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Ramón López Velarde, maderista

Ramón López Velarde, maderista

Ramón López Velarde, maderista

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

¿Se justifica una aproximación a Ramón López Velarde que no tenga a su poesía como objetivo fundamental? ¿Es válido escribir la biografía de una vida caracterizada por sus pocos acontecimientos? ¿Cómo vivió sus tiempos, entre el Porfiriato y la Revolución? ¿Fue importante la política para él? ¿En verdad fue maderista el poeta Ramón López Velarde? En caso de que lo haya sido, ¿qué motivó dicha filiación y cómo se expresó?, ¿tuvo simpatías por alguna otra facción revolucionaria?, ¿cómo explicar que haya sido brevemente, por cuatro días, Secretario de Instrucción Pública durante uno de los breves gobiernos del periodo de la Convención?, ¿es cierto que fue secretario particular de un ministro carrancista, a quien incluso acompañó cuando en 1920 don Venustiano huyó de la Ciudad de México? Por último, ¿Cómo fue que colaboró con el régimen de Obregón, a quien identificaba con su odiado jacobinismo y con el insoportable militarismo?

Resulta incuestionable que el joven poeta tuvo temporales intereses por la política. Incluso tuvo cierta militancia, aunque nunca de dedicación plena. Vinculado a ésta, fue autor, sobre todo durante los años de 1911 y 1912, de una constante prosa política, publicada en un par de periódicos vinculados a su gran amigo Eduardo J. Correa, novelista, poeta y periodista, pero sobre todo directivo por esos años del recién fundado Partido Católico Nacional. Sin embargo, puede asegurarse que la política comenzó a interesarle cuando estudió la carrera de Leyes en San Luis Potosí; de hecho, tuvo participación en los círculos políticos estudiantiles locales. En cambio, no parece que la política le haya interesado durante sus años familiares, tanto en su natal Jerez como cuando estudió la preparatoria en Aguascalientes.

Ramón López Velarde nació en 1888 en Jerez, población criolla —el nombre no deja dudas— dedicada a la agricultura y al ganado caballar y vacuno, en un círculo familiar rigurosamente católico. Creció al amparo de la paz social, de la estabilidad política y la moderación ideológica porfiristas. Sin embargo, en su entorno se lamentaban de las actitudes anticatólicas de los gobiernos liberales, sobre todo del de Sebastián Lerdo de Tejada, algunas de las cuales eran señaladas como claramente jacobinas. Miembro de una familia de la clase media ‘pueblerina’ —su padre era un notario fracasado que se había radicado en Jerez, tierra de su esposa, donde luego fundó un colegio de poco éxito—, los reclamos en su círculo familiar eran más ideológicos que económicos. Aunque Porfirio Díaz había entibiado sus afanes liberales juveniles, el niño y el adolescente Ramón López Velarde se acostumbraron a escuchar quejas por las exacciones liberales que habían empobrecido a la Iglesia Católica y dificultado y quitado lustre al culto y a las festividades religiosas. También creció entre reclamos familiares y vecinales por el predominio del Positivismo en la educación y por el crecimiento del protestantismo en el país.

Antes de estudiar Leyes en la capital potosina estuvo unos años en el Seminario Conciliar Tridentino, en Zacatecas, y en el Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe, en Aguascalientes, donde luego hizo sus estudios preparatorianos. Para su posterior politización fue decisiva dicha geografía: en López Velarde predominaría el acento regional sobre la perspectiva nacional, de allí que le interesaran más los gobernadores de estas entidades, sumándose Jalisco, que los gabinetes presidenciales o el congreso de la unión. De hecho, la politización de López Velarde está enmarcada en un muy pronunciado anticentralismo, y es posible que su primer interés en los asuntos políticos haya surgido desde sus años en Aguascalientes, cuando conoció al licenciado y escritor Eduardo J. Correa. Sin embargo, sus primeras —pocas— colaboraciones en El Observador datan de mediados de 1907 y tuvieron un carácter “misceláneo”. Aunque nunca perdió del todo su carácter de “discípulo”, y a pesar de los casi quince años de diferencia de edad, entre López Velarde y Correa surgió una estrecha amistad. Por lo mismo, incluso durante sus años potosinos López Velarde siguió enviando a Correa sus textos, tanto prosas como poemas, amparados en una correspondencia constante y puntual. Los unía su gusto por la buena poesía, aunque ambos desconfiaban de las vanguardias; su catolicismo militante y su rechazo a la política centralista y a la educación Positivista impulsada por el liberal —aunque moderado— Porfirio Díaz.

