Opinión

Ramón López Velarde en El Colegio Nacional*

A propósito del ciclo Ramón López Velarde en su centenario (1921-2021), coordinado por Vicente Quirarte, miembro de El Colegio Nacional, a realizarse del 7 al 11 de junio, compartimos un fragmento del prólogo a la antología de Ramón López Velarde, que aparecerá en breve bajo el sello de El Colegio Nacional y de los gobiernos de Aguascalientes y San Luis Potosí.

Ramón López Velarde en El Colegio Nacional*

Ramón López Velarde en El Colegio Nacional*

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El 15 de mayo de 1943, por decreto del entonces presidente Manuel Ávila Camacho, se fundó El Colegio Nacional. México y el mundo atravesaban por un conflicto mayúsculo, y la idea de fortalecer la conciencia de la Nación mediante el cultivo y reconocimiento a la inteligencia era una forma de tener un arna más perdurable para la reconstrucción del mundo. En la fotografía de los integrantes fundadores, se encuentran cuatro figuras vinculadas directamente a las letras: el poeta Enrique González Martínez, el filósofo José Vasconcelos, el novelista Mariano Azuela y el polígrafo Alfonso Reyes. Los calificativos anteriores son una forma de definirlos, pero los une la circunstancia de haber vivido la Revolución de diversas maneras. Ser testigos o actores del movimiento social. Los cuatro se hallaban en el apogeo de su carrera intelectual.

El poeta zacatecano Ramón López Velarde. (Foto: Mediateca INAH)

Habían transcurrido 22 años de la muerte prematura de Ramón López Velarde. ¿Hubiera sido posible que su figura se sumara a la de los fundadores de El Colegio? Cierto que gozaba de la simpatía de González Martínez, con quien había compartido aventuras editoriales en las páginas de la revista Pegaso, y que la revista México Moderno, dirigida por el citado poeta, había dedicado íntegramente su número de noviembre de 1921 a la presencia ausente de López Velarde, y que Vasconcelos, además de ofrecerle trabajo, le había consagrado funerales de príncipe y más adelanta externó un breve y sustancioso juicio sobre él; es célebre la polémica que sostuvo con Alfonso Reyes, y otro ilustre miembro de El Colegio, José Emilio Pacheco, siguió paso a paso y atentamente los motivos de semejante escisión.

A lo largo de su existencia los integrantes de El Colegio Nacional no han dejado de dialogar con él, desde Antonio Castro Leal hasta los hallazgos y lecturas más recientes, proporcionados por Juan Villoro, Javier Garciadiego y Christopher Domínguez.

En la fotografía tomada el 15 de agosto de 1917, en el primer aniversario de la revista Cultura, en el extremo izquierdo se encuentra el joven Castro Leal. En vida del poeta, según él mismo lo afirma, había escrito un artículo en El Nacional del 2 de febrero de 1916, donde aprecia sus “imágenes sutiles, expresiones inteligentes y temas inopinados”.

La generación de Contemporáneos se apresuró a hacer eco a la vida y la obra del poeta jerezano y reconocerlo como el primero que había desconfiado de las palabras, al decir de Jorge Cuesta. Todos escribieron alguna página crítica sobre él o hicieron distintas alusiones y homenajes, como puede notarse en poemas de Carlos Pellicer y Gilberto Owen. El texto de Jaime Torres Bodet es notable por su penetración y la cultura que en él demuestra. En una antología de la poesía de López Velarde, cuya primera versión data de 1935, Xavier Villaurrutia advertía que “la obra de Ramón López Velarde es, hasta hora, la más intensa, la más atrevida tentativa de revelar el alma secreta de un hombre; de poner a flote las más sumergidas e inasibles angustias; de expresar los más vivos tormentos y las recónditas zozobras del espíritu, los llamados del erotismo, de la religiosidad y de la muerte”. Al hacer el retrato del otro, estamos contribuyendo a hacer el propio. El autor de Nostalgia de la muerte enfrentó los antagonistas atribuidos a Ramón, y Xavier logró algunos poemas perdurables donde palpitan fantasmas despertados por las pasiones del jerezano. En síntesis, los Contemporáneos fueron herederos directos de los hallazgos de Ramón López Velarde.

