
Aunque los procesos para elegir presidentes entre Estados Unidos y México son distintos, también es diferente la forma en la que ambos países viven alrededor de la figura presidencial, alrededor de lo que les significa a ambas naciones.
Hay que vernos en el espejo de los Estados Unidos, porque parecería que su proceso electoral, sus campañas, sus debates, no son distintos a los nuestros, pero una vez que el colegio electoral estadunidense dictamina quien gana y el presidente o presidenta toma protesta, existe una alineación a su alrededor, llámese demócratas o republicanos los vecinos se alinean, lo entienden, no hay un proceso de desgaste, tienen claro cómo sostener una institución presidencial. Así se han mantenido como potencia, la más poderosa del mundo. No estoy haciendo una apología del vecino, sólo lo estoy poniendo como ejemplo.
En México, a contrario sensu, apenas gana alguien y comienza la verdadera cacería, por deporte, por cultura o por tradición, los adversarios celebran sus descalabros. Gana el presidente y se activan los demonios, porque el otro no ganó, porque se cometió fraude, porque, porque…
La presidencia de México es una institución, es el ejecutivo, no es un hombre y las instituciones no operan solas, necesitan de la gente, de la sociedad, eso que en los círculos académicos se llama gobernanza, es decir, la capacidad de gobernar juntos, capacidad de respuestas del gobierno a las demandas ciudadanas. En este sentido, ¿somos todos quiénes nos levantamos a diario para joder a México? ¿También joden a México aquellos que a diario joden al Presidente? Me refiero a aquellos que desde los medios de comunicación, las organizaciones civiles, los partidos políticos de oposición, si apuestan a diario por el desgaste presidencial.
Las figuras presidenciales sufren desgastes naturales durante sus administraciones, porque están sujetas a la evaluación pública, sí, pero desgaste dentro de los parámetros normales, por eso un trabajo permanente de las administraciones públicas es precisamente mantener su legitimidad, entre otras cosas, a través de las decisiones que se toman.
El problema para México radica en todos aquellos que sí se levantan a diario a joder al presidente, a buscarle el detalle, el error, a mofarse de todo lo que eso implica una equivocación de su parte, sin tener la capacidad de ver que no estamos pegándole a una persona sino a una figura, a una institución, que le pegamos a México, que jodemos a México.
El debate debería estar siendo al revés, hoy los presidentes mexicanos no gobiernan solos, ese presidencialismo fuerte está cambiando, estamos pasando de la figura del tlatoani, del mesías a un gobierno para la gente. Como lo señala Micheael Crozier, debemos abandonar la idea de que los presidentes son los encargados del Dios-Estado y Dios-Sociedad. El tiempo de los médicos y las recetas se ha ido. México ha dejado de ser un paciente y el presidente el médico y sólo lo vamos a entender si dejamos nuestro empeño por jodernos a nosotros mismos.
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