Muerto su padre a finales de 1908, Ramón López Velarde sentirá una cierta responsabilidad sobre la manutención familiar, pero también aprovecharía su mayor libertad para dedicarse a la poesía y para interesarse en la política. Su biografía coincidió con intensos tiempos históricos, pues 1908 fue un año de gran agitación, con una política no solo diferente sino inédita. En marzo de ese año la opinión pública se enteró, con sorpresa y con júbilo, que Porfirio Díaz había asegurado que no intentaría reelegirse en 1910 y que garantizaría unas elecciones libres y pacíficas; más aún, invitaba a la sociedad mexicana a que se organizara en partidos políticos que contendieran en dichas elecciones. La respuesta fue contundente e inmediata, con ecos especialmente claros en algunos sectores y algunas regiones del país: los partidarios de Bernardo Reyes creyeron que era su oportunidad de conquistar la ansiada presidencia, para lo cual sólo tenían que vencer a los impopulares ‘Científicos’, que ocupaban la vicepresidencia mediante el poco carismático Ramón Corral. También se movilizaron los Liberales no radicales, quienes estaban convencidos de que Díaz había abandonado los principios con los que había llegado al poder. Asimismo, los católicos, proscritos de la política desde su derrota a mediados del siglo XIX, creyeron que era la oportunidad que habían estado esperando para volver a participar en política. Por último, la llamada ‘sociedad civil’, luego de los años porfirianos de despolitización del país, decidieron organizarse y participar en la vida pública.

Sería incorrecto decir que por una mera casualidad o una simple coincidencia, las regiones que conformaban la geografía lópezvelardiana estaban particularmente vinculadas a estos cuatro movimientos: además de gobernador de Nuevo León, Reyes había sido Jefe de la 3ª Zona Militar, con influencia en todo el noreste del país, incluyendo el norte de San Luis Potosí; asimismo, Reyes era originario de Jalisco, donde sería muy fuerte el movimiento opositor en su favor y muy cuestionado el corralismo reeleccionista. Sobre todo, el movimiento en favor de reorganizar el Partido Liberal había nacido en San Luis Potosí, con personajes como Camilo Arriaga, Antonio Díaz Soto y Gama y los hermanos Juan y Manuel Saravia, quienes entraron en conflicto con el obispo potosino don Ignacio Montes de Oca, muy respetado por López Velarde. No es necesario subrayar que en los estados de Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes y Jalisco había una numerosísima clase media católica ávida de participar en política. Por último, el movimiento de la sociedad civil que se dispuso a tomarle la palabra a Díaz, organizando un partido político que participara en las elecciones de 1910, estaba encabezado por un tal Francisco I. Madero, empresario del vecino estado de Coahuila. En consecuencia, las entidades mencionadas, especialmente San Luis Potosí, habrían de participar en las contiendas políticas de esos años. Así, para mediados de 1909 muchos estudiantes universitarios potosinos, Ramón López Velarde entre ellos, estaban decididos a oponerse a la reelección de Díaz y de Corral y a hacer “propaganda a la idea antirreeleccionista por medio de la imprenta y conferencias de viva voz al pueblo”, aunque todavía no decidían si lo harían en favor de Reyes o de alguna otra opción. En rigor, primero cundió el reyismo, y en julio de 1909 los estudiantes potosinos crearon el Club Democrático Potosino, claramente reyista, y en el que participó un hermano poco menor de Ramón López Velarde, Jesús, que aspiraba a ser médico. Poco después, cuando Reyes abandonó la política, dicho Club fue más transformado que “disuelto”, se convertiría en antirreeleccionista.

Pocos meses después apareció el libro de Madero, la Sucesión Presidencial, y su lectura cautivó a López Velarde, si bien le hizo también serios reparos. En efecto, en un artículo publicado el 14 de octubre de 1909 en El Regional, nuevo periódico de Eduardo J. Correa, ahora radicado en Guadalajara, reconoce que el oposicionismo de Madero le parecía “un gesto bizarro”; sin embargo, asegura que la disposición de Madero a negociar una última reelección de Díaz a condición de dejar libre la elección para la vicepresidencia, le parecía una “componenda… torpe”, a pesar de lo cual lo siguió apoyando por su “hombría y por honrado”.

Poco después, a principios de 1910 varios condiscípulos de la Escuela de Leyes del Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí, encabezados por el joven Pedro Antonio de los Santos, organizaron una agrupación antirreeleccionista de la que López Velarde sería miembro activo. En efecto, tal parece que llegó a ser vocal del Partido Potosino Antirreeleccionista, y designado, aunque no asistió, como uno de los representantes de su estado a la reunión del Tívoli del Eliseo, de la capital del país para la Convención fundacional del Partido Nacional Antirreeleccionista, en la que Madero fue electo como su candidato presidencial. López Velarde alegó que debía concluir sus estudios para titularse y poder colaborar en la manutención de la familia, pero lo cierto es que no tenía la personalidad adecuada para ello, y él lo sabía, por lo que nunca se dedicó cabalmente a la política; es más, ésta siempre fue secundaria: peor aún, la consideraba una actividad desagradable por inmoral. A pesar de esto, su prueba de fuego no fue electoral sino profesional. En efecto, a mediados de 1910 Madero fue encarcelado en San Luis Potosí, con el evidente objetivo de inutilizarlo para las elecciones presidenciales que tendrían lugar en esas semanas. Junto con varios de sus condiscípulos, y otra vez bajo el liderazgo de Pedro Antonio de los Santos, se convirtieron en “abogados defensores” de Madero. Si bien no se obtuvo su libertad definitiva, si se logró que tuviera condiciones de excepción, primero permitiéndosele recibir a familiares, amigos y correligionarios, y luego autorizándose a Madero pudiera pasear por la ciudad y sus alrededores.

