
Las cifras nunca serán precisas. Se contemplaban 70 mil personas, informes oficiales dicen que eran 100 mil pero los historiadores coinciden en que se superaron los 250 mil asistentes. Algunos incluso hablan de 300 mil. Más allá de la cantidad exacta, lo importante es que fue un hecho inédito y genuino.
Los jóvenes se trasladaron como pudieron para llegar a Avándaro. Hubo camiones de todo tipo, ya sea dentro o sobre el techo. Algunos hicieron el peregrinaje a pie haciendo que, sobre la carretera, luciera una gran cadena humana al lado de los vehículos. Otros llegaron en sus propios autos pero muchos más por medio de aventón. Justino Compean, uno de los organizadores, acercó a los que pudo: “Llegaban camiones de toda la República, la mayoría no tenía boleto y, como era en campo abierto, empezaron a entrar sin pagar”, dijo.
El evento tuvo actividades previas. Desde el jueves se realizaron pruebas de audio y ya había gente presente en cantidades no esperadas. El sábado 11, día del evento, comenzó con actividades recreativas, como una sesión de yoga del periodista y naturista Carlos Baca, quien también dio una charla sobre ecología. También se representó la ópera rock Tommy, original de The Who, por parte de una compañía de teatro de la UNAM y hubo intervenciones musicales sorpresa, no contempladas en el cartel oficial por parte de La Ley de Herodes, Zafiro, La Sociedad Anónima, Soul Masters y La Fachada de Piedra.
En los parajes del festival levantaron tiendas de campaña, muchas de ellas improvisadas: “La bandera nacional, metro y medio de largo por un metro de ancho –con el águila sobre un nopal devorando a una serpiente, sustituida por una hoja de mariguana– que ondeaba, enhiesta, era reflejo de la crítica al presidencialismo, de lo que años más tarde se conocería como la Dictadura Perfecta. Era un acto contestatario, rebeldía contenida”, expresó en un testimonio el escritor Federico Rubli Kaiser, uno de los historiadores de Avándaro más reconocidos.
El Festival empezó por la noche y tuvo varios problemas técnicos: se iba la luz, hubo muchos problemas con las lámparas y sobre todo, de la gente que se subía a las tarimas y andamios donde estaba montado el equipo de cámaras de video, iluminación y bocinas. Aun así, alcanzaron a tocar todos los grupos. Bueno, todos menos Love Army, que se quedaron varados en la carretera.
El concierto comenzó a las 20 horas: “Para quienes estaban a más de la mitad del lugar del escenario, Armando Nava parecía una marioneta vestida de verde eléctrico que se movía sin cesar: eran los Dug Dug’s que inauguraban el concierto”, recordó el periodista Javier Hernández Chelico, icono del periodismo musical en La Jornada, quien estuvo presente en el evento.
“Recuerdo ese día que ha pasado a la historia, nadie imaginaba lo que iba a suceder, fue un acontecimiento que marcó un antes y un después para el rock mexicano”, expresó Armando Nava, líder de Los Dug Dug’s sobre aquel momento en que encendieron los ánimos con temas como “I got a feeling” y “Let’s make it now”, que sonaron bajo la lluvia.
La llovizna tampoco perdonó a las siguientes bandas como El Epílogo. Esta banda, una de las representadas por Armando Molina (junto a Three Souls in my Mind, El Ritual, Peace and Love y otras más) venía de haber grabado un disco con la extinta compañía CBS. En su presentación en Avándaro tocaron temas como “Epílogo”, “He buscado por todo el mundo”, “Hombre no común” y “Nubes y sol”.
Para la historia queda como esa banda comandada por Carlos Arnoldo Zaldívar, también conocido como “El Nono”, no logró ver el resultado del disco hecho con la CBS a raíz de haber participado en Avándaro:
“Se grabaron ocho canciones originales pero nunca las pudo escuchar el grupo. En ese entonces José Cruz era el director artístico y dijo que fueron ‘congelados’ por tocar en el concierto de Avándaro”, dijo años después Jacobo Aragón, baterista de la agrupación, quien, por cierto, lució el atuendo más llamativo el día de la presentación con una vestimenta de danzante de la pluma, con un penacho de plumas y espejos, pantalones y camisa blancos con un corazón en el pecho y una capa en la espalda, todo adornado de lentejuelas y de muchos colores, como sucede en el estado de Oaxaca.
La banda siguiente fue La División del Norte, proveniente de Reynosa, Tamaulipas, que no tenía mucho en la escena musical, sin embargo fue con ellos que se dio una estampa histórica, cuando una chica subida en el techo de un trailer, comenzó a despojarse de sus ropas a ritmo de la música, el público pegó un tremendo alarido ante el hecho. En minutos se había despojado de sus pantalones y acto seguido también de la playera blanca que dejaba ver sus senos libres de sostén. Bautizada por la prensa como “La Encuerada de Avándaro”, pasó a la historia oficial como símbolo del degenere y frenesí del festival, y en la historia real como el primer símbolo de liberación femenina mexicana. Aunque la historia real es otra.
