Opinión

Plan de Iguala: en la recta final hacia la consumación de la Independencia

Plan de Iguala: en la recta final hacia la consumación de la Independencia

Plan de Iguala: en la recta final hacia la consumación de la Independencia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

A principios de 1821, Agustín de Iturbide era un coronel de 37 años, que había regresado al servicio hacía poco, después de un periodo de alejamiento a causa de un castigo impuesto por sus superiores. En sus memorias se atribuyó la autoría completa del llamado Plan de Iguala, a partir de su observación del momento político que vivía la Nueva España, a partir del restablecimiento de la Constitución de Cádiz, ocurrida el año anterior.

“El nuevo orden de cosas, el estado de fermentación en que se hallaba la península [España], las maquinaciones de los descontentos, la falta de moderación entre los amantes del nuevo sistema, la indecisión de las autoridades…” Todo eso, aseguraba Iturbide, encaminaba al reino a una nueva época de violencia. “…los americanos deseaban la independencia, pero no estaban acordes con el modo de hacerla, ni con el gobierno que debía adoptarse… muchos opinaban que, ante todas las cosas, debían ser exterminados los europeos y confiscados sus bienes; los menos sanguinarios se contentaban con arrojarlos del país, dejando así huérfanas un millón de familias; otros más moderados los excluían de todos los empleos, reduciéndolos al estado que ellos habían tenido por tres siglos a los naturales…” En suma, Iturbide avizoraba un recrudecimiento de las tensiones entre los novohispanos, muy similar a las persecuciones y asesinatos que habían ocurrido durante los primeros meses de la campaña insurgente.

Años después, Iturbide negaría con energía que el documento que después se conoció como el Plan de Iguala hubiese nacido en aquellas reuniones en el templo de la Profesa, pero sí admitió que lo consultó, después de haberlo dado a conocer, con “las personas mejor reputadas de los diversos partidos, sin que de una sola dejase de merecer la aprobación, ni recibió modificaciones, ni disminuciones ni aumentos”. Además, estaba seguro de contar con las condiciones para triunfar políticamente: tenía amigos en “todas partes del reino”, el aprecio y la lealtad de sus soldados. Creía, a principios de 1821, que si no surgía una iniciativa que intentara conciliar todos los intereses del reino, la Nueva España volvería a ser tierra ensangrentada.

“Formé mi plan, mío porque lo concebí, lo extendí, lo publiqué y lo ejecuté…me propuse hacer independiente mi patria porque éste era el voto general de los americanos…”. Y por eso, el gran valor del Plan de Iguala resultó ser el peculiar equilibrio que consiguió: todos los interesados en el futuro de la Nueva España encontraron en él algo que daba respuesta a sus intereses y a sus ambiciones.

¿QUÉ DECÍA EL PLAN DE IGUALA?

En los 23 artículos que contiene, el Plan de Iguala prometía mucho, tranquilizaba a muchos y dejaba cosas en la ambigüedad, pero que, para los efectos de la coyuntura, funcionó. El primer artículo dejaba sentado que la religión de la nueva nación habría de ser la católica, el segundo llamaba a concretar la independencia del reino, y el tercero sugería como forma de gobierno una monarquía sujeta a un orden constitucional. Se trataba, en el documento, de llamar a dejar atrás los enconos de los años recientes. “Americanos: ¿quién de vosotros puede decir que no desciende de español?” Visto a la distancia, el argumento resultaba falaz, pensando en la gran cantidad de habitantes del reino que habían vivido siglos englobados en el despectivo concepto de “castas”, pero Iturbide no les hablaba a ellos, sino a un núcleo criollo y mestizo, que había protagonizado el conflicto independentista.

Efectivamente, parecería que todo mundo quedaría contento: el Plan seguía reconociendo como monarca al español Fernando VII, o a alguien perteneciente a la casa real, que aceptase el congreso del nuevo país. Mientras se reunía ese congreso, habría una junta gubernativa, encargada de vigilar el cumplimento del Plan.

Entonces apareció el concepto de las Tres Garantías, que serían protegidas por el ejército que comenzó a configurarse en torno a Agustín de Iturbide: Religión, Independencia y Unión. El símbolo de aquel concepto sería una nueva bandera, una enseña nacional, confeccionada por orden de Iturbide allí mismo, en Iguala.

La memoria colectiva, incluso, conservó un nombre, José Magdaleno Ocampo, que sería el del sastre que produjo la nueva enseña, que fue entregada al regimiento de Celaya: las ideas Trigarantes quedaron reflejadas en los tres colores: verde, blanco rojo, dispuestos en franjas diagonales, y con una estrella en el centro de cada una de ellas.

ALGO PARA TODOS

Si algo revela la importancia del Plan de Iguala es que, ciertamente, le daba algo a cada quién: “Todos los habitantes de él [el Imperio Mexicano], sin otra distinción que su mérito y sus virtudes, son ciudadanos idóneos para cualquier empleo”. Así se terminaba el sistema que había mantenido alejados, durante siglos, a todos los no europeos, de la toma de decisiones esenciales para la vida novohispana. Todo mundo sería respetado en sus propiedades, sus personas y en sus fueros. ¿Quién podía pedir más?

Sí, lo había: ¿qué pasaría con las tropas insurgentes y realistas? ¿Cómo se articularían en una sola fuerza? Con astucia, Iturbide les dio tranquilidad, pues prometía continuidad en las ordenanzas. El futuro parecía garantizado para las tropas que se fueran uniendo a la causa Trigarante independentista: en febrero de 1821, las fuerzas bajo el mando de Agustín de Iturbide sumaban 2 mil 500, cuando en su cuartel de Teloloapan solamente había tenido mil 500. En el proceso que lo llevó a su entrada triunfal a la ciudad de México, en septiembre de aquel año, aquella fuerza engrosó y se fortaleció. Si bien al principio parecía que el proyecto Trigarante no era sino una rebelión entre los realistas, poco a poco, a partir del mes de abril empezó a atraer adeptos. Cuando llegó a las puertas de la capital del reino, Iturbide contaba, nada menos, que con casi 17 mil hombres.

¿Cómo había ocurrido esto? ¿Cuáles eran las promesas del plan? Garantizaba un congreso -aunque no daba detalles de cómo- una vez más, se abolía la esclavitud y se defendía la religión, principios que venían desde los primeros días de la insurgencia; dejaba contenta a la iglesia al respetarle propiedades y fueros, y garantizaba a los militares no sólo mantener sus grados sino generar recompensas basadas en los informes de los superiores, es decir, méritos en vez de influencias. Por el momento, parecía ser suficiente para encaminarse a la vida independiente.