Madero aprovechó tales privilegios para huir a principios de octubre de 1910, refugiándose en San Antonio, Texas. Abandonemos cualquier falsedad histórica: ni sería justo con Madero, ni la necesita Ramón López Velarde. Este no participó en la redacción del célebre Plan de San Luis Potosí, que fue redactado en San Antonio, Texas, pero se le dató en San Luis Potosí por razones legales y políticas. Se sabe incluso quienes fueron los que colaboraron con Madero en la redacción del Plan. López Velarde no estuvo entre ellos: él mismo confesó que llegó a conocer a Madero, en marzo de ese 1910, pero que no había sido ni remotamente cercano a él. Sobre todo, López Velarde nunca presumió de haber colaborado en la redacción del célebre documento.

La supuesta participación del poeta en la redacción del Plan de San Luis Potosí es parte de la mitología lópezvelardiana. Sin duda Gabriel Zaid es el que ha puesto más atención en el tema. Si nos basamos en fuentes documentales directas, es claro que López Velarde no fue cercano a Madero, y que los meses que éste estuvo preso en San Luis Potosí —finales de junio a primeros días de octubre de 1910— los dedicó el aspirante a poeta a concluir sus estudios profesionales. Sobre todo, es evidente que Madero no pensaba entonces en la lucha armada, sino que confiaba en que gracias al ‘Memorial’ elevado por su partido a la Cámara de Diputados las elecciones serían nulificadas; también confiaba en que saldría legalmente de prisión, ambas ideas afines a su ideología. Sin embargo, a finales de septiembre se enteró de la aprehensión —breve— de su hermano Gustavo en la ciudad de México; de que se planeaba prolongar su cautiverio, pues se había recurrido a “nuevos testigos de cargo” cuando ya estaba “terminada la instrucción”, y de que se había rechazado la solicitud de anulación de los comicios, anunciándose oficialmente el triunfo de Díaz y Corral el 4 de octubre.

Fue entonces, y sólo entonces, cuando Madero decidió fugarse y convocar a la lucha armada. El testimonio más valioso es el del hombre más cercano a Madero durante esos meses, responsable de su prisión y su compañero de celda: Roque Estrada. Este asegura que antes se padecía de la “carencia absoluta de un plan que definiese el objetivo y procedimientos de la Revolución”. Roque Estrada es insistente: antes de los resultados electorales oficiales no había un “plan preconcebido de acción”, pero ratificados definitivamente los resultados el 4 de octubre, Madero decidió fugarse al día siguiente, para dirigirse a San Antonio, Texas. Ya en esta población, “a finales de octubre” Madero solicitó a cinco de sus colaboradores más cercanos “que estudiásemos un proyecto de plan revolucionario confeccionado en San Antonio por el mismo señor Madero”. Después de varias sesiones en que se revisó dicho proyecto, Madero se presentó a la última, en la que se dio la “forma definitiva” al Plan. Roque Estrada es muy claro al respecto: “por consideraciones de alta conveniencia, de dignidad y neutralidad, se le puso la fecha del último día que permaneció el señor Madero en San Luis Potosí”.

Como buen cristiano, López Velarde no fue partidario de la violencia. Esto es, simpatizó con el reclamo electoral, no con la lucha armada. Además, fue grande su desencanto con las concesiones al Porfiriato vencido en los llamados Tratados de Ciudad Juárez, y aún mayor con el Madero presidente. Le desilusionó que fuera tan permisivo con la incorporación de viejos porfiristas a su gobierno, tan débil frente a grupos como el orozquista y el zapatista, y que los jefes del maderismo en estados como San Luis Potosí, Aguascalientes y Jalisco acudieran al nepotismo, al influyentismo, a la corrupción y a otras prácticas propias del régimen anterior. Sin embargo, nunca menguó su adhesión a Madero como persona. Sobre todo, el joven López Velarde —tendría entre 23 y 24 años— insistió en varios de sus artículos que los errores del gobierno maderista no justificaban, ni remotamente, la añoranza nostálgica por el Porfiriato. Fue claro y contundente: cualesquiera que fueran sus previsibles errores como gobernante, gracias a Madero ya se podía vivir en México “como hombres”; esto es, con dignidad y en libertad.

Las críticas de López Velarde a la administración maderista se convirtieron en oposicionismo institucional. Primero, a lo largo de 1911 fue un crítico contumaz, irónico y socarrón, de los gobernadores maderistas de Aguascalientes, Jalisco y, sobre todo, San Luis Potosí. Para uno de los grandes estudiosos de López Velarde —José Luis Martínez—, su prosa política fue “de escaso valor, endeble y circunstancial”; para uno de los grandes conocedores de su obra —Juan José Arreola—, fue “felizmente prosaica”, siempre “sarcástica”, escrita con “malicia”; paradójicamente, para José Emilio Pacheco, siempre mesurado y gran lector de López Velarde, sus prosas políticas fueron “infames”. Para mí, la labor periodística de López Velarde, tan distinta, obvia y necesariamente, a su obra poética, fue la labor de un joven de notable madurez, gran cultura literaria y con espléndido manejo de la ironía. Para muchos fue una crítica política localista, pero esto fue resultado de una decisión estratégica: buscaba desprestigiar a los políticos maderistas locales en beneficio de los políticos del Partido Católico Nacional. La estrategia resultó ser atinada: en Jalisco y Zacatecas el Partido Católico fue el triunfador en las elecciones de 1912. Por si esto fuera poco, la prosa política de López Velarde buscaba evitar la reaparición del jacobinismo en el país, al que identifica con varios políticos maderistas que se presentaban como los herederos de los Liberales de mediados del XIX. Sobre todo, la escribió él: en lugar de denostarla o de ocultarla, intentemos comprenderla.

