Aparentemente somos conservadores o tradicionales, pero en realidad somos comodinos, no nos gusta salirnos de nuestra zona de confort y la mayor parte de las veces es el miedo a lo desconocido lo que nos frena a vivir experiencias en ocasiones inimaginables de alegría.

Rechazamos todo lo que desconocemos en primera instancia, limitando nuestro aprendizaje del mundo que vivimos. Así, si nuestras verdades son limitadas, nuestros horizontes también lo serán.

Anhelamos y buscamos con añoranza las costumbres de nuestros antepasados. Como si lo hubiéramos vivido,  afirmamos que las comidas de antes eran mejor que las de ahora, que las personas se vestían mejor en comparación al descuido en el vestir de la actualidad; que antes sí había buen cine, no como ahora; que los maestros  eran mejor que los de hoy; que las mujeres y hombres de antes sí lo eran de verdad, en cambio ahora… Y la verdad es que las usanzas en los pueblos son repetitivas. Muchos hábitos anteriores vuelven a estar de moda y todo se repite en un círculo interminable.

Debemos permanecer alertas porque en contraposición con lo anteriormente dicho, las personas también están ávidas de las novedades y rarezas, llevados por ese entusiasmo con frecuencia se afanan en supercherías que no les aportan nada, le asignan valor a los amuletos, brindan su creencia a los prestidigitadores, y a los falsos sanadores. Todo esto acaba dañándoles en lugar de ayudarles, tanto física como económicamente. En realidad lo hacen por miedo a no enfrentar sus circunstancias con objetividad y re-encauzar su vida con confianza y fe. Por no reconocer que su desconexión del Creador es lo que propicia todos sus infortunios.