Opinión

No pasarán

No pasarán

No pasarán

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Una de las primeras lecturas sobre la jornada electoral de ayer en España fue la participación histórica. Casi un 76 por ciento de los 36 millones de españoles con derecho a voto se tomó la molestia de acercarse a las urnas o de votar por correo, una cifra nueve puntos por encima de las pasadas elecciones. ¿Qué ocurrió? ¿Qué hizo despertar de la apatía de votar a tantos españoles desencantados? ­Ocurrió que miles de ellos resucitaron un lema tan legendario como doloroso: “No pasarán”. Ya una vez pasó a cañonazos la extrema derecha, de la mano del dictador Franco; esta vez no podían permitir que los herederos del franquismo, de la mano de Vox, se convirtieran en la llave para el futuro gobierno de España.

Que era inevitable que la extrema derecha se colase en el Congreso de los Diputados de Madrid nadie lo ponía en duda. La anomalía era que España no hubiese sucumbido antes a la extrema derecha, instalada en casi todos los países de Europa, y que no se hubiese contagiado del discurso populista y xenófobo de líderes como Donald Trump, el italiano Matteo Salvini o el brasileño Jair Bolsonaro.

Es cierto que Vox logró ayer 24 diputados, una proeza, si se tiene en cuenta que era un partido casi desconocido hace dos años, pero también lo es que no logró los 40 diputados que pronosticaban las encuestas y que podrían haber facilitado un gobierno liderado por el PP. De hecho, la segunda lectura de las elecciones de ayer es que el votante conservador moderado vio como una traición la estrategia de su candidato, Pablo Casado, de aliarse con la extrema derecha. Por eso el histórico Partido Popular, el que llevó a la Moncloa a José María Aznar y a Mariano Rajoy, cosechó ayer sus peores resultados de la historia. Una debacle en toda regla.

Los españoles votaron ayer “no pasarán” a la peligrosa alianza que quería el PP con Vox y Ciudadanos. Sin posibilidad matemática de sumar los 176 necesarios para gobernar, la “reconquista” de la España católica y machista que ambicionaban Pablo Casado y Santiago Abascal no será posible, de momento. No hay que olvidar que Casado y Abascal se pelearon en campaña por ver quién atacaba más al presidente mexicano por haber exigido al rey Felipe VI que pidiera perdón por la conquista. “Deberían estar agradecidos por haber sido conquistados por los españoles”, llegó a decir el líder de Vox.

Por tanto, ayer se impuso el discurso progresista y sensato de Pedro Sánchez, frente al apocalíptico de la derecha. Hasta aquí las buenas noticias. La mala noticia es que al candidato socialista tampoco le salen las cuentas para poder gobernar con estabilidad los próximos cuatro años.

La suma de PSOE y la coalición de izquierda Unidas Podemos (escribí bien: es Unidas, no Unidos) da un total de 165 escaños, por lo que necesitarían once más para los 176 de la mayoría absoluta. El problema para Sánchez es que si se los pide a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), que logró un excelente resultado con 15 escaños, ese partido puede exigirle a cambio un referéndum de independencia para Cataluña. A modo de advertencia, el líder socialista advirtió ayer (sin decirlo explícitamente) que ésa es una línea roja que no va a cruzar, porque significaría su suicidio político, ya que millones de votantes del PSOE se sentirían traicionados.

Llegados a este punto, sólo se vislumbran dos salidas.

La primera, que ERC entienda que a Cataluña le irá infinitamente mejor con el PSOE en el poder, que con la derecha española. Para ello tendría que renunciar (de momento) a la independencia de Cataluña. A cambio de apoyar a Sánchez, podría pedirle más autonomía a esa dinámica región y un indulto al líder, Oriol Junqueras, que enfrenta  una larga condena precisamente por intentar la secesión unilateral de Cataluña.

La segunda salida para Sánchez sería una alianza del PSOE con Ciudadanos (188 escaños). Pero el líder de esa formación liberal, Albert Rivera, reiteró cada día de campaña que lo último que haría sería ayudarle a formar gobierno. Llegados a este punto, al candidato socialista le quedaría un as bajo la manga: convencer al candidato de Ciudadanos de que, si no le apoya, se vería obligado a otro adelanto electoral (lo último que quieren los españoles), o peor aún, a ceder a todas las exigencias de ERC.

El futuro del gobierno de España estaría, por tanto, en manos de Rivera, el catalán que odia a los separatistas catalanes. Tendremos noticias de él los próximos días.

fransink@outlook.com