Opinión

Thornton Wilder en Tláhuac

Thornton Wilder en Tláhuac

Thornton Wilder en Tláhuac

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

1.

La caída de un puente que cobró la vida de cinco personas en el Perú del virreinato, y la búsqueda de las explicaciones racionales y teológicas del accidente a cargo de un fraile franciscano, animan la trama de la célebre novela del escritor estadounidense Thornton Wilder, “El puente de San Luis Rey”, merecedora del premio Pulitzer en 1927.

“El viernes 20 de julio de 1714, a mediodía, el puente más bonito de todo el Perú se rompió y precipitó al abismo a cinco viajeros. Este puente estaba en el camino real entre Lima y el Cuzco, y cientos de personas pasaban sobre él a diario. Los incas lo habían tejido con mimbres hacía más de un siglo, y a los visitantes de la ciudad siempre los llevaban a verlo”.

“El puente parecía ser una de esas cosas que duran eternamente; no era posible pensar que pudiera romperse. Todo peruano que se enteraba del accidente se santiguaba y hacía un cálculo mental de cuándo lo había cruzado por última vez y cuándo había abrigado el proyecto de volver a cruzarlo. La gente andaba por las calles como en éxtasis, suspirando, padecían la alucinación continua de verse caer en el abismo”.

El accidente, escribe Wilder, “produjo un examen de conciencias en toda Lima”.

“Es extraño que tal acontecimiento hubiese impresionado tanto a los limeños, porque en aquel país catástrofes semejantes, a las que los letrados llaman con muy poco respeto «actos de Dios», acostumbraban a ser más que frecuentes. Continuamente, mareas furiosas se llevaban ciudades enteras, los terremotos las sacudían todas las semanas, y las torres no se cansaban de derrumbarse sobre hombres buenos y buenas mujeres. Las enfermedades siempre andaban entrando en las provincias y saliendo de ellas, y la vejez se iba llevando a algunos de los más admirables ciudadanos. Por eso fue sorprendente que los peruanos se conmovieran tan especialmente cuando se produjo un desgarrón en el puente de San Luis Rey”.

Al protagonista de la novela, el fraile franciscano Junípero Merced, nacido en Italia, le tocó presenciar la caída del puente cuando estaba a punto de cruzarlo. El ser testigo de la tragedia destapó su curiosidad científica y teológica, como el hombre ilustrado que era, hijo por igual del Renacimiento que de la Contrarreforma. Para el franciscano detrás del “accidente” tendría que haber oculta una razón. La suma de la ciencia y de la fe, estaba convencido, podría ayudar a explicar sus razones íntimas. Se trataba de desentrañar, con las armas de la razón, la “voluntad de Dios” expresada de manera nítida y contundente en aquella tragedia. Creía entrever en aquel hecho “una serie de coincidencias extraordinarias” que tendrían por fuerza que “revelar una intención”, “el verdadero resorte dentro del resorte”.

“Si existe algún plan, sea el que sea en el universo, si hay algún patrón preconcebido para la vida humana, seguramente podría descubrirse misteriosamente oculto en esas cinco vidas tan súbitamente segadas. ¿Vivimos por accidente y por accidente morimos, o vivimos y morimos según un plan?”.

Tomó entonces la decisión “de inquirir acerca de las vidas secretas de aquellas cinco personas que en ese momento caían por el aire, y de comprender la razón por la cual se las había sacado de la existencia. (…) Parecía al hermano Junípero que ya era hora de que la teología ocupase su lugar entre las ciencias exactas y llevaba mucho tiempo intentando conseguirlo”.

“¿El accidente había dependido de algún error humano?” “¿Contenía elementos de probabilidad?” Siendo un “puro acto de Dios” mostraba en todo caso “las intenciones divinas en estado puro”, susceptibles de ser analizadas y comprendidas en el laboratorio de la razón de fray Junípero Merced.

Dedicó entonces seis largos años a esta tarea: “llamando a todas las puertas de Lima, haciendo miles de preguntas, llenando veintenas de cuadernos de notas, en su esfuerzo por dejar establecido el hecho de que cada una de las cinco vidas perdidas era un todo perfecto (cuyas causas podían ser discernibles)”

Sus trabajos de investigación loa reúne en varios volúmenes donde “cataloga miles de hechos menudos, anécdotas y testimonios, y concluye con un exaltado pasaje en el cual describe por qué Dios había elegido a aquellas personas y aquel día para la demostración de su sabiduría”.

“Hay quien dice que nunca sabremos (las verdadera causas de éste accidente) –apunta Wilder en el pasaje inicial de la novela – que, para los dioses, somos como las moscas que los muchachos matan en los días de verano, y otros dicen, por el contrario, que las mismas golondrinas no pierden una pluma que no haya sido arrancada por el dedo de Dios”.

En la novela, las autoridades eclesiásticas del virreinato peruano censuran la investigación del franciscano y lo enjuician acusado de herejía: intentar descifrar los designios de Dios atenta contra la fe. La predestinación no admite preguntas, el lenguaje secreto del destino, la naturaleza de la voluntad divina, no es materia de los mortales. Contravenir este dogma le costó al franciscano enfrentar al Tribunal de la Inquisición, el castigo, y la posterior destrucción de su manuscrito.

2.

A los peritos del presente –incluida la empresa noruega a la que se le ha encargado la parte central de la investigación– les corresponderá tomar el papel del fraile Junípero Merced. Intentar explicar las razones profundas que expliquen el accidente de la Línea 12 del metro.

No será un trabajo sencillo para ellos. No están solos en esta tarea, como lo estuvo el franciscano de la novela de Wilder. En la actualidad las redes sociales, los medios de comunicación y los voceros de la política en todos sus frentes están llenos de fray Juníperos con una respuesta anticipada a lo ocurrido.

Las explicaciones políticas y electorales son nuestra nueva teología racional. Todos somos peritos. Desde el insensato subsecretario de Energía que se atrevió a sospechar en un tuit que pudo ser “un atentado” contra la 4T, hasta los comentaristas políticos que van a la caza del “responsable mayor” pensando en la sucesión presidencial ¿Ebrard, Mancera, Sheinbaum?

En cualquier caso, hay materia suficiente para suponer que la responsabilidad es compartida: la es de los encargados originales de la construcción, que solaparon una planeación desaseada, mal concebida en términos financieros y urbanos, y que aceleraron su inