Opinión

¿Pachanga o junta conspirativa?

¿Pachanga o junta conspirativa?

¿Pachanga o junta conspirativa?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Fue menos bailongo que junta conspirativa la boda de mayo pasado que congregó a muchos de los más conspicuos integrantes del pasado régimen.

Eso deja entrever el que tal encuentro haya repercutido en la captura ni más ni menos que del poderoso anfitrión, el abogado Juan Collado, acusado de delincuencia organizada y lavado de dinero.

Algo muy grave se tuvo que haber dicho o maquinado en aquel cónclave como para que el famoso litigante haya pasado de cantar a dúo con Julio Iglesias a tener que soltar un do de pecho ante el Ministerio Público.

Fue aprehendido al salir de un restaurante donde departió —entre los acordes de un trío— con el líder sindical Carlos Romero Deschamps y otros amigazos, a quienes no cuesta trabajo imaginar ahora cantando aquel que tango dice Ladrillo está en la cárcel, el barrio lo extraña…

Es un enigma saber lo que se tramó o se dijo en el guateque de mayo, mas no es descabellado suponer que ese aquelarre motivó la advertencia presidencial de que existe un club de nostálgicos empecinados en restaurar el neoliberalismo.

Resulta hilarante el ver a decenas de exmiembros de la antigua clase gobernante apanicados con por el cambio de Collado de los trajes finos al uniforme color caqui.

Son legión: Expresidentes, gobernadores, procuradores de justicia, ministros de la Corte, diputados, senadores, empresarios, líderes sindicales.

Y tienen nombres y apellidos: Enrique Peña Nieto, Raúl Salinas de Gotari, Alfredo del Mazo, Diego Fernández de Cevallos, Aurelio Nuño, Luis Miranda.

Además, Manlio Fabio Beltrones y Alberto Elías Beltrán, éste acusado de extorsión por ese otro pájaro de cuentas que es Javier Duarte.

Y están también en tal club los ministros de la Corte, Eduardo Medina Mora, Luis María Aguilar y Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, entre otros invitados a la presumible conjura disfrazada de pachanga.

La captura del glamoroso jurista fue consecuencia, oficialmente, de la simple reactivación de una denuncia penal cuyos indiciados, seguros de su condición de intocables, quizá supusieron archivada para la eternidad.

Se necesita ser muy ingenuo, sin embargo, para creer que el engranaje de la justicia reanudó su funcionamiento por mera inercia, hasta prefigurar la pira que amenaza consumir o al menos chamuscar a varios de los más notables integrantes de la proverbial “mafia del poder”.

Merece vigoroso respaldo el gobierno federal, sin mezquindades ni regateos, en este lance contra verdaderos peces con escamas de oro.

Durante meses han proliferado voces exigiendo el fin a la impunidad. Y hechos, no palabras, ni menos aún amnistías, en el combate a la corrupción. Pasar el trapo húmedo en las más altas esferas del poder, antes que a los agentes de tránsito.

En virtud de tan clamorosa exigencia, no puede la sociedad comportarse con hipocresía en la actual coyuntura.

Los ciudadanos no podemos actuar como esos tianguistas que, al ver un ladrón en acción, llaman a la policía, y cuando ésta somete a toletazos al delincuente empiezan a lanzar gritos histéricos para que lo suelte.

Castigo, con la ley en la mano, a los culpables de corrupción es lo que se ha pedido con persistencia, y eso al parecer ha comenzado a concretarse. Qué bueno.

La inverosímil situación que atraviesa la antigua clase gobernante con uno de los suyos tras las rejas, no le ha impedido maniobrar para capitalizar el conflicto intergubernamental develado por la simultánea renuncia de Carlos Urzúa.

Durante siete meses el exsecretario de Hacienda diseñó y ejecutó la implacable política de recortes para finalmente aventar el arpa quejándose de ninguneo, y con una críptica acusación de conflicto de intereses dentro de la 4T.

Habla pésimo del ahora exfuncionario la supina vaguedad de su denuncia, por más que no se necesita perspicacia para dar con el principal destinatario de la acusación: Alfonso Romo.

No es improbable que Urzúa combine ahora su condición de catedrático con la responsabilidad de cuidar nietos; pero su enigmática acusación les dio parque a los más persistentes antagonistas del gobierno que él sirvió.

Por ello mereció el duro y justo reproche de Tatiana Clouthier, quien que lo tildó de irresponsable y cobarde por haber dejado “la víbora chillando” con su acusación a todos y ninguno.

Desde ámbitos de los allegados de Collado se deslizó la falacia de que los blancos son Manuel Bartlett y Rocío Nahle. ¡Pamplinas! Necedad de remover obstáculos hacia ese suculento pastel de negocios que es el sector energético.

El destinatario unívoco de la acusación del ahora docente es Romo, quien en efecto se haya en entredicho. En una situación que su jefe podría considerar legal, pero no moral.

¿Configura conflicto de intereses el que un empresario sea integrante del gabinete presidencial y con este carácter funja de cabildero y hasta de cicerone por los pasillos del poder para los miembros de su gremio, y desde luego para velar por su propio beneficio?

Desde luego que sí. Se necesitaría candor para creer que un empresario se abstiene de sacar provecho y abultar sus caudales gracias a su cercanía al poder. Pero, formalmente, Romo no se halla en conflicto alguno.

Entre octubre y noviembre del año pasado este regiomontano informó que dejó los cargos en ostentaba en cuatro empresas, por lo cual se dijo entonces, públicamente —lo sabe Urzúa—, libre de la tipificación del consabido delito de intereses.

Esta realidad jurídica le permitió a López Obrador decir que ni siquiera se emprenderá una investigación sobre la denuncia del extitular de Hacienda, pues sencillamente no hay situaciones como la denunciada. O, en todo caso, que se aporten pruebas.

Nos quiere ver la 4Tcara de bobos.

¿De verdad cree el Jefe del Estado que posible tener pruebas de cómo Romo, al participar en el diseño de políticas públicas en materia hacendaria, fiscal o de inversiones —por ejemplo—, y hasta en nombramientos de los funcionarios responsables de concretar esas políticas, podría estar engordando su propia chequera?

¿Procede de manera desinteresada el Jefe de la Oficina de la Presidencia, cuando acerca al Palacio Nacional grupos de empresarios que gestionan apoyos o buscan contratos?

Si el de Macuspana está convencido de que todo ello es posible por el simple influjo de su indiscutible honestidad, la cosa es como para ponerse a cantar con Julio La vida sigue igual.

aureramos@cronica.com.mx