El libro La lumbre inmóvil, publicado en 1978 por Editorial Era, seleccionado y prologado por Marco Antonio Campos, éste escribe: “En los textos críticos de José Emilio Pacheco hay facetas de la vida y la obra de López Velarde que lo inquietaron desde muy temprano: los entresijos de la animadversión profunda que Alfonso Reyes tuvo hacia él; la influencia de Laforgue en su poesía, o acaso mejor, las coincidencias que hay con ella; las traducciones de Samuel Beckett de poemas del jerezano; enigmas de imágenes y metáforas de “La suave Patria” y el contraste entre la provincia mítica y la realidad de la patria espeluznante”.

Octavio Paz es autor de el ensayo “El camino de la pasión”, y constituye una de las lecturas más atentas y reveladoras de lo que un gran poeta rescata de otro gran poeta que también creía, como Paz, en el espíritu crítico. En 1950, Paz había escrito, en París, el ensayo “El lenguaje de López Velarde”, donde advertía “la rima inesperada, la imagen autosuficiente, la ironía, el dinamismo de los contrastes, el choque entre lenguaje literario y lenguaje hablado”. Con poderoso brío dialéctico y una prosa bien musculada, en su ensayo posteriormente incluido en el libro Cuadrivio, Paz llega a conclusiones definitivas para las cuales proporciona sus propias pruebas e hipótesis, como cuando señala que la vida cotidiana es enigmática, que López Velarde tiene conciencia del lenguaje y que en su obra hay más sentimiento que pensamiento. Pone reparos a versos que le parecen ripiosos y poco logrados de La Suave Patria, pero de la pluma de Paz han brotado algunos de los mejores juicios sobre el poema:

Canta en voz baja y evita la elocuencia, el discurso y las grandes palabras. Su México no es una patria heroica sino cotidiana, entrañable y pintoresca, vista con ojos de enamorado lúcido y que sabe que todo amor es mortal. Vista, asimismo, con mirada limpia y humilde, de hombre que la ha recorrido en los días difíciles de la guerra civil. Patria pobre, patria de pobres. Hombre de la Revolución, López Velarde pide un retorno a los orígenes: nos pide volver a México, porque él mismo acaba de regresar y reconocerse en esas mestizas que “ponen la inmensidad sobre los corazones”. Patria diminuta y enorme, cotidiana y milagrosa como la poesía misma, el himno con que la canta López Velarde posee la autenticidad y la delicadeza de una conversación amorosa.

Cuando aparece en 1919 aparece Zozobra, el que iba a convertirse en libro central de su autor, López Velarde se encontraba en la cima de su pensamiento y su labor creativa. Demostró que el verdadero artista transforma sus pasiones en objetos verbales que alteran radicalmente el cuerpo del lenguaje. A cien años de su entrada en la inmortalidad, seguimos dialogando con él. Aún no tenemos el país que no hemos merecido pero que merecemos. Pero sí seguiremos teniendo al poeta que acompaña y cuestiona cada uno de nuestros modestos intentos que él magnifica en heroicas aventuras. Su ejemplo de exigencia verbal lo hace digno de nuestra admiración, y como él hubiera querido, de nuestro constante juicio crítico. En 1921 comenzaron los años López Velarde, porque entonces fue unánimemente reconocido con el título, peligrosamente ambiguo, de poeta nacional. No han llegado a su fin, porque sus poemas permanecen tan vivos como la odisea por él protagonizada, defendida y exaltada. Sus palabras son un manifiesto cuya tinta aún no seca, y en él hay que buscar un rumbo para este país masacrado e incierto, pero como la Historia lo demuestra, siempre invencible y renaciente. El poeta nos limpia la sangre y nos obliga a convertir cada uno de los minutos de nuestra vida en la obra de arte a la que todos estamos obligados. Juan Villoro lo resume muy bien: “Su cadáver no pudo arder, pero su poesía no ha dejado de hacerlo”. Por esa razón el poeta y su obra siguen con nosotros.

*Fragmento del prólogo a la antología que aparecerá en breve bajo el sello de El Colegio Nacional y los gobiernos de Aguascalientes y San Luis Potosí.

**Miembro de El Colegio Nacional