La División del Norte fue la banda que llegó para reemplazar a La Tribu en el Festival de Avándaro y lo hicieron con buena respuesta de la gente en una estampa que se quedó tatuada en su memoria, especialmente con el tema “A new day”: “No se veía el fin de la gente, y eso que el escenario era altísimo, quizá del tamaño de una casa de dos pisos, y era muy grande, como para tres grupos al mismo tiempo… era mucho para la época”, dijo el tecladista Esteban Aguilar.
Cuando subió Tequila, con Marisela Durazo al frente, el personal rocanrolero se prendió. Ella fue una de las grandes voces que ha dado México. A ritmo de funk y blues la banda tocó éxitos como “I’m gonna move”, “Superhighway” y “Do you believe me”, siempre con ovación a su intérprete: “Es una fuerza sobrenatural, expresiva, portentosa como pocas se han dado en nuestro mundo, no por nada, le llamaban la Janis Joplin Mexicana”, se decía en los medios.
Casi a la medianoche tocó el turno del acto más simbólico que fue la presentación de Peace and Love. Originarios de Tijuana, aunque el mercado demandaba bandas que cantaran en inglés, fue con un par de frases en español de dos de sus temas con los que se echaron a la bolsa a los asistentes que los vieron en la noche del 11 de septiembre de 1971.
Sonaron temas como “Latin feeling”, “Amor y paz” o “Memorias para los pirados”, sin embargo, fueron “Mary Marihuana”, una adaptación del clásico de los Beach Boys llamado “Hully Gully”, y “We Got The Power” la cual a la postre sería el clavo en el ataúd del Rock Mexicano al pronunciar el guitarrista Ricardo Ochoa, la amistosa pero fatídica mentada de madre que cancelaría, no sólo la transmisión que se estaba haciendo por Radio Juventud o cualquier grabación del evento, sino cualquier intento de las bandas por llegar a más público mediante conciertos y grabaciones.
“Entre aplausos y gritos se empezó a escuchar la entrada de otra de sus ingeniosas canciones con percusiones aceleradas y, desde luego, el apoyo sonoro de la extraordinaria sección de metales. No cabía duda, se trataba de ‘We Got the Power’, la congregación se prendió aún más. En el más puro acento mexica retumbaba a través de las torres de sonido la insistente y contagiosa frase ‘¡güi god di pauer!’”, así describió el momento Federico Rubli en su famoso libro Yo estuve en Avándaro.
Hacia el final de la rola las percusiones dieron pie a un coro repetitivo, y la letra cambiaba del inglés al español: “¡Tenemos el poder! ¡Tenemos el poder!”. Ese fue el momento en que las autoridades comenzaron a hacer cortes intermitentes a la señal de Radio Juventud pues, “como siempre, Gobernación monitoreaba lo que se transmitía”. Y si buscaba un pretexto para suprimir la señal, la encontró cuando se escuchó la voz del vocalista gritar una frase meramente coloquial, “¡Chingue su madre el que no cante!” que, en medio de la euforia general, no podía tener carácter ofensivo alguno más que para los funcionarios de Gobernación.
“Obviamente el peso social de la frase ‘tenemos el poder’ y no una mentada común y corriente era el pretexto para que la gente de gobernación suspendiera la transmisión. El contenido político era clave y, cómo se ironizaría poco después, les aterrorizaba pensar que muchas de los 300 mil personas ?y muchas más de las que se quedaron en casa a escuchar por la radio? irrumpieran en las calles de la capital rumbo a Palacio Nacional entonando esta y otras consignas afines. Seguramente en la madrugada del día 12 llegaron al Secretario de Gobernación Moya Palencia reportes de lo que estaba sucediendo. Pudo haber consultado con el mismo Presidente Echeverría sobre qué hacer”, añadió Rubli.
“El concierto continuó entre toques, chupes, sexo, paz y amor”, dijo Javier Hernández Chelico. Tocó El Ritual, también de Tijuana, con sus características caras pintadas y que fue de los grupos más representativos de la Onda Chicana. En su presentación sonaron éxitos como “Easy Woman”, “Hollywood (let it go)” y “Satanás”, eso sí, su show estuvo marcado por agudos problemas con el audio y la iluminación, pues las plantas de luz se quedaron sin combustible durante un buen rato y por la aparición de una segunda “Encuerada de Avándaro”.
