Opinión

¿Pasó algo en el laboratorio P4 de Wuhan que China oculta?

¿Pasó algo en el laboratorio P4 de Wuhan que China oculta?

¿Pasó algo en el laboratorio P4 de Wuhan que China oculta?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Si hay algo que me pudiera dar más asco que un consomé de murciélago en un mercado inmundo de animales vivos de China sería sentir el aliento de la boca de Donald Trump a un centímetro de mi nariz; así de grande es la repulsión que siento por el presidente de Estados Unidos. Sin embargo, creo que no se equivoca cuando advierte que China no es la paloma inocente que dice ser en esta tragedia sanitaria planetaria que estamos viviendo. Otra cosa es que el ataque de Trump a China sea por su sucia estrategia de buscar un culpable que tape sus propios fracasos ante la crisis del coronavirus, para que nada dañe su victoria en las elecciones de noviembre.

Pero si no le cree (con razón) una palabra a Trump, busquemos otras voces nada sospechosas de actuar como peleles del mandatario republicano. El martes, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el ministro de Exteriores británico, Dominic Raab, sustituto del premier británico Boris Johnson (que sigue recuperándose de la neumonía causada por el COVID-19, que casi lo mata), coincidieron en señalar que “en China han ocurrido cosas que no conocemos” durante el inicio de la pandemia y exigieron una investigación “en profundidad”. Más comedida, pero buscando el mismo objetivo, la canciller Angela Merkel pidió a Pekín “más transparencia”.

Otra voz nada sospechosa de querer hacerle el caldo gordo a Trump es el diario The Washington Post. La semana pasada lanzó una noticia bomba firmada por el periodista de investigación, Brett Baier. Se titulaba así: “El paciente cero trabajó en un laboratorio y luego se mezcló con la población de ­Wuhan”. Según la información que recopiló de “múltiples fuentes”, el gobierno chino “destruyó pruebas para ocultar evidencias de la transmisión accidental del virus desde un laboratorio”, “desapareció” a los médicos y periodistas que advirtieron tempranamente sobre la propagación del virus, y lo más inquietante, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y su director general, Tedros Adhanom, ayudaron a China a cubrir sus huellas “desde el principio”. Este puede ser el “encubrimiento gubernamental más grande y costoso de todos los tiempos”, concluyó una de las fuente.

Si alguien vio la película All the president’s men (Todos los hombres del presidente), sobre cómo el Washington Post pudo derribar al hombre más poderoso del planeta en 1974, Richard Nixon, recordará que el legendario director del diario, Ben Bradlee, se negó a publicar nada que no hubiese sido confirmado por dos o tres fuentes. Así logró el periódico destapar los trapos sucios del mandatario republicano y así trata ahora el periódico de destapar al régimen de Xi Jinping por censurar y “desaparecer” a periodistas locales, como Chen Qiushi, sin rastro desde el 24 de enero. Qiushi fue uno de los pocos que se atrevió a principios de año a publicar lo que muchos decían en voz baja, que no se creía la versión de que el contagio ocurrió en un mercado de animales silvestres de ­Wuhan, la ciudad donde, casualmente, se encuentra el mayor centro de investigación de virus de todo el continente asiático.

Obviamente, Pekín tiene todo el derecho a protestar y negar la bomba lanzada por el diario de EU. Si Occidente exige a las autoridades chinas que ponga todas las cartas sobre la mesa, se le debería exigir al periódico que revele las fuentes para comprobar su veracidad, porque la denuncia es muy grave.

No se trata aquí de caer en el juego de los conspiranoicos de extrema derecha —ni es un virus extraterrestre, ni lo fabricó Bill Gates ni lo introdujo a escondidas en China un agente del Pentágono—; tampoco se trata de propagar la idea absurda de que China quería crear un arma biológica y se le escapó de las manos, pero algo muy grave ocurrió a finales del año pasado en Wuhan -ya sea en un laboratorio o en un mercado- que el régimen chino intentó ocultar durante semanas, y que ya ha contagiado a más de dos millones 600 mil personas, ha matado a más de 170 mil, y ha arrojado al mundo a la peor recesión económica que nadie vivo haya visto.

Y es que llueve sobre mojado. El 18 de mayo de 2004, la OMS mostró su “preocupación”, después de que dos científicos del Instituto Nacional de Virología de Pekín se infectaran con el letal coronavirus del síndrome respiratorio agudo severo (SARS), que apareció en 2002 en un mercado de animales vivos. En 2018, el Departamento de Estado de EU envió dos informes a la Casa Blanca, alertando de que el Laboratorio P4 de Wuhan estaba realizando pruebas muy peligrosas con virus extraídos de murciélagos y que dicho laboratorio —insisto, el más grande de Asia— no contaba con todas las garantías de seguridad para manipular virus tan contagiosos y potencialmente letales.

Y si finalmente el Washington Post se equivoca y el COVID-19 no saltó de un animal a un humano en un laboratorio y sí desde un mercado, como ocurrió en 2002 con el SARS, el mundo deberá cuestionar a la OMS por qué ha permitido en todos estos años que se siguiera consumiendo en mercados chinos animales portadores de virus y por qué en febrero, confirmada la epidemia causada por un virus desconocido y sin vacuna, criticó que varios países “estigmatizaran” a China, prohibiendo vuelos con ese país.

Si las autoridades chinas son tan chingonas para levantar campos de concentración donde “reeducar” en la ideología comunista a los musulmanes de la minoría uigur, también deberían serlo para clausurar, de por vida, los laboratorios que no son capaces de controlar y los mercados donde puedes comer junto a una jaula de murciélagos, pese a saber que son portadores de virus respiratorios letales para la humanidad.