Pueblo, datos, plan
Somos 125 millones de seres humanos quienes habitamos México, los que vivíamos en su territorio hasta el año pasado. En la última década esta ha sido la progresión demográfica: 112.3 millones en 2010 y 119.5 millones, en 2015. Lo que quiere decir que en menos de una década sumamos 12.7 millones de almas (casi una Ciudad de México y media).
Una buena noticia es que la fuente recientísima (la Encuesta Nacional sobre Dinámica Demográfica, ENADID-2018 del INEGI) cuyos resultados conocimos la semana pasada (https://tinyurl.com/y2woqvsq), coincide bastante bien con los pronósticos que CONAPO había hecho casi un año antes (https://tinyurl.com/y4sq8m6b). Es decir: las cifras cuadran, nadie puede salir con el consabido “otros datos tengo yo”.
Y lo que confirman ambas fuentes es el panorama que tendría que estar en la base de las prioridades nacionales. Veamos.
La pobreza de masas, en cambio, está en otra parte: en las ciudades que hacinan por millones a los pobres de distinta gravedad pero que protagonizan el envejecimiento nacional real: en los siguientes doce años, la población de 65 años o más aumentará allí en 88 porciento, muy especialmente en la Ciudad de México y las Zonas Metropolitanas de Guadalajara y Monterrey. El elemento clave de la cuarta prioridad: la vejez será asunto crítico en las grandes urbes.
Cinco. El pueblo mexicano ya padece una insuficiencia crónica de agua y vive, cada vez más, en zonas propensas a las amenazas y los riesgos. Casi no hay ciudad mayor al millón de personas que no tengan problemas severos con su red hidráulica y no sólo eso: para el 2030 el 14 por ciento de la población vivirá bajo riesgo sísmico, el 24 expuesto a ciclones, el 18 a ondas cálidas y el 17 porciento a sequías severas. Las amenazas “naturales" son una constante para más de las tres cuartas partes de la población y no parece haber una prioridad en las decisiones de ordenamiento territorial, gestión de riesgos ni de inversión en la infraestructura pública a escala nacional.Sexto. La migración, es otro cambio espectacular del que Trump ha caído en cuenta: ya no somos un país expulsor, sin un territorio de tránsito, destino y de refugio. Los números: la cantidad de mexicanos que se van y se quedan en el otro lado es de medio millón de personas anuales (con papeles o no), pero la migración de retorno desde Estados Unidos es la mitad (495 mil personas por lustro) y gran parte se ha vuelto a alojar en el occidente: Jalisco, Michoacán y Baja California. Se va un millón: regresa la mitad, y esta parte tiende a crecer.
Por otro lado, el flujo de centroamericanos que se arriesgan a pasar por México en su ruta al norte se multiplicó de 165 mil en 2012 a 342 mil en 2015. Somos una olla de presión que tiende a contener más y más seres humanos y por contra, a ser menos hospitalarios (por falta de recursos, ya se sabe), con las consecuencias geopolíticas del caso y los cambios necesariamente articulados, en política interior y exterior.
Si creemos en Amartya Sen (“Para la política económica las noticias de la ciencia demográfica deberían preceder las decisiones de todo lo demás”), estas seis verdades inmensas y fuera del alcance de cualquier voluntarismo, tendrían que ser la base de nuestra visión y plan: el fundamento de cualquier proyecto.
Pero resulta que no, no las vemos en el Plan Nacional de Desarrollo… (continuará).
Ricardo Becerra LagunaPresidente del Instituto de Estudios para la Transición Democrática
ricbec@prodigy.net.mx
Twitter: @ricbecverdadero