Metrópoli

Simuladores, maestros de la comedia y aduladores, en el primer corte de caja

Sheinbaum apagó las llamaradas una a una y dijo: “Atrás quedó la traición a la ciudadanía”, a la cual convocó para reconstruir la ciudad en conjunto con el gobierno, “porque es nuestra casa”. Y luego, tras el fin del protocolo, se entregó al circo de políticos rastreros y al negocio de las porras pagadas por alcaldes, secretarios y líderes sindicales, cuya farsa esta vez incluyó matracas, títeres y batucadas…

Sheinbaum apagó las llamaradas una a una y dijo: “Atrás quedó la traición a la ciudadanía”, a la cual convocó para reconstruir la ciudad en conjunto con el gobierno, “porque es nuestra casa”. Y luego, tras el fin del protocolo, se entregó al circo de políticos rastreros y al negocio de las porras pagadas por alcaldes, secretarios y líderes sindicales, cuya farsa esta vez incluyó matracas, títeres y batucadas…

Simuladores, maestros de la comedia y aduladores, en el primer corte de caja

Simuladores, maestros de la comedia y aduladores, en el primer corte de caja

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hubo, en el Primer Informe de Gobierno de Claudia Sheinbaum, tres simulaciones…

Una, afuera, en las calles aledañas al Congreso de la ciudad, orquestada por supuestos amigos, quienes rentaron vivas y aplausos, dejando en las sombras el murmullo genuino del pueblo.

Y dos adentro, en el recinto: la primera fraguada por opositores partidistas —Jorge Gaviño, del PRD; Christian Damián von ­Roehrich, del PAN; y Guillermo Lerdo de Tejada, del PRI—, quienes retorcieron cifras y realidades para achacar múltiples males al actual gobierno y golpetear sin sustento, como si en nueve meses se hubiese quemado en la hoguera un añorado paraíso citadino; al fin maestros de la comedia política, abandonaron con celeridad el salón de plenos para extender en los pasillos del Palacio su propaganda negra.

Y la segunda, tramada por los aduladores de siempre, la mayoría compinches morenistas, lambiscones en busca de publicidad gratuita, favores futuros o dádivas presupuestarias, entre ellos legisladores, alcaldes, burócratas y funcionarios de Gobierno. Habría de verse, por ejemplo, la habilidad servil de la alcaldesa de Iztapalapa Clara Brugada, propensa a los abrazos, las selfies y los elogios desaforados. O de la diputada del partido Verde Ecologista Teresa Ramos Arreola —si se tratara de hablar de rivales disfrazados—, no sólo experta en alabanzas convenientes, sino inclinada a la frivolidad legislativa: escasas ideas y propuestas, pero abundante maquillaje, tinte, perfume y pose.

Pese a embusteros, porristas a sueldo y zalameros, Sheinbaum pareció salir bien librada del primer corte de caja: en 58 minutos de discurso trazó sin sospecha los avances en casi todos los rubros de la vida pública, aunque el inventario de acciones no le alcanzó para ocultar el desvelo en torno a los temas de inseguridad y violencia contra las mujeres, los cuales la acompañaron como fantasmas trepidantes durante la comparecencia.

Ella misma lo reconoció camino al Antiguo Palacio del Ayuntamiento, apretujada por sus escoltas y aplaudidores histriónicos.

“Sé que tengo varios asuntos pendientes”, dijo.

—¿Cuáles?

—Sin duda el de la seguridad.

—¿Algún delito en especial?

—El robo. Pero lo revertiré con trabajo y entrega.

Como lo había hecho en su toma de protesta, en diciembre pasado, la Jefa de Gobierno decidió caminar de la sede legislativa hacia sus oficinas frente a la Plaza de la Constitución. Treinta y un minutos más de trajín entre apretujones y toqueteos, pues más temprano también había optado por andar trece minutos de Eje Central a Donceles, donde rendiría el informe.

Hubo, entre sus colaboradores, quien le sugirió usar un auto oficial, no sólo por la saliva a sortear, sino por los ocho centímetros del tacón de stiletto de sus zapatillas beige.

Claudia asumió el reto de cruzar Allende, Bolívar, Madero y una parte de la plancha del Zócalo al ritmo de sus elevados tacones, aunque —abrumada por la multitud—sin poder lucir del todo su diminuto tatuaje bajo la pantorrilla izquierda.

Su caminata permitió apreciar mejor el pulso de la ciudadanía, porque conforme se alejó del Congreso fue difuminándose la valla de melosos de alquiler y los auténticos capitalinos fueron expresando a la distancia sus inquietudes diarias, en especial la añoranza de paz, de mejor transporte y mayor suministro de agua. Aun entre ellos, con sus luces y sus sombras, ganó el optimismo.

—¡Doctora, doctora!— le gritaba una abuela en medio del tropel…

—¿Qué quiere? —le preguntaban los colaboradores oficiales.

—Estar con ella tantito…

Claudia, atenta a las voces anónimas, frenó entonces el taconeo y se abrió paso hacia la mujer.

—Sólo para darle un beso y decirle que la quiero —le susurró la anciana.

—Yo también la quiero a usted— respondió la Jefa de Gobierno, con un compás dulce, opuesto al tono ácido con el cual, minutos antes, había respondido a sus detractores desde la tribuna:

“Cuando el feminicidio se catalogaba como suicidio, se quedaron callados, y también lo hicieron cuando se hablaba del viejerío. Las cifras dejaron de maquillarse, nosotros no simulamos. No estamos  satisfechos, hace falta más y todos los días nos dedicamos a esto; nuestro compromiso es dejar una ciudad segura”.

El priista Lerdo de Tejada la había acusado de incapacidad para revertir la descomposición social, de mantener a la ciudad en crisis y de rendirse a los dictados de la Federación y su modelo paternalista. El perredista Gaviño le había reprochado la falta de crecimiento económico y el repunte en ilícitos, como robo a transeúntes y trata de personas; y el panista von Roehrich la había criticado por generalizar la impunidad y utilizar a los adultos mayores con fines electorales.

“Quienes vienen a criticar parecen descubrir el hilo negro y dicen que los problemas comenzaron hace nueve meses, cuando estuvieron aquí y nunca hicieron nada. Fueron causantes del deterioro, y ahora vienen a decir que la ciudad está en crisis”, expresó el morenista Ricardo Ruiz Suárez en defensa de la actual administración.

Sheinbaum apagó las llamaradas una a una y dijo: “Atrás quedó la traición a la ciudadanía”, a la cual convocó para reconstruir la ciudad en conjunto con el gobierno, “porque es nuestra casa”. Y luego, tras el fin del protocolo, se entregó —¿y qué más podía hacer?—al circo de políticos rastreros y al negocio de las porras pagadas por alcaldes, secretarios y líderes sindicales, cuya farsa esta vez incluyó matracas, títeres y batucadas…