En Nicaragua, los sandinistas viven dos realidades frente al coronavirus. La familia presidencial cumple a pie juntillas las recomendaciones de la OMS para no contagiarse ni propagar el coronavirus.

Sin embargo el exguerrillero sandinista reconvertido en dictador se niega a poner el país en cuarentena.

Ortega, de 74 años, a quien no se le ve desde el pasado 12 de marzo, cuando participó, desde su residencia, en una teleconferencia con sus homólogos centroamericanos, sigue sin suspender las clases y auspiciando actividades culturales, deportivas, religiosas, tradicionales y de entretenimiento.

Sus nietos, sin embargo, una veintena, y que estudian en el exclusivo colegio Alemán Nicaragüense, dejaron de asistir a clases debido a que éstas fueron suspendidas temporalmente porque es privado.

Su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, tampoco da la cara y gobierna el país por teléfono.

Ortega y Murillo tampoco encabezaron una marcha organizada por el Ejecutivo el pasado 13 de marzo y denominada “Amor en tiempos del COVID-19”, en la que miles de simpatizantes sandinistas se burlaron del coronavirus.