Opinión

Rigidez y fetiches presidenciales

Rigidez y fetiches presidenciales

Rigidez y fetiches presidenciales

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Ante las crisis, hay distintas maneras de actuar. Unas tienen que ver con la velocidad y la fuerza de la ­reacción. Otras, con la flexibilidad o la rigidez. La crisis de dos cabezas que enfrentan México y el mundo, con la pandemia del coronavirus y sus efectos económicos, exige una ­reacción fuerte, pero también flexible.

Es una crisis tan grande que ha echado por tierra las antiguas certidumbres. Todos los guiones han tenido que cambiar.

Al presidente López Obrador no le gusta que le cambien el guion que tenía programado para el país. Su tendencia es a la inflexibilidad. En lo referente a la crisis de salud ha tenido, a regañadientes, que ir cediendo ante una realidad que ya está aquí, y que son los contagios locales. En el tema económico, sigue aferrado a sus fetiches, tanto en lo que aborrece (deuda, impuestos, déficit), como en lo que ama (sus proyectos emblemáticos y la resurrección de Pemex).

La inflexibilidad presidencial se ha traducido en una respuesta un tanto confusa ante la llegada del coronavirus, marcada por las contradicciones entre el mensaje oficial de salud y la actitud displicente de López Obrador, pero al menos se está avanzando en la dirección correcta. Pero sobre todo se ha traducido en una suerte de pasmo en lo económico, mientras otros países del mundo están destinando sumas importantes para evitar un colapso después del colapso.

En otras palabras, no ha habido una reacción suficientemente fuerte ante el monstruo bicéfalo.

¿Qué significa una reacción fuerte? En primer lugar, darse cuenta de que la inacción es suicida y también entender, como lo han señalado varios especialistas, que los dos problemas están tan enlazados que es un error gravísimo querer separarlos. No hay manera de salir adelante en lo económico si no se ataca con seriedad y decisión el problema de salud. No hay manera de salir airosos en lo sanitario, si no se canalizan recursos económicos cuantiosos a ese sector y al problema del Covid-19 en específico.

La recesión mundial es un hecho. Su profundidad en cada país está por definirse. Quienes tengan una crisis de salud profunda, no sólo tendrán también una recesión igualmente profunda, sino que cualquier recuperación económica será más difícil y lenta. Por eso, es un absurdo hacernos de la vista gorda ante el problema de salud, y querer dizque proteger la economía hoy, porque mañana sólo quedarán harapos. Posiciones como las que ha expresado el dueño de TV Azteca no pecan sólo de insensibles, sino también de miopes en lo económico.

En otras palabras, en el tema de la epidemia es mejor tener una sobrerreacción que bajar la guardia. Aun así, es necesaria cierta flexibilidad, dada cuenta la situación de precariedad e informalidad de buena parte de los trabajadores en el país.

Y en el tema de la economía, las voces que reclaman al gobierno un programa general de rescate son prácticamente unánimes. Desde los adoradores del libre mercado hasta la izquierda radical, todos coinciden en que tiene que haber medidas excepcionales, que vayan de acuerdo con la situación excepcional que apenas estamos empezando a vivir.

Si continúa la inacción gubernamental, va a haber una destrucción masiva de puestos de trabajo, que llevará a una espiral en la que tanto el consumo como la producción se van tirando hacia abajo. Es lo que vivieron muchos países durante la Gran Depresión (todos recuerdan las medidas proactivas de Roosevelt; nadie se acuerda del pasmo de Hoover).

Todas las propuestas, desde las que tienen como principal objetivo salvar a las empresas hasta las que apuntan, casi exclusivamente, a mantener los ingresos de los trabajadores, derrumban como fichas de dominó a los fetiches del neoliberalismo que ha adoptado López Obrador: el superávit primario en las finanzas públicas, el no endeudarse y, en el mediano plazo, el no aumentar impuestos.

Muchas de ellas subrayan también la inutilidad, a estas alturas del precio del petróleo, de continuar inyectando recursos al proyecto de la refinería de Dos Bocas. Todas, sobre la conveniencia de hacer otro tipo de inversión pública.

Sólo con deuda, déficit, reacomodos en el gasto y proyectos mayores de salvamento de la planta productiva y de los ingresos de los trabajadores podrá el país salir adelante. Los principales sectores productivos del país estarían, sin duda, de acuerdo con un acuerdo de gran calado. A estas alturas, los detalles importan menos que el hecho de realizarlo y soltar el gasto.

López Obrador ha tenido que admitir que no es epidemiólogo y eso ha permitido que los especialistas hayan podido empezar a trabajar, a pesar de los obstáculos de todas las mañanas. De seguro ha de haber sido complicado convencer al Presidente de modificar, aunque sea un poco, su discurso. Ese esfuerzo de los especialistas se agradece.

Ahora toca una tarea todavía más complicada. Hacer que López Obrador admita que no es economista (no lo tiene que hacer en público) y permitirle encabezar formalmente un gran programa para la reactivación económica en el que la prioridad ya no sean los fetiches ochenteros del Presidente, sino la salud de la economía nacional.

Si la rigidez presidencial en materia de salud ya tuvo y tendrá costos a la hora de combatir la pandemia, su rigidez en materia económica será catastrófica, si no le doblan la manita. ¿Habrá quien pueda?

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