
El buzón secreto era el título de una dinámica escolar que hizo una profesora en mi primaria. El juego “integrador”, así lo justificaba ella, se trataba de poner mensajes en una caja de cartón que con la imaginación infantil se convertía en un sofisticado buzón que resguardaba los secretos más profundos de unos niños de 11 años.
La tarea era escribir al menos 10 cartitas sin número de palabras para nuestros compañeros resaltando sus “virtudes” y/o expresándoles si en algún momento nos habíamos sentido agredidos o decepcionados por algo en específico y por qué. No era necesario revelar tu identidad si eso te hacía sentir incómodo. La dinámica era para que conocieras cómo te percibían los otros.
Al final, recuerdo a un par de niños riéndose por los mensajes que recibieron y enviaron, una niña llorando y la maestra regañándonos por escribir palabras altisonantes.
Hace una semana, se popularizó una aplicación para smartphone que funciona de una manera parecida al buzón secreto de mi primaria. Su nombre es Sarahah, que significa en árabe franqueza y ahora se ha vendido como la revolucionaria aplicación de la “honestidad”.
La app permite enviar mensajes totalmente anónimos a un usuario. El usuario no puede contestar los mensajes, sólo puede —si quiere— compartirlos en sus redes sociales. La idea surgió, no de mi maestra, sino de Zain al-Abidin Tawfiq, desarrollador de Arabia Saudita que la creó el año pasado como una página web para que los empleados escribieran comentarios anónimos a sus jefes.
Tuvo tanto éxito que la convirtió en una aplicación abierta y ahora está siendo muy descargada. La idea no es nada nueva. Los buzones de quejas existen desde hace mucho. La ventaja de que un usuario escriba de manera anónima a su jefe ayuda a derribar los límites del poder. Es un mensaje que se transfiere de forma mucho más horizontal. Donde el receptor puede verse beneficiado de conocer realmente las fallas o problemáticas de esa relación laboral.
Sin embargo, trasladarlo a un plano social y general, a través de internet, presupone otras cuestiones mucho más complejas. Un usuario no comenta sobre una marca o empresa. Lo hace sobre una persona que probablemente conozca personalmente o no.
¿Realmente tendrá un uso “honesto” o de “franqueza? ¿Qué nos llevaría a descargarla? ¿Por qué alguien se expondría voluntariamente a recibir mensajes anónimos? ¿Cómo beneficia o perjudica a nuestro ego de cristal? ¿Quién se tomaría el tiempo para escribir un mensaje de forma anónima?
En las redes sociales abundan los trolls, esos personajes que abren cuentas para poder enviar mensajes de odio e insultos a los usuarios. Esta app les facilita el trabajo, a través de un simple clic pueden enviar todas las ofensas posibles. Aunque probablemente no les parecerá tan divertido porque ellos buscan la humillación pública. La visibilización de su ofensa. Sin embargo, sí podría ayudar a fomentar el ciberbullying, el chantaje y las amenazas, sobre todo en las generaciones más jóvenes, de adolescentes y pubertos, en las cuales la competencia y las rivalidades sociales son mucho más importantes y generan golpes duros a egos frágiles y en formación.
También estarán los otros mensajes: las confesiones amorosas o de atracción física, las bromas, los halagos y probablemente se llegue a filtrar uno que otro comentario que ayude a reflexionar o simpatizar de una manera más honesta y franca. Pero otra duda que me surge: ¿los hombres y las mujeres recibirán mensajes parecidos? Se me ocurre que no. Las mujeres son más violentadas en redes sociales que los hombres.
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