¿Cuál fue la actitud de López Velarde respecto a Madero al final de su gobierno? Para comenzar, a pesar de su apoyo inicial, el gobierno de Madero no le hizo un ofrecimiento laboral decoroso al nuevo abogado. Acaso fue denunciado ante Madero por el gobernador potosino, el doctor Rafael Cepeda, constantemente vilipendiado como “cepedita” por el poeta y periodista. Lo cierto es que López Velarde se hizo militante del recién fundado Partido Católico Nacional, lo cual lo hacía contrario al partido de Madero. Cierto es que López Velarde buscó que se estableciera una alianza entre los católicos y Madero, lo que no fue posible por el alto número de liberales integrados a la administración maderista. Como fuera, a mediados de 1912 López Velarde fue candidato a diputado suplente de Jerez por el Partido Católico Nacional, pero resultó derrotado.

Después de que Madero fuera derrocado, López Velarde primero se refugió en San Luis Potosí y luego se instaló definitivamente en la capital del país. Si bien no tuvo una militancia antihuertista, repudió el ‘cuartelazo’ y el asesinato de los mandatarios. Su postura, sin embargo, fue contraria a la de su grupo, porque los católicos, comenzando por la alta jerarquía y por los políticos laicos del Partido Católico Nacional, apoyaron al principio al gobierno usurpador. Sin embargo, López Velarde fue de los católicos más claramente antihuertistas, y si bien deseaba que hubiera “un tratado de paz” entre los dos contendientes, en el fondo era partidario de que siguiera el proceso de cambio, para “despojar a la burguesía de toda su fuerza política y de su preponderancia social”, y para hacer “una poda de reaccionarios”. Su postura resulta comprensible: López Velarde era miembro de la clase media pueblerina y un joven abogado sin empleo ni muchas ganas de conseguirlo, que se identificaba con el catolicismo progresista, con compromiso social, que se basaba en la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII, corriente que agrupó al sector del catolicismo mexicano contrario a Huerta.

Como tantas etapas y momentos de su vida, los meses de la lucha revolucionaria fueron muy tristes para López Velarde. No solo canceló la poca actividad política que tenía, sino que incluso entró en un periodo de aislamiento social. Su preocupación era inmensa, pues su familia —madre y hermanos— vivían en Jerez, que estaba enclavado en una zona con cierta actividad rebelde. De hecho, peligraban sus gentes y “sus queridas ciudades”, como Jerez, Zacatecas, San Luis Potosí —“tierra de mi devoción”— y Aguascalientes, pues estaban troqueladas “para la calma provinciana” y ahora padecían “la furia revolucionaria”, aunque lo cierto es que Jerez padeció mucho menos violencia que las otras ciudades zacatecanas importantes. De otra parte, López Velarde también padecía una cruel angustia ideológica, pues si bien prefería a los rebeldes Constitucionalistas, sabía que eran enemigos “de sus creencias”.

La situación se hizo insostenible. En diversos momentos y trayectos, su familia y él, como tantos mexicanos, se asentaron en la capital del país a la búsqueda de paz y seguridad. Su llegada a la ciudad de México, a principios de 1914, fue un parteaguas en su vida, tan significativo como había sido dejar Jerez unos diez años antes. Las diversiones y actividades culturales fueron toda una novedad; lo mismo los círculos literarios. Si bien sus mejores amigos serían algunos de sus compañeros de juventud que se habían radicado antes en la capital y que compartían con él algunos intereses artísticos, como Saturnino Herrán, Pedro de Alba, Jesús B. ‘chucho’ González, Enrique Fernández Ledezma y hasta Manuel M. Ponce, pronto entró en contacto con escritores cuya obra le parecía antes decadente, como Enrique González Martínez, Rafael López, Efrén Rebolledo y sobre todo José Juan Tablada. Otro cambio fue su ingreso laboral en el sector educativo del gobierno federal, cuando a la entrada de las fuerzas Constitucionalistas fue hecho Jefe de la Sección Universitaria, dependiente de la Secretaría de Instrucción Pública, cargo que conservó cuando el gobierno de Carranza se asentó en Veracruz y a la capital llegó el de la Convención.

