Opinión

Palacio Negro

Palacio Negro

Palacio Negro

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Nadie conoce realmente cómo es una nación

hasta haber estado en una de sus cárceles.

Nelson Mandela

No crean que el título tiende a adjetivar ningún palacio en el que actualmente ocurran oscuros sucesos de la vida nacional. No. En realidad me referiré a una edificación con tanto peso histórico como carga simbólica negativa del pasado penitenciario de nuestro país que, desafortunadamente no es tan distinto del actual.

Jeremy Bentham, padre del modelo panóptico del sistema carcelario, ideó una edificación penitenciaria con una gran torre central, con visión diametral panorámica hacia todas las celdas de la cárcel, que permitía ejercer sobre las personas allí privadas de su libertad, una especie de control psicológico por asumirse permanentemente observadas, presas no sólo por su reclusión social física, sino además por la inexorable sujeción psíquica a la vigilancia;  incapaces de tener privacidad en ningún momento y ni qué decir de la imposibilidad de gestar un escape o cometer algún acto indebido.

Con ese modelo se edificó, en 1900, la cárcel ejemplar de México, el Palacio Negro de Lecumberri, modelo del sistema penitenciario más evolucionado en el que a la postre acontecieron miles de manifestaciones de la degradación social, no necesariamente de quienes en él se encontraban privados de su libertad; quiero decir que el deterioro debió ser paulatino y, por lo tanto, quizás imperceptible al principio, pero sensible al paso del tiempo.

El “Palacio” fue corroído por la corrupción, el abandono, el autogobierno y muchas de las personas recluidas pagaron con creces la sanción que en Derecho le correspondía, de la incipiente esperanza de reinserción social derivó la comisión de múltiples delitos y violaciones a derechos humanos.

Si creen que las fugas de centros penitenciarios en nuestro país son solo cosa reciente, se equivocan, eso ya se había visto hace casi medio siglo, aunque no por un conocido cartel mexicano, sino por un narcotraficante cubano, Alberto Sicilia Falcón quien logró escapar de esa prisión en 1976, a través de un túnel cavado pacientemente.

Destinado al fracaso por esta convicción represora que fue minando sus paredes, el Palacio Negro albergó también a presos políticos entre los que se cuentan, sólo por citar a algunos, a Siqueiros, José Revueltas y jóvenes manifestantes en el movimiento del ’68, todos ellos considerados presos de conciencia. Expresión que francamente nunca he entendido. Podrán ser considerados opositores al régimen, críticos del sistema, pero nunca sus rehenes y, por esa calidad, más libres de conciencia que cualquier otro.

Estoy convencido que no hay obra humana, por perfecta y acabada que parezca, capaz de resistir los embates de la propia acción o inacción humanas. El Palacio Negro es buen ejemplo. De modelo progresista a símbolo de perversión presuntamente causada, ¡adivine usted! por un desmedido crecimiento de la población carcelaria.

Apenas 8 años después de su fundación, Lecumberri había crecido exponencialmente su población, de 800 a 6, 000 personas.  El hacinamiento, un problema casi connatural a nuestras prisiones, trajo consigo otros como el déficit en la prestación de servicios, condiciones sanitarias deficientes, desorden, desgobierno, enfermedades, inseguridad para los propios reclusos, confrontaciones y muertes que significaron su propia extinción. Un problema desatendido, aun siendo minúsculo, es un caldo de cultivo para muchos más y mayores. Las prisiones son, en efecto, reflejo de nuestras naciones.

Como breviario cultural, permítanme compartir con ustedes algo que aprendí hace ya varios años en las charlas cotidianas que frecuentemente tuve con mi maestro y luego entrañable amigo, Rafael Martínez Morales, muy ilustre profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM, en donde le conocí. Palacio y castillo son dos cosas distintas. Ambas se distinguen entre sí por la finalidad para la que fueron construidos.

Palacio es uno que tiene un propósito residencial, como suntuosa habitación, normalmente de miembros de la realeza; en cambio, el castillo es una fortaleza, una construcción amurallada, con una estructura preponderantemente defensiva, precisamente para evitar invasiones de amenazas externas. Dirá usted si el Palacio Negro, más allá del adjetivo, lo fue.