El atractivo para los lugareños y visitantes del majestuoso santuario de luciérnagas, con sus calles cubiertas con la explosividad de sus colores y las melodías tradicionales quedaron atrás con la llegada del coronavirus. Nanacamilpa, un pueblo del estado de Tlaxcala ahora vive un panorama completamente diferente, al semejar con su soledad a un pueblo fantasma.

“Nunca pensé vivir algo como esto, hemos sufrido inundaciones, sequías, pero nunca algo así, todos tienen miedo de salir de su casa”, comenta doña Concepción, a la que sus familiares y amigos le dicen de cariño Conchita.

Doña Conchita comenta que durante los 50 años que lleva viviendo en esta comunidad, el coronavirus vio a terminar con la armonía característica del pueblo.

Ahora, dice, los lugares por donde paseaban los vecinos y visitantes entre jardines de flores y que relucían a la vista se encuentran restringidos debido a las medidas sanitarias y de sana distancia para evitar contagios del COVID-19.

La plaza principal, sitio tradicional donde los artesanos ofertan sus productos y donde las esposas de campesinos venden esos guisos propios de la zona, hoy lucen desiertos y sin un alma.

“Las calles lucen vacías de transeúntes, casi sin vida, y donde antes era fácil encontrar a algún artesano ambulante, ahora solo se mira a los elementos de la Guardia Nacional haciendo rondines de vigilancia, lo que inhibe aún más la llegada de visitantes que por estas épocas, en temporada de vacaciones de verano, era común ver multitudes urgidas de presenciar la danza de las luciérnagas”.

Doña Conchita asegura que “esta es una de las fechas más esperadas por los pobladores de la zona, pero debido a la crisis que ha traído el COVID, al igual que cientos de eventos tradicionales de la región, por primera vez en la historia se suspendieron todas las visitas al Santuario de las Luciérnagas”.

En tono melancólico, comenta que “una de nuestras tradiciones es visitar el campo de luciérnagas en compañía de mis hijos y mis nietos, pero ahora por miedo al contagio del virus no me dejan ni salir de mi casa”.

Al igual que ella, cientos de lugareños viven la misma restricción, con llamados de las autoridades a quedarse en casa, a guardar sana distancia y evitar a toda costa la convivencia social con vecinos y amistades.

Frente a esta situación y con la crisis económica a la alza, algunos agricultores y ganaderos de la región han optado por ofertar sus productos desde sus casas, mientras que elementos de la Guardia Nacional cumplen cabalmente con la orden de prohibir toda actividad social en las calles, salvo lo esencial, como ir a comprar lo esencial.

La estrategia sanitaria y las restricciones frenaron de tajo la presencia del turismo, y donde antes era común observar a cientos de visitantes ansiosos por disfrutar el espectáculo de las luciérnagas, ahora solo lucen campos vacíos.

En el kiosco, punto de reunión grupos musicales y de parejas de enamorados, ahora solo hay cintas amarillas que impiden los accesos. El lugar ha quedado completamente inhóspito, las pequeñas fondas que atendían a cientos de personas que trabajan en el campo también cerraron por causa de esta crisis.

Tras el cierre de negocios en el centro de la comunidad sólo se observa a algunos despistados y se escuchan a lo lejos risas de niños, mientras que la música regional fue sustituida con anuncios emitidos por las autoridades a través de altavoces. Los pobladores solo esperan que esta crisis pase lo más pronto posible y puedan reponerse de este duro golpe ocasionado por el coronavirus.