La siguiente responsabilidad pública de López Velarde fue sin duda la más desconcertante de su biografía. Sin antecedentes, militancia o contactos, fue designado Secretario de Instrucción Pública del gobierno Convencionista del villista y antes maderista, Roque González Garza. Las preguntas al respecto, todas sin respuesta, son varias: ¿Tenía algún vínculo con esa facción?, ¿quién lo recomendó?, ¿fue una simple promoción obligada, ante la ausencia de otros candidatos, por ser Jefe de la Sección Universitaria?, ¿por qué aceptó?, ¿cómo fue que se dispuso a colaborar con un gobierno Convencionista si no tenía simpatía alguna por el zapatismo y si los villistas habían fusilado a un tío sacerdote, que además era el que lo había bautizado, el padre Inocencio López Velarde, apenas medio año antes, alrededor de la toma de Zacatecas por la División del Norte, a finales de junio de 1914? Como fuera, sólo estuvo en el cargo cuatro días, del 16 al 19 de enero de 1915, como breve fue todo en los gobiernos Convencionistas. Lo sucedió Joaquín Ramos Roa, quien había sido diputado ‘renovador’ —o sea maderista— en la XXVI Legislatura por Guanajuato, y quien luego había sido encarcelado por Huerta a la disolución del Congreso. López Velarde lo identificaba desde antes, pero su imagen de él no era buena, en tanto que lo consideraba el hombre fuerte y un “mal consejero” del gobernador Lizardi, a quien acusaba de hacer trampas electorales. Otra vez Gabriel Zaid nos da la explicación sencilla y contundente del supuesto enigma. El nombramiento de López Velarde tuvo un origen estrictamente administrativo: ante el abandono del Secretario de Instrucción Pública del gobierno Convencionista anterior —José Vasconcelos—, se tuvo que nombrar por razones escalafonarias a un Jefe de Sección, lo que era López Velarde. Pero Joaquín Ramos Roa también era Jefe de Sección en el Ministerio, y con seguridad el presidente González Garza relevó al poeta en favor de éste, quien había sido su compañero de bancada en la XXVI Legislatura.

Su siguiente —y última— aparición política fue muy sorprendente, y quedan aún numerosas interrogantes sobre ella: ¿Cómo, a pesar de haber sido miembro de un gobierno Convencionista, luego fue secretario particular del ministro de Gobernación del presidente Carranza? En este caso las explicaciones son claras: se trataba del coahuilense Manuel Aguirre Berlanga, con quien había colaborado en el Partido Potosino Antirreeleccionista en los inicios del proceso revolucionario y con quien antes había tenido cierto trato en el Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí, donde Aguirre Berlanga también estudió y luego fue profesor en la ‘carrera’ de abogado. Al margen de las fallidas aspiraciones presidenciales de Aguirre Berlanga, lo cierto es que en mayo de 1920 éste era uno de los más importantes acompañantes de Carranza en su huida de la capital, cuando ésta fue amenazada por los rebeldes sonorenses. Todo parece indicar que López Velarde iba en el convoy que salió a Veracruz, para apoyar a su jefe el Secretario de Gobernación Aguirre Berlanga. Sin embargo, como la mayoría de los civiles, regresó a la ciudad de México en uno de los primeros contratiempos militares del convoy presidencial.

Llama la atención que López Velarde haya sido considerado por algunos como un “reaccionario”. Al margen de lo inútil del asunto, tratándose de un poeta, ¿puede calificarse como tal a quien simpatizó con Madero y luego colaboró con el gobierno de Carranza? ¿Puede caracterizársele como reaccionario sólo por no haber considerado como opción ni a villistas ni a zapatistas? Retrocedamos unos años: ¿Todo católico es indefectiblemente reaccionario, aún si se trata de un católico progresista, influido por la encíclica Rerum Novarum que promulgara León XIII en 1891? ¿reaccionario solo por tener añoranzas de su pueblo y de su infancia? ¿es lo mismo ser reaccionario que misoneísta, en el sentido de que López Velarde temía la modernización y la norteamericanización del país? ¿Reaccionario quien nunca sintió nostalgia por el Porfiriato, sino que advirtió contra el peligro de “retrogradar”? ¿Es reaccionario todo aquel que se decepciona de un proceso revolucionario? Sobre todo: ¿si fuera reaccionario dejaría de ser un poeta extraordinario? De hecho, algunos lo han considerado reaccionario porque en su poema La suave patria asegura que Jerez había sido convertido por la Revolución, a la que asocia con “el hambre y el obús”, en un “edén subvertido”. Insisto: es una acusación inútil y mal dirigida. Prefiero quedarme con una imagen atinadísima: López Velarde simpatizó con el Maderismo y colaboró con el Carrancismo, pero en ambos “con mala suerte”.

Carranza fue derrocado y muerto; Aguirre Berlanga estuvo preso por un corto tiempo, pues se le quiso hacer responsable de la pérdida del tesoro nacional, perdido —supuestamente— durante el fallido trayecto presidencial. López Velarde quedó sin el empleo de Gobernación, y tuvo que sobrevivir de las clases que impartía en la Preparatoria, institución que era símbolo de la educación Positivista que tanto había criticado, y en la Escuela de Altos Estudios, fundada por los ateneístas, con quienes tenía una relación de antipatía mutua. Sin duda ya no era el esmerado católico que había sido en Jerez o en San Luis Potosí. Si antes detestaba la capital del país, ahora era parte de su vida cultural. Incluso fue uno de los dirigentes-fundadores de la revista Pegaso. Sobre todo, el joven lector de los poetas católicos ahora estaba vinculado con escritores como Enrique González Martínez y José Juan Tablada, a quienes identificaba con la literatura vanguardista. También tenía cierta relación con los poetas más jóvenes que luego harían la revista Contemporáneos, como José Gorostiza, Carlos Pellicer y Xavier Villaurrutia. Sin embargo, ese nuevo Ramón López Velarde no duraría mucho. Coqueteó con la idea de buscar un puesto diplomático, pero decidió permanecer en el país. Primero dirigió una revista humilde, La Novela Quincenal, y luego José Vasconcelos lo convenció de colaborar en la revista oficial El Maestro, pero sólo pudo hacerlo por pocos meses, pues murió a mediados de 1921. La inmediata multiplicación de sus futuros lectores contrastaría con el escaso eco de los dos únicos libros que publicó en vida —La sangre devota y Zozobra—. El mediocre profesor y el poeta casi anónimo pasó a ser, de inmediato, una gloria nacional. Álvaro Obregón, a quien rechazaba por militarista y jacobino, decretó a su muerte tres días de luto nacional. Comenzaba la leyenda…

