
El título de esta columna se refiere a la expresión coloquial que en inglés han utilizado ciertos estudiosos para referirse a que una democracia se considera consolidada cuando se trata de “only game in town”, es decir, que la solidez de un sistema democrático está en función de su prevalencia y supremacía por encima de cualquier otra opción de organización política, constituyéndola como la única alternativa. (Juan Linz y Alfred Stepan, Problems of Democratic Transition and Consolidation, Baltimore, John Hopkins University, 1996). Ello viene a colación de opiniones más recientes de especialistas como Roberto Stefan Foa y Yascha Mounk que perciben que la premisa de que la democracia es un sistema consolidado en varias latitudes del mundo, particularmente en Occidente, se encuentra bajo asedio, lo cual debe preocupar especialmente, si se toma en cuenta que ello parece ser una tendencia estructural de largo plazo y no solamente manifestaciones de carácter coyuntural. (The Danger of Deconsolidation, Journal of Democracy, Vol. 27, No. 3, julio 2016).
Existen múltiples ejemplos que permitirían ilustrar estas aseveraciones, que no necesariamente parecen exclusivas del mundo occidental. A partir de esta suposición, puede pensarse, por ejemplo, en la reciente reunión sostenida entre los presidentes de Turquía y Rusia, la cual seguramente debió haber incomodado a más de un demócrata en el mundo, más allá de que este encuentro obedece en buena medida a los acomodos y reacomodos que tienen lugar en la política internacional, no necesariamente vinculados a la naturaleza del régimen interno de estos países. No obstante, por varios años y diversas razones, ambos mandatarios y los regímenes que encabezan han venido aportando elementos evidentes de regresiones democráticas o bien del retorno de tendencias autoritarias en términos de la ciencia política. Claramente no son los únicos ejemplos mundiales de democracias no consolidadas y de regresiones autoritarias, pero pensemos en la incidencia que pudiera estar teniendo en estos acontecimientos el recientemente fallido golpe de Estado turco y sus consecuencias posteriores, a las que nos referimos en la colaboración pasada. En cualquier escenario lo que sucede en el interior de esas dos naciones no son buenas noticias para la democracia.
Regresando al caso occidental, a decir de los autores señalados, existe un fenómeno relativamente novedoso ocurriendo un tanto inadvertidamente en las sociedades occidentales, consideradas como democracias prósperas y consolidadas, en Norteamérica y Europa. En esas regiones, dichos estudiosos observan con preocupación el desarrollo de procesos de desarraigo democrático (deconsolidation), gravitando en contra de la solidez de sus sistemas democráticos, favoreciendo o dando lugar, a tendencias autoritarias, fundamentalmente ante la pérdida de la ilusión respecto de sus sistemas políticos, particularmente entre los sectores más jóvenes y más ricos de sus sociedades. (Stefan Foa y Mounk, op. cit., p. 13) Desde su punto de vista, claramente tales tendencias han encontrado parte de sus expresiones más fehacientes en la aparición de fenómenos políticos como Trump en el proceso electoral estadunidense, pero también ante la polarización en la que ha caído el sistema político de ese país desde hace unos años, o bien ante el ascenso de partidos populistas o de extrema derecha en Francia, Suecia y Reino Unido, entre otros síntomas, como pueden serlo los bajos niveles de aprobación de la que gozan los líderes y las clases gobernantes, casi sin excepción, en esas sociedades.
Esta visión observa que cada vez más ciudadanos están menos satisfechos con sus instituciones y, en esa medida, han perdido la confianza de un número creciente de la ciudadanía que percibe que la democracia ha perdido la capacidad de atender sus más apremiantes necesidades. El desencanto por las clases dirigentes, los partidos políticos y todo lo que represente a lo ya establecido, genera rechazo y hastío, y en ciertos momentos parece cosechar algún tipo de aceptación a fórmulas y soluciones autoritarias.
En otras colaboraciones hemos sugerido que el autoritarismo disfrazado de democracia es sin duda un fenómeno tan actual como preocupante.
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