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Tecún Umán, reino del contrabando y la trata, suma clientela con los cubanos

Investigación. Esa ciudad guatemalteca está a cinco kilómetros de la frontera con México y es el punto donde los migrantes trazan la ruta a seguir con la mira puesta en EU. Los cubanos son la nueva presa de los coyotes, que tramitan salvoconductos en Tapachula para que transiten por México; sin embargo, eso no sucede, garitas adelante, agentes de Migración les dicen que son falsos y les sacan hasta 1,200 dólares por dejarlos libres, afirma un abogado en Derecho Constitucional que los defiende. La presencia de Cronica en Tecún Umán lleva advertencia: “Ahí no investigue, sólo vea”, dice el tranportista

Investigación. Esa ciudad guatemalteca está a cinco kilómetros de la frontera con México y es el punto donde los migrantes trazan la ruta a seguir con la mira puesta en EU. Los cubanos son la nueva presa de los coyotes, que tramitan salvoconductos en Tapachula para que transiten por México; sin embargo, eso no sucede, garitas adelante, agentes de Migración les dicen que son falsos y les sacan hasta 1,200 dólares por dejarlos libres, afirma un abogado en Derecho Constitucional que los defiende. La presencia de Cronica en Tecún Umán lleva advertencia: “Ahí no investigue, sólo vea”, dice el tranportista

Tecún Umán, reino del contrabando y la trata, suma clientela con los cubanos

Tecún Umán, reino del contrabando y la trata, suma clientela con los cubanos

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
[ Daniel Blancas Madrigal en Tecún Umán, Guatemala  / Tercera y última parte ]

Faltan cinco kilómetros para entrar a México. Los migrantes suelen descansar aquí, en el conocido cruce de la Virgen, sobre la carretera CA-2, no sólo para dar un poco de aliento al alma, sino para decidir la ruta por la que tratarán de llegar a territorio mexicano. Todos: centroamericanos, caribeños, sudamericanos y demás, arriban por esta vía. Las caravanas lo han hecho así.

Desde esta interconexión se puede optar por seguir hacia otras ciudades guatemaltecas menos transitadas, como Malacatán, Coatepeque e incluso dirigirse a la capital; o internarse en algunos de los pueblos serranos, en busca de un punto ciego, libre, ilegal, aunque el tiempo de suplicio sea mayor.

Ante la cercanía, la mayoría camina al cruce internacional de Ciudad Hidalgo, en Chiapas, mejor conocido como Suchiate: poco menos de una hora entre almendros y plantíos de plátano, camote y hule.

Y así lo haremos, pero antes es paso obligado la diminuta pero fulgurante ciudad de Tecún Umán, donde, dicen, están “los peces gordos” de la fayuca, del contrabando y el enganche de mujeres. “Ahí no investigue, sólo vea”, fue la advertencia.

Para llegar a este cruce en honor a la Virgen de la Concepción, patrona de la comunidad de Pajapita, fue necesario pagar 23 quetzales (alrededor de 50 pesos) para viajar en una combi despanzurrada, donde está permitido transportar cajas de fruta, costales de semillas, bolsones de ropa vieja y gallinas cluecas.

Cuarenta y cinco minutos de apretujones y náuseas…

Tras una última petición divina, estamos ya a las afueras de Tecún Umán.

En el camino, saludamos a Manuel, de 39 años, quien viene de la ciudad guatemalteca de Mazatenango junto a su niño de nueve años. Habrá un reencuentro con él un par de días después, en el jardín principal de Tapachula, agitando una bandera tricolor en señal de paz con los mexicanos, cada vez menos amigables.

Y platicamos también con Odalys, una cubana espigada pero de carácter aguerrido quien, como casi todos los migrantes de aquel país, huyó hacia Colombia y después a Nicaragua, hasta llegar a esta Guatemala porosa, de mil vertientes rumbo al norte.

Muchos cubanos suben por la zona de El Ceibo e ingresan por Tenosique (Tabasco), Ocosingo o La Mesilla, pero ella y otra amiga hondureña intentarán pasar de manera ilegal por el Suchiate, en alguno de los caminos de extravío conocidos por tricicleteros, campesinos y demás pueblerinos.

—Se me acabaron los dólares —se queja.

—¿Cuántos habías ahorrado? —se le pregunta.

—¿Qué ahorro? Me los mandó una tía que vive en Estados Unidos.

—¿Y a dónde quieres llegar?

—A la Florida, con ella.

—¿Y sin dinero, qué harás?

—Lo primero es entrar a Tapachula, y ahí conseguir jale de lo que sea, porque hay que tener para pagar el permiso.

—¿Qué permiso?

—Uno que nos dan para cruzar México y llegar al otro lado, pero hay que pagarle a un abogado, por eso lo que salga de trabajo es bueno.

—Pero hay que tener cuidado con los vivales.

