Opinión

Pobreza, riqueza o delincuencia

Pobreza, riqueza o delincuencia

Pobreza, riqueza o delincuencia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
En Memoria a María Guadalupe Matute González

El capitalismo, en sus dos versiones, el libre mercado y la economía planificada centralmente, busca el éxito en la acumulación de riqueza reflejada en el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) y en la distribución de la misma en el índice de Gini.

Sin embargo, desde hace más de medio siglo, Robert F. Kennedy ya afirmaba que el PIB “(…) no mide la salud de nuestros niños, ni la calidad de su educación, ni mide nuestro coraje, ni nuestra sabiduría o nuestro aprendizaje. En suma, este indicador mide todo, excepto todo aquello por lo que merece la pena vivir (…)”

El Presidente de la República, en su legítimo afán justificador de su gobierno, en las mañaneras, y en su libro Hacia una economía global recupera parcialmente el sentido de la frase del político norteamericano, pero no rompe el círculo del desarrollismo que rodea al discurso de las “izquierdas” latinoamericanas, que ponen la solución del problema en las transferencias netas no contributivas a amplios grupos sociales. Son tesis materialistas.

Desde hace décadas hay un interés de medir el desarrollo humano desvinculándolo de lo económico. El PNUD propuso en 1990 el “Índice de Desarrollo Humano”; en Inglaterra, se realizó en 2005 el “Índice de Calidad de Vida”; y en 2006 el “Índice de Felicidad del Planeta”, los cuales miden campos como la satisfacción, la expectativa de vida y la huella ecológica; en 2011, la OCDE lanzó “Tu índice para una Vida Mejor” y en México se integró en el INEGI una encuesta de Bienestar Autorreportado en 2012 (Forbes, 21-02-20). Todavía son índices en construcción que no permiten obtener conclusiones contundentes o comparables.

Esta parte del discurso del gobierno es conveniente reforzarla e insistir en la insuficiencia de las mediciones basadas sólo en la productividad o el consumo por niveles de ingreso. Lo importante no es necesariamente tener más, sino ser más felices y disfrutar de los demás. El aporte de la solidaridad humana en la familia es muchas veces más importante para las personas que un consumo adicional.

El crecimiento económico aunque es necesario para el desarrollo no es suficiente. Pocos ricos, muchos pobres es una fórmula indeseable.

Lo que llama la atención del discurso del presidente es la confusión entre lo económico y lo criminal. La acumulación de riqueza individual o colectiva no producen, ni destierran la maldad. El homicidio y el feminicidio con saña existen en sociedades ricas o pobres. La maldad humana existe. La diferencia entre un gobierno efectivo y uno no efectivo en el combate al delito grave es el índice de impunidad, que cuando es alto, entonces la tasa de crímenes por número de habitantes sube, afectando la tranquilidad de las personas y, por tanto, su felicidad.

Ante el feminicidio de Fátima y los asesinatos de los estudiantes en Puebla, el Presidente acusó al neoliberalismo económico de ser el causante de la maldad en México debido a que se soporta en un materialismo individualista sin valores profundos, ni trascendencia, pero olvida que el materialismo colectivista también es hueco en valores relacionados con el desarrollo humano.

La propuesta para superar el materialismo que nos carcome sigue siendo una constitución moral de corte autoritario, que no es la solución en una sociedad plural posmoderna como la nuestra, y tiene una profunda veta autoritaria.

El gobierno se equivoca cuando propone como vía de superación de los problemas sociales relacionados con la delincuencia una estrategia economicista de transferencias a grupos marginados, porque esto no garantiza la disminución de la inseguridad pública que afecta directamente la felicidad de las personas, ni aumenta la confianza en la autoridad, ni es el camino para desterrar al “pérfido” materialismo que pervierte al pueblo bueno.

El feminicidio de Fátima, afirmó el Presidente, “es el fruto podrido del egoísmo y la acumulación de bienes en unas cuantas manos y del abandono de una inmensa mayoría de nuestro pueblo”. El diagnóstico es erróneo.

Por lo tanto, la estrategia es equivocada “seguir moralizando y purificando la vida pública e impulsando una nueva corriente de pensamiento el amor al prójimo y no lo material”.

El problema de fondo es que vivimos en un Estado paralizado ante el crimen organizado, que reacciona sólo ante la exposición o denuncia viralizada en redes sociales, pero que carece de una estrategia real para evitar que un grupo de bandidos atemorice a la población y controle sus espacios públicos.

El crimen que no se combate con eficiencia destruye los lazos de la solidaridad humana. La falta de crecimiento o del reparto de la riqueza no son la causa de la crisis moral que padecemos.

P.D. Hoy, más que nunca, estoy convencido que lo que importa en la vida es la solidaridad humana. Mi hermana Lupita me lo confirmó en su lucha callada, tenaz y sin queja contra el cáncer. Era una mujer amorosa y eso —ninguna otra circunstancia— explica su éxito profesional y ser profundamente querida. Un ejemplo de la mujer del siglo XXI, ya que fue independiente y simultáneamente tuvo un compromiso permanente con su familia. Equilibrio difícil de lograr en nuestros tiempos. En paz descanse.

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