Opinión

Será culpa de todos, menos de AMLO

Será culpa de todos, menos de AMLO

Será culpa de todos, menos de AMLO

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Una de las características de la pandemia de coronavirus es que en todo el mundo ha sido politizada. La misma globalización que permitió su rápida expansión es la que mantiene, en estos tiempos de comunicación inmediata, a millones informados sobre su evolución, y provoca comparaciones entre países y regiones. También, agrias discusiones.

Es muy difícil, para cualquiera, resistirse a hacer comparaciones. Y es fácil, en estos tiempos polarizados, utilizarlas para hablar bien o mal de personajes o grupos políticos, que se usan como ejemplos positivos o negativos. Eso ha servido en varios lados para hacer política interna, porque se sobreentiende que el saldo de la pandemia habla de la capacidad de liderazgo, la inteligencia y la previsión de los dirigentes políticos. A unos de ellos los fortalece y a otros los debilita.

En México, nación polarizada si las hay, ese factor político se entendió desde el principio. En los primeros días, mientras desde el gobierno, y sobre todo desde la Presidencia, se minimizaba el riesgo que se cernía sobre el país, desde la oposición se insistía en que los datos no eran fidedignos y que, si en Estados Unidos ya había llegado, aquí era mucho peor.

Con el tiempo, se vio que ambas partes exageraban. El peligro era muy real y los contagiados y los muertos tardaron en llegar, pero lo hicieron, desgraciadamente, y en cantidades superiores a las que la mayoría había imaginado.

Era evidente que, en la medida en que se fueran sumando las bajas por el COVID y las de la economía, las críticas por el manejo de la pandemia iban a ir en aumento. La imprecisión de los pronósticos sobre el famoso pico y el comportamiento de la curva, la continuación del confinamiento más allá de lo predicho, los mensajes cruzados y la poca certidumbre sobre dónde estamos parados en esta crisis de muchas caras, han abonado en contra de la popularidad de López Obrador. Y eso es algo que le importa mucho al Presidente.

Un dato adicional es que, en los dos primeros meses del desarrollo de la pandemia en el país, le fue mucho mejor a los estados que se distanciaron de los puntos de vista del gobierno federal y se generó, simultáneamente, una suerte de neofederalismo, con gobiernos locales enfrentados al centro, por lo menos en los temas sanitario y fiscal.

Las respuestas de AMLO han ido variando a lo largo de estas semanas. Por una parte, ha tenido que atemperar su optimismo: ya no somos de los países con menos contagios, y ahora la comparación se hace en muertes por millón de habitantes… con países que ya superaron, en su mayoría, la fase crítica de la pandemia. Por otra, ha pasado de ponerse, de mala gana, en manos de los expertos en epidemiología a convertirse en la voz cantante a la hora de aplicar políticas de desconfinamiento. Finalmente, ha ido paulatinamente traspasando las responsabilidades de la pandemia (y, por lo tanto, de sus costos).

Este último asunto es particularmente interesante. Cuando las cosas iban relativamente bien, con relativamente pocos casos y fallecimientos, la responsabilidad era del gobierno federal. En esos momentos, las críticas fuertes eran sobre el escaso apoyo a la economía y el doctor López-Gatell gozaba de un gran prestigio, y no nada más porque hablara de corrido.

Cuando empezó a verse que la cosa no se arreglaba e iba a peor, y que no se cumplían los plazos previstos, se decidió transferir, al menos nominalmente, la responsabilidad a los estados. Es una transferencia parcial y confusa, con semáforos que pueden estar simultáneamente en distintos colores o que, como en la Ciudad de México, pueden estar cambiando de tonalidad, según como uno interprete.

Detrás de esa transferencia está la idea de que, si hay un brote en algún estado que andaba bien en el manejo de la pandemia, la culpa será del gobernador. Pero, claro, si ese brote se controla, el gobierno local podría terminar llevándose las palmas.

Tal vez por eso ahora, que estamos revirtiendo el confinamiento sin claridad alguna sobre la situación real de la pandemia, hay una nueva transferencia de responsabilidades. Es, considero, lo principal que está detrás del más reciente decálogo presidencial. La salud en medio de la pandemia ya no es principalmente responsabilidad del gobierno, sino del ciudadano.

No le echemos la culpa a López Obrador, sino a nuestros malos hábitos, nuestra mala vibra, nuestro descuido por tomar el Metro atestado, nuestro afán por lo material, nuestro desdén por la espiritualidad.

Si bien ninguna de las recomendaciones del Presidente es mala por sí misma, debe quedarnos claro que lo que necesita el país, más que consejos personales, es una política de Estado. Esa transferencia a la población es una abdicación a las responsabilidades del Estado. Y esa abdicación no está dictada por otra condición que la urgente necesidad de esquivar el golpe político por el manejo errático de la pandemia de coronavirus.

Lo más lamentable de todo esto es que la población, en lo general, sí hizo su tarea en la misión colectiva de aplanar la curva de contagios.

La mayoría que pudo se quedó en casa, e incluso algunos de los que en realidad no podían. No sabemos de qué forma estrepitosa hubiera colapsado el maltratado sistema de salud, de no haber habido la disciplina social que se manifestó en los últimos meses. Una disciplina que es más loable todavía porque los apoyos gubernamentales fueron muy escasos.

Ahora esa población es a la que le van a cargar sus propios muertos. En particular, los que vengan después de ahora. Por gordos. Por hipertensos. Por consumistas. Por egoístas.

Y ni crean que el desdén inicial o los malos ejemplos posteriores tuvieron nada que ver.

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