Opinión

Perros 1

Perros 1

Perros 1

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

De niño tuve un perro llamado Dop. Me la pasaba cargándolo. En la visita de una de mis abuelas me dijo que le diera chance al pobre animalito porque si no se quedaría flaco y enteco. Era la primera vez que escuchaba esa palabra. Pero se le hizo chicharrón la boca a la abuela. En su primera vacuna, el veterinario le dijo a mi mamá que el frágil Dop sería un perro de talla grande y tan pronto supo la noticia se dio a la tarea de buscarle otro espacio hasta que por fin lo consiguió. De él me llegaban noticias a través de la hermana de mi madre, la tía Beti, que conocía a los nuevos propietarios de Dop; pero nunca lo volví a ver. Conservo una fotografía de él tomada por mi papá el último día que lo tuve en brazos. Lo recuerdo con mucho cariño porque se trató de mi primer perro: era criollo, de color blanco y motas cafés, juguetón y de buen carácter. Yo era muy niño e incluso, si mal no recuerdo, mis hermanos menores aún no nacían.

Braco 1

Varios años después, del tomo Gatos, Perros y Caballos de la enciclopedia temática publicada por Grolier: Mis primeros conocimientos, que aún conservo con sus forros de cartón, enfundados en tela roja e impresos a dos tintas, llegamos a la conclusión de que el mejor perro para la familia sería un cocker spaniel. Braco 1 fue un perro superjuguetón que nos acompañaba a todos lados, era muy querido entre nuestros amigos de los otros condominios horizontales del que rentaba uno mi familia, y hasta llegó a ser famoso en la cuadra.

Nos acompañó a muchas vacaciones y durante los veranos lo llevábamos con correa a jugar al parque donde, ya suelto, subía por la escalinata de la resbaladilla para deslizarse con nosotros hasta llegar al piso. Siempre estaba de buenas. Como buen cocker era glotón y pescaba trozos de guisado que le dábamos al vuelo cuando se distraía mi mamá.

Braco 1 era inteligente pero excesivamente confiado. Lo enseñé a echarse tras darle una orden y a perseguir a un gato que gustaba pasearse por una de las bardas perimetrales del condominio. Bastaba conque le dijera: “Busca, Braco, busca”, para que supiera que su amigo al que nunca le daría alcance pero que correría por el filo del muro hasta perderse en la propiedad contigua, lo esperaba paciente para iniciar el juego. Braco no salía del condominio a la menor provocación, pero si le quitábamos la vista de encima, se daba sus escapadas para olfatear un árbol cercano o ladrarle desde afuera a los perros vecinos. Una ocasión en la que tardamos en advertir su ausencia en el patio donde jugábamos todos los niños del condominio, salimos a buscarlo sin éxito. Así lo hicimos por una semana. Pegamos hojas ofreciendo recompensa a quien lo encontrara por toda la colonia. Cuando ya lo habíamos llorado y lo dábamos por perdido, un amigo del condominio nos juró que lo había visto entrar acompañado de una señora a una casa de la calle contigua. Mi mamá le pidió que por favor le dijera que en qué casa lo había visto y al llegar al lugar acompañada por casi diez chamacos, tocó el timbre. La señora descrita por nuestro amigo abrió la puerta y tras la explicación de mi madre fue por el perro. No fue difícil convencer a su cuidadora temporal de que era nuestro perro y con mucha tristeza nos lo devolvió. Después de algunos años, el perro murió atropellado en un accidente por el descuido de uno de mis hermanos. Esa ausencia era real.

Gásper

Pasaron algunos meses y nos regalaron un cachorro de pastor alemán blanco que duró poco en casa porque mis padres incurrieron en el mismo error de Dop: aceptar un perro que demandaría mucha actividad física y un buen espacio. A diferencia del Dop y Braco 1, a Gásper nunca se le permitió entrar a casa. De tal modo que sólo tenía un paseo vespertino y el resto del día lo pasaba en un pequeño patio que a medida que crecía el animal le quedaba más pequeño. Obvio, al menor descuido el Gásper salía del patio, atravesaba cocina, comedor y sala y si encontraba la puerta abierta cruzaba a toda velocidad el patio común y a corretearlo por la calle hasta darle alcance y traerlo de nuevo a su confinamiento, como el que observamos ahora nosotros, quizá más triste. Las veces en las que lograba evadir la puerta del minipatio, pero se topaba con la de casa cerrada, corría como loco por las dos plantas del condominio entrando y saliendo del baño, cuartos y terraza arrasando con todo lo que se interponía en su camino, como el mismísimo demonio de Tasmania, pero de aspecto mucho más ágil y juguetón. Una mordida a uno de mis hermanos y una escapada a la calle en la que fue más difícil la captura, fueron razones de peso para que mis padres le encontraran otro refugio.

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