el auge económico... En 2016, Odebrecht admitió haber pagado cientos de millones de dólares en sobornos para contratos que había conseguido por toda América Latina. Entre los implicados en las investigaciones derivadas estuvieron dos alcaldes de Lima, varios legisladores y casi todos los expresidentes peruanos vivos.”

En Ecuador, las movilizaciones sociales comenzaron el 2 de octubre, como reacción a las medidas económicas tomadas por el gobierno de Lenin Moreno, en particular el aumento al precio de la gasolina. Las protestas se extendieron por todo el país. Finalmente, gracias a la mediación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 13 de octubre hubo una reunión entre la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie) y el gobierno. Allí se acordó la derogación del decreto 883, que incluía la eliminación del subsidio a la gasolina.

En Chile, las protestas fueron provocadas por el alza a las tarifas del sistema público de transporte de la capital, Santiago. Esta medida entró en vigor el 6 de octubre. En un acto de rebeldía, los estudiantes se organizaron para evadir el pago del Metro. El ejemplo se propagó; intervinieron los carabineros, y hubo enfrentamientos. La situación se agravó el viernes 18 de octubre, cuando las protestas y disturbios se extendieron a lo largo de la nación; para el 23 de octubre, el estado de emergencia se había declarado en quince de las dieciséis capitales regionales.

Lo curioso del movimiento chileno es que no tiene líderes y enlaza a todo el espectro social: clases bajas, medias y altas. Los detractores de la lucha refutan: “Sólo son treinta pesos de aumento.” La respuesta en las calles es contundente: “No son treinta pesos, son treinta años.” Y es que, si bien el 11 de marzo de 1990, Augusto Pinochet abandonó la Presidencia, dejó vigente una Constitución que no contempla los derechos sociales a la educación y la salud. Según el dogma neoliberal impuesto en ese país a raíz del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, se privilegia la libertad de quienes pueden proveer esos servicios y quienes pueden pagarlos. La rebelión de hoy en día es el desmentido más contundente de ese inexistente “mundo feliz.” La demostración del rotundo fracaso del neoliberalismo.

Chile se encamina al establecimiento de un poder constituyente que borre los vestigios de la dictadura y el neoliberalismo.

Pasemos a Bolivia: en los comicios del 20 de octubre, con el 83% de los sufragios contados, a Evo no le alcanzaba para evitar la segunda vuelta, vale decir, o ganar con el 51% de los votos o llevarle más de 10 puntos a su más cercano perseguidor, Carlos Mesa. De repente (como en México en 1988) el sistema se cayó; al día siguiente, con el 95% de las boletas contadas, el Tribunal Supremo Electoral le dio la victoria a Morales por unas décimas más del 10%.

El fraude electoral desató la ira de los opositores y no cesó hasta que el comandante de la Fuerzas Armadas, William Kaliman, le sugirió a Evo, el 10 de noviembre, hacerse a un lado para destrabar la crisis política. Así, Morales vino a parar a México. Ahora son sus correligionarios los que protestan aduciendo un golpe de Estado.

Lo cierto es que, como dice Luiz Inácio Lula da Silva: “Mi amigo Evo cometió un error al intentar un cuarto mandato como presidente.” Cierto, ahora está en el exilio y dejó tras de sí a un país fracturado.

Los casos de Chile y Bolivia son paradigmáticos: el primero está en pie de lucha por el hartazgo de los rigores del neoliberalismo; el segundo ha caído en la ingobernabilidad después de casi catorce años de neopopulismo.

La pregunta de rigor es la siguiente: ¿no hay más que dos sopas? La verdad es que existen otras alternativas. Simplemente, miremos lo que han logrado hacer los portugueses, de quienes, extrañamente, no se habla mucho en México.

El domingo 6 de octubre, Antonio Costa, del Partido Socialista, se alzó con la victoria electoral. Fue el premio a una gestión exitosa de la economía (Portugal está creciendo por encima de la media europea) y de una política de coalición, no neopopulista ni neoliberal, que estabilizó al país (“La Jerigonza”). Como Primer Ministro contó con el apoyo del presidente Marcelo Rebelo, un estadista hecho y derecho.

Habría que extraer lecciones de los buenos ejemplos.

José Fernández Santillán

Twitter: @jfsantillan

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