Opinión

Qué culpa tiene el payaso

Javier Bardem, actor español ganador de un Oscar
Javier Bardem, actor español ganador de un Oscar Javier Bardem, actor español ganador de un Oscar (La Crónica de Hoy)

Seguramente lo han visto ya en los noticieros. Una epidemia de payasos malvados se extiende por varios países del mundo, entre ellos México, y deambulan con su sonrisa deformada y siniestra por carreteras y calles de numerosas ciudades, aterrorizando a peatones y conductores, y en algunos casos llegando a herir y a asaltar a sus víctimas.

La paranoia generada por un fenómeno cuyo primer caso conocido ocurrió este verano en el pueblo de Greenville, Carolina del Sur, y que se expandió gracias al efecto multiplicador de internet, ha llevado a situaciones insólitas, como que se monten en redes sociales reuniones para ir a “cazar payasos” o que el miércoles pasado McDonald´s anunciase que esconde al payaso “Ronald”, para evitar que los niños no se atraganten del susto con la hamburguesa y no quieran volver más.

Sin embargo, la publicidad que se le está dando y el anuncio de la multinacional, lejos de combatir el problema probablemente animará a muchos otros descerebrados, que no tienen nada que hacer en la vida, a apuntarse a esta moda siniestra y absolutamente estúpida.

Como ya ha sucedido con otros fenómenos virales, como el ice bucket challenge (el reto del cubo de agua helada), que recorrió el mundo durante varios meses, la epidemia de payasos siniestros acabará apagándose, aunque no del todo porque el terror al payaso (courlofobia) no es nuevo y mucha culpa la tiene Stephen King y su novela It. Por la fecha en la que estamos, probablemente tendrá su punto álgido durante el fin de semana de Halloween y luego irá decayendo, hasta que otro fenómeno viral lo sustituya.

Pero vayamos al grano. Cierren los ojos unos segundos e imaginen quién se les viene a la mente cuando piensan en un payaso siniestro… Efectivamente, Donald Trump, cuyo cabello imposible a estas alturas parece lo único serio de ese personaje patético. Claro que la imaginación es libre y muchos habrán visualizado los ojos desorbitados de Hillary Clinton, asombrosamente parecidos a los de Chucky, o al bobalicón de Nicolás Maduro, o a los ya fallecidos coronel Gadafi y Boris Yeltsin, o al amiguito británico de Trump, el líder del Brexit Nick Farage (de quien vale la pena guglear su nombre y desplegar el delirante repertorio de fotos de su rostro, especialmente cuando practica su afición favorita: ir al pub).

Payasos han existido toda la vida. Antes como bufones de la corte, imitando con gestos ridículos o comentarios satíricos a algunos de los presentes, a veces burlándose incluso del rey. Luego, cuando las cortes empezaron a desaparecer se “democratizó” el personaje —ya conocido como payaso— y se fue a recorrer cada aldea y cada ciudad con el circo. Lo que no es tan común es que los gobernantes (o los que pretenden serlo) quieran ser también payasos, porque del resultado de esta combinación no ha salido nada bueno, y si no, que le digan a los italianos que tuvieron que soportar al payaso reconvertido en duce, Benito Mussolini. No lejos de donde repartía gestos cómicos a sus escuadras fascistas, pero muchos siglos antes, Petronio, el árbitro de la elegancia, escribió una carta a Nerón donde le decía que se suicidaba, no por miedo a él o a tener que presenciar sus crímenes, como quemar Roma o arrojar a cristianos a las fieras, sino porque no podía soportar un minuto más su poesía vulgar y su comportamiento grotesco que le forzaba a disimular la risa.

Los italianos, que se ve que les gusta tropezar varias veces con la misma piedra, llevaron al poder a Silvio Berlusconi, versión moderna de dirigentes-payasos y con cuya sonrisa guasona lo mismo negociaba con la mafia que invitaba a jovencitas a sus mansiones, para que pasaran la noche con él.

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Trump no sólo es una versión aumentada del payaso Berlusconi, sino que pretende llevar sus bufonadas a la Casa Blanca y desde allí gobernar Estados Unidos y el mundo.

Hay, por tanto, muchos motivos para estar asustados, como lo están los que se han tropezado estos días con payasos aterradores en la calle. Sólo nos queda rezar para que todos ellos, incluido el que más asusta de todos, se difuminen en la nada y para mediados de noviembre, pasados ya Halloween y las elecciones de Estados Unidos, no sean sino un mal sueño que acabó para siempre.

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