Javier Garciadiego Dantán es integrante de El Colegio Nacional

Eduardo J. Correa, Una vida para la poesía y la literatura: autobiografía íntima. Notas diarias, Aguascalientes, Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2015, y El Partido Católico Nacional y sus directores: explicación de su fracaso y deslinde de responsabilidades, México, Fondo de Cultura Económica, 1991.

Por mucho, la mejor biografía de López Velarde es la escrita por Guillermo Sheridan, Un corazón adicto: la vida de Ramón López Velarde, México, Fondo de Cultura Económica, 1988. Mi deuda con este espléndido libro es impagable.

El padre había nacido en Jalisco pero tenía dos orígenes claramente diferenciados: de propietarios agrícolas en Aguascalientes y de mineros —los Velarde— en Zacatecas. El Colegio Morelos que estableció fue cerrado por las autoridades, que cuestionaban su catolicismo. Cfr. ibid., pp. 13-38.

Tengo otra deuda con Sheridan por su magnífica edición de la Correspondencia de López Velarde con Eduardo J. Corea y otros escritos juveniles (1905-1913), México, FCE, 1991. Cfr. Estudio preliminar, pp. 14-22 (en adelante Correspondencia).

Me refiero obviamente a la entrevista que Díaz concedió al periodista norteamericano James Creelman. Véase mi ensayo La entrevista Díaz Creelman, México, Academia Mexicana de la Historia/SEP, 2019. Como prueba irrefutable de que López Velarde la leyó con interés, véase su artículo “Creelman”, en El Regional, Guadalajara, 20 noviembre 1909, escrito con el seudónimo de Esteban Marcel, en Correspondencia, pp. 237-238.

Breves biografías suyas en el Diccionario histórico y biográfico de la Revolución mexicana, 8 t., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, tomo VI, 1992, pp. 36-37, 81-83 y 191-193.

Varias veces López Velarde expresó alabanzas y elogios al obispo Ignacio Montes de Oca, además poeta neoclásico conocido como ‘Ipandro Acaico’. En su artículo “Al mejor blanco”, La Nación, 15 diciembre 1912, lo llama “eminente y respetable”. Sus textos periodísticos pueden consultarse en Prosa política, editada por Elena Medina Ortega, México, Imprenta Universitaria, 1953, y en Ramón López Velarde, Obras, edición de José Luis Martínez, México, FCE, 1971, pp. 523-751.

Carta de RLV a Eduardo J. Correa, 17 junio 1909, en Correspondencia, pp. 112-113. Para Sheridan San Luis Potosí era entonces “un hervidero oposicionista”. Cfr. p. 94.

Pedro Antonio Santos Santos, Memorias, edición de María Isabel Monroy, San Luis Potosí, Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, 1990, p. 21.

RLV, “Madero”, en El Regional, Guadalajara, 14 octubre 1909.

Se fundó a instancias del propio Madero, cuando este pasó por San Luis Potosí en gira política a finales de marzo de 1910. Cfr. Santos Santos, op cit., pp. 24-29.

En rigor, las fuentes documentales locales no avalan que López Velarde haya sido designado para asistir a la Convención del Tívoli; asimismo, dichas fuentes dejan claro que sólo Pedro Antonio de los Santos ayudó legalmente a Madero durante su prisión en San Luis Potosí. De hecho, en las cartas escritas por Madero durante su periodo carcelario, menciona siete veces a Pedro Antonio de los Santos y ninguna a López Velarde. Cfr. Archivo de don Francisco y Madero, Epistolario (1910), edición de Agustín Yañez y Catalina Sierra, México, Secretaría de Hacienda, 1966, tomo II, pp. 183-295. El propio López Velarde se reconocía como “el ultimo soldado” de Madero. Cfr. Juan José Arreola, Ramón López Velarde. Una lectura parcial de…, editor Vicente Preciado Zacarías, Colima, Puertabierta Editores, 2018, p. 18.

Los que realmente influyeron en que tuviera un encarcelamiento poco estricto fueron el ministro porfirista Limantour, gran amigo de la familia Madero, el obispo Montes de Oca y, con su simple presencia en el país, los muchos diplomáticos que habían asistido al país como invitados a los festejos por el centenario de la Independencia.