Otra gran banda también apareció en este legendario festival fue Bandido, quienes se habían formado en buena parte con integrantes de otra banda de Guadalajara llamada 39.4. Destacó la singular voz de Francisco “Kiko” Rodriguez destacó en su presentación la ejecución de su “Bandido’s theme” y “Freedom now”.
Regresó la lluvia y continuaron Los Yaki con Mayita Campos como vocalista invitada, luego de la salida de su cantante Benny Ibarra. La intérprete de origen chileno habló sobre la forma en que impactó que mujeres como ella o la mencionada Maricela Durazo estuvieran en ese momento importante de la historia: “Para todas nosotras fue difícil, fue picar piedra, cantar en otro idioma. El mercado era más bien en inglés que en español”, dijo, refiriéndose a que antes de Avándaro tuvo un tiempo en EU.
La Tinta Blanca le siguió en el cartel y tienen el honor de haber grabado la pieza musical más larga de Rock de los 70, llamada “Salmo VII y Salmo VIII” con 23:45 minutos de duración (superando incluso a “In a Gadda Da Vida” de Iron Butterfly). El tema se volvió emblemático cuando sonó en Avándaro.
Desde Monterrey acudió a la cita con la historia El Amor, banda que fue abucheada prejuiciosamente por la audiencia pues “su vestimenta daba la impresión de ser unos chavos muy fresas y adinerados”, pero en cuanto empezaron a tocar, la gente los recibió bien. Irónicamente, después del festival también les cerraron todas las puertas pues pasaron de ser los chicos fresas de Monterrey a ser los hippies vagos que estuvieron en Avándaro.
“Y al amanecer nació la leyenda llamada Three Souls in my Mind, cuando su cantante, Alejandro Lora, dedicó la rola ‘Street Fighting Man’, de los (Rolling) Stones, a los caídos el 10 de junio a manos de los halcones”, documentó Javier Hernández Chelico. La banda también estaba conformada por Charly Hauptvoguel en la batería, el Oso Milchorena en el bajo y Ernesto de León en la guitarra.
Tocaron sus dos únicos temas originales hasta ese momento “Let me swim” y “Lennon blues”, además de cuatro covers, a pesar de que el acuerdo era que no se tocarán. Lo cierto es que conectaron con el público con “Street Fighting Man”, un tema que en las ciudades afroamericanas de EU se había convertido en un himno de batalla contra las redadas policíacas.
Pese a que el evento se realizó sin altercados, la euforia colectiva de los temas de protesta creó una alerta en las autoridades del momento, ante el temor de un complot en contra del gobierno:
“Uno de los momentos que sí causó angustia e incertidumbre fue cuando, durante el primer día del concierto, en varias ocasiones, sobrevoló un helicóptero sobre nuestras cabezas. Algunos le hicieron señas obscenas. Muchos recordábamos que la masacre estudiantil del 2 de octubre, en Tlatelolco, ocurrió inmediatamente después de que, desde una de esas aeronaves, fue lanzada una luz de bengala. Entonces aparecieron las armas y tanquetas del Ejército Mexicano que vomitaron muerte y dolor”, recordó el periodista Jesús Yáñez Orozco.
Más aún: “El reporte del médico encargado de la carpa, habilitada como hospital durante el Festival de Avándaro, se conoció después, fue: ‘Un caso de apendicitis, 20 intoxicados con pastillas, 50 con marihuana, cinco con congestión alcohólica, cinco con gastroenteritis y algunos descalabrados, con fractura de tobillo y quemados leves’”, reportó Yáñez.
Sin embargo, en los medios los titulares eran otros. El desprestigio al concierto se dio con los siguientes titulares entre ellos “¿Amor y paz? ¡El infierno!”, de la revista Alarma o “¡Sodoma!”, de La Prensa. Las videocintas del festival llegaron temprano para tener un mini espacio en el programa de Jacobo Zabludowsky, pero al final no fueron transmitidas en televisión por censura gubernamental.
Ha sido el mismo Zabludowsky el que dejó una interesante reflexión para el libro Nosotros, de Humberto Ruvalcaba: “Sería ingenuo pensar que tantos muchachos fueron a Avándaro a buscar a los culpables de 1968 o a cazar halcones. No fueron a eso, porque los jóvenes no son tontos, y si de cazar halcones se trata, no habrían hecho tan largo viaje hasta Avándaro, bajo la lluvia, a pie, padeciendo molestias”, dice.
“No fueron a buscar allá a los culpables, pero fueron empujados por ellos, porque los jóvenes, los jóvenes estudiantes, los jóvenes obreros, los jóvenes artesanos, los jóvenes músicos, los jóvenes empleados, los jóvenes aprendices, los jóvenes choferes, todos los jóvenes que fueron, fueron a buscar algo más importante que un halcón: algo en qué creer”, concluyó.
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