—¿Qué vivales? –cuestiona con cierta incredulidad.

—No sé, enganchadores, tratantes de mujeres…

—Uno sabrá defenderse. Tampoco le tengo tanto miedo a meterme de jinetera en un burdel. Si no hay otra, ¿qué hace uno? Ni modo, a darle un rato y salir del atorón.

CAMARERAS. Entre jadeos, Estuardo —un joven de 25 años—, nos conduce sobre un triciclo de la terminal de Tecún Umán a la ribera del Suchiate. Vamos ya por el paso Palenque, donde se agolpan los comercios de paca.

—¿No quiere pasar primero con las nenas?

—¿Qué nenas?

—¿Cómo pregunta eso? Aquí encuentra de todo: hondureñas, guatemaltecas, cubanas, sólo debe ponerse abusado con los padrotes.

—Mejor al río…

Y ahora sí, cautela.

Ni la lejanía de la montaña, ni el paso veloz de los maleteros de amapola; ni siquiera el asedio de los coyotes o el recorrido por los caminos ocultos de la migración, provocaron un sobresalto como el de ahora, en la vega del río, donde el contrabando de mercancía no se limita al trasiego hormiga ni a paquetes en la espalda de cargadores.

Aquí se ha diseñado un transporte de mayores dimensiones, basado en la unión de llantas colosales sobre las cuales se monta una estructura de madera; se les nombra “camareras”. El volumen del trasiego alcanza lotes completos de productos, llevados y traídos sin retribución fiscal.

Las miradas hostiles se concentran en los visitantes extraños, foráneos. Y un rumor colectivo inquieta: “¿quién es ese cerote, ese perro?... Saquen a ese ­shute (metiche)… ¡Payaso, buscapleitos, mañoso!”

Cada movimiento es seguido a detalle por quienes coordinan las cargas masivas. Acorralan, intimidan. De repente, domina la sensación de acoso.

La mercadería llega en camionetas atiborradas de cajas y sacos. En especial: leche, papel, frijol, aceite y hasta embutidos. De ahí a las pangas, también ofrecidas a los migrantes resueltos a burlar la garita.

—¡Hey, maricón, aquí están prohibidas las fotos! —se escucha a la distancia, tras el único intento de usar la cámara.

—Mejor váyase —sugiere uno de los trabajadores.

Estuardo se ha alistado para el pedaleo…

—¿A dónde? —pregunta a prisa.

—A la Aduana.

“Antes era más peligroso”, cuenta durante el trayecto.

—¿Más?

—Sí, había mucho marero, ellos eran los jefes, pero el presidente municipal Erick Zúñiga, limpió un poquito las ratas, todavía hay algunas y están bravas, pero ya es menos.

—Y pensar que estamos muy cerca de la frontera mexicana…

—La semana pasada llegó el Ejército del otro lado del río, pero la gente aquí no se deja. Quisieron quitarles la mercancía y se armó un zafarrancho: los traficantes gritaban que ellos no tenían autoridad para confiscarles nada ni para detener a los migrantes.

—Y tú, ¿no has pensado en migrar?

—A veces sí me dan ganas, pero con todo lo que se escucha, mejor no. Mientras salga para el sustento… Si le echo ganas al triciclo, en una hora puedo ganar 30 quetzales (casi 70 pesos).

RETORNO. Un quetzal es el cobro para cruzar la caseta de migración guatemalteca. “Señores migrantes, el Instituto Guatemalteco de Migración les solicitará pasar a la delegación a realizar su control migratorio para tener una salida legal del país”, se alcanza a leer en un rótulo, pero, como casi todo aquí, es pantomima.

Decenas de bicicleteros, con permiso provisional para el transporte en el corredor hacia la garita mexicana, ofrecen sus servicios. De lo contrario, restan aún 10 minutos de caminata. Aparecen ya los letreros con el deseo peregrino: “¡Feliz viaje!”.

No hay, en este cruce, una línea fronteriza. Sólo un anuncio: “Principia tramo de Caminos y Puentes Federales”, señal de la marcha, ya, por territorio mexicano.

De un extremo del río al otro, son 160 pasos sobre el puente internacional Rodolfo Robles. Debajo, todavía rondan las camareras, colmadas de despensas y “soñadores”.

La sede del Instituto Nacional de Migración se encuentra custodiada por agentes privados, de la compañía Servicios Especializados de Investigación y Custodia (SEICSA), según la insignia grabada en sus camisolas. Uno de los elementos se acerca, alertado por la toma de una fotografía final. “Es que viene mucha gente agresiva”, se escuda.

Es momento de preparar el pasaporte y la identificación, aunque no se advierte la presencia de ningún agente migratorio. No lo habrá. El cruce por el torniquete y la garita será otra vez fantasmal: sin revisión, sin control ni documentos. Ilegales siempre: aquí y allá…