Se buscaba primero no ser acusados de que violaban las leyes ‘de neutralidad’; esto es, organizar en Estados Unidos una rebelión contra otro país. Obviamente, también sabían que sería poco político que el plan que llamara a la rebelión tuviera el nombre de una ciudad extranjera.

En orden alfabético, Enrique Bordes Mangel, Roque Estrada, Ernesto Fernández Arteaga, Federico González Garza y Juan Sánchez Azcona. Previsiblemente, Sheridan también rechaza su colaboración en el Plan. Cfr. Un corazón, p. 110.

En una carta a Correa del 13 de marzo de 1911 el propio López Velarde reconoció su “insignificancia” como maderista. Sheridan también insiste en la poca cercanía de López Velarde con Madero. Cfr. Correspondencia, pp. 137, 153 y 159. Véase también Arreola, op. cit., p. 31.

Es muy conocida la afirmación de Eduardo J. Correa, amigo y protector de López Velarde por esos tiempos, quien aseguró que de haber colaborado en la redacción se lo habría “confiado” a él. Cfr., Eduardo J. Correa, “Ramón López Velarde, revolucionario”, en Excélsior, 6 junio 1952.

Véanse las cartas de Madero a José María Pino Suárez y a Francisco Vázquez Gómez, del 19 de septiembre de 1910, y la carta a este último del día 28 del mismo septiembre. Cfr. Epistolario, tomo II, pp. 278-279 y 290-291.

Roque Estrada, La revolución y Francisco I. Madero, Guadalajara, Talleres de la Imprenta Americana, 1912, pp. 263, 275, 277, 285-286 y 308-309. Zaid reconstruye las dos posibilidades: “unos han dicho que la redacción fue del grupo maderista en San Luis. Otros, que fue del grupo maderista en San Antonio”. Él mismo considera “poco probable” que el poeta haya colaborado. Cfr. Gabriel Zaid, “López Velarde y el Plan de San Luis”, en Obras, tomo II, México, El Colegio Nacional, 2020, pp. 435-442 y 492. Obviamente, yo me decanto en favor del grupo de San Antonio, a la vez que señalo la poca respuesta que hubo al Plan en el propio San Luis Potosí.

Carta de RLV a Eduardo J. Correa, 18 noviembre 1911, en Correspondencia, pp. 137-138.

José Luis Martínez, “Examen de Ramón López Velarde”, en Obras, México, FCE, p. 39; la opinión favorable de Arreola, en op. cit., pp. 15 y 65. La opinión más severa en José Emilio Pacheco, Ramón López Velarde. La lumbre inmóvil, México, Ediciones Era, 2018, pp. 44-45.

Son constantes sus alusiones al Quijote, así como a diferentes obras de Shakespeare. Su artículo para La Nación del 1° de septiembre de 1912 lo tituló “Ser o no Ser”.

En efecto, triunfaron los candidatos a gobernador José López Portillo y Rojas y Rafael Ceniceros.

Se le ofreció una plaza de actuario en un juzgado de Santa María la Ribera. Sheridan, en su estilo más literario, asegura —p.119— que se le nombró “secretario del juzgado 5° … que se encargaría de lanzar a las personas que perdieran sus pleitos de vivienda”. Juan Villoro, otro gran conocedor de López Velarde, señala que al poco tiempo López Velarde abandonó ese puesto, por cierto en la población de Venado, “porque no soportaba expulsar de las casas a la gente que no pagaba la renta”. Cfr. Juan Villoro, Históricas pequeñeces. Vertientes narrativas de Ramón López Velarde, México, El Colegio Nacional, 2014, p. 33.

Arreola, op. cit., pp. 57 y 76.

El ganador fue Aquiles Elorduy, nacido en Aguascalientes, pero radicado desde joven en Zacatecas. Inició su vida política como reyista y luego fue un antirreeleccionista, claramente contrario a los políticos católicos.

López Velarde rebatió a quienes aseguraron que Pino Suárez había triunfado como candidato a la vicepresidencia gracias a “innumerables fraudes”. Cfr. “El triunfo del licenciado Pino”, en El Regional, 10 noviembre 1911.

Carta de RLV a Eduardo J. Correa, 19 noviembre 1913, en Correspondencia, p. 165.

Cfr. Zaid, op. cit., pp. 495 y 519. Véase también el artículo de RLV, publicado en La Nación el 13 de agosto de 1912.

En rigor, entre los muchos revolucionarios zacatecanos no hubo siquiera uno importante nacido en Jerez: ni Luis Moya, ni los hermanos Caloca, ni los hermanos Estrada —Roque y Enrique—, y mucho menos el duranguense Pánfilo Natera.

Durante la lucha maderista, el 21 de mayo de 1911, la tomó José Isabel Tovar, campesino de Ábrego, municipio de Fresnillo, quien sólo encontró una “débil resistencia”; en la etapa Constitucionalista sólo fue tomada por pocos días, en abril de 1913, por Pánfilo Natera.

Germán List Arzubide, Ramón López Velarde y la Revolución Mexicana, México, Ediciones Conferencia, 1963, pp. 63-65.

Véase Baltasar Dromundo, Vida y pasión de Ramón López Velarde, editorial Guaranía, 1954, reproducido en Calendario de Ramón López Velarde, México, SEP, 1975, tomo II, pp. 432-435.

Véase mi libro Rudos contra Científicos. La Universidad Nacional durante la Revolución Mexicana, México, El Colegio de México/UNAM, 1996, pp. 275 y 286.

Roque González Garza era un viejo revolucionario nacido en Saltillo que había sido empleado de varios comercios durante el Porfiriato. Su hermano Federico había sido el redactor del ‘Memorial’ que buscó la anulación de los comicios de 1910, asunto que seguramente López Velarde recordaba bien.

En un artículo titulado “Zapata”, publicado en La Nación el 22 de febrero de 1912, López Velarde había llamado “fiera” y “tipo selvático” a Zapata, autor de “hazañas delictuosas”, caudillo de una “rebeldía rústica” y defensor de la “barbarie comunista”.

Zaid también se refiere a “las atrocidades” cometidas por los villistas en Jerez, y al asesinato del tío, el padre Inocencio, “cuando quiso defender de la tropa a las colegialas de un colegio católico”. Cfr. op cit., p. 520. Respecto a la toma de Zacatecas y su impacto social, económico, demográfico, cultural y político es de obligada lectura la espléndida novela de Eduardo Lizalde, Siglo de un día, México, Vuelta, 1993.

Véase su artículo “El ganapierde”, La Nación, 31 agosto 1912

Con sentido del humor, Zaid (pp. 505-507) titula estas páginas “Ministro por un día”. Joaquín Ramos Roa fue diputado en la XXVI Legislatura por el distrito de San Miguel Allende, y llegó a ser prosecretario de aquel Congreso. Véase Félix Palavicini, Los Diputados, México, Tipografía el Faro, 1913, pp. 552 y 572. Véase también mi libro Rudos…, p. 289.

López Velarde tenía otro gran contacto político, el gobernador carrancista de San Luis Potosí. Se trataba de Severino Martínez, ingeniero nacido en Aguascalientes pero radicado en San Luis Potosí, quien era cuñado de Eduardo J. Correa y por lo tanto de constante presencia en López Velarde. De hecho, este Severino Martínez debió facilitarle el libro de Madero La Sucesión Presidencial, ejemplar que era de Correa. Véase Carta de Correa a RLV, 22 marzo 1909, en Correspondencia, pp. 106-107. Tal parece que López Velarde y Severino Martínez compartían hacia 1910 una tertulia en la que se charlaba “de política y literatura”. Cfr. ibid, p. 135. Más aún, Severino Martínez había sido miembro, junto con López Velarde y Aguirre Berlanga, del Partido Potosino Antirreeleccionista a mediados de 1910. Véase Ma. Isabel Monroy, op cit., p. 136.

Consciente de que no tenía posibilidades de suceder a Carranza, antes de que concluyera la presidencia de éste Aguirre Berlanga abrió un despacho de abogados, con López Velarde como uno de los socios.

También se ha dicho que López Velarde llegó a la estación de ferrocarril con retraso, por lo que no pudo ir en la comitiva y permaneció en la ciudad, donde dos semanas después se enteró de los sucesos de Tlaxcalantongo. Cfr. Sheridan, Un corazón, p.199. Sin embargo, el propio López Velarde dijo a una amiga que sí había logrado embarcarse pero que no llegó más allá de la Villa, cuando descendió del tren y regresó a la ciudad. Véase carta de RLV a Margarita González, 11 junio 1920, en Obras, p. 772. Es un hecho que la retaguardia del convoy presidencial fue atacada en la Villa por una ‘máquina loca’: hubo como 200 muertos y heridos, y muchos más tuvieron que regresar a la ciudad al quedar inutilizables varios carros del tren. Para conocer las vicisitudes de dicha aventura, véase Fernando Benítez, El rey viejo, México, FCE, 1959.

Emmanuel Carballo, “¿Revolucionario o reaccionario?”, en Excélsior, 18 febrero 1971.

En forma mesurada, José Emilio Pacheco dice que López Velarde “tuvo simpatía” por las ideas de Madero. Cfr. op. cit., p.11.

Véase Zaid, op.cit., pp. 404 y 494-496.

Pacheco resalta las protestas de López Velarde “contra la anglosajonización de México”, pues está “matando su ánima y su estilo”. Cfr, op. cit., pp. 13 y 18.

Véanse sus artículos en La Nación del 7 y 25 de julio y 18 de septiembre de 1912.

Ahora consúltense sus artículos del 3 de junio y 14 de julio de 1912, también en La Nación.

Zaid, op. cit., p. 427.

En rigor, la mala relación se redujo a Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. Cfr. Pacheco, op. cit., pp. 23-32, y Zaid, op. cit., pp. 408-419.

También colaboró en la Revista de Revistas, pero es fácil imaginarse que lo hacía por un pago menos que reducido.

Tanto para contratarlo, como para homenajearlo después, fueron decisivos los jóvenes colaboradores de Vasconcelos que luego harían Contemporáneos: José Gorostiza, Carlos Pellicer, y Xavier Villaurrutia.

Tanto Pacheco (p. 33) como Villoro (p. 15) utilizan también el concepto de “leyenda”. Pacheco, en ocasiones maledicente, es quien se lo imagina como un maestro aburridísimo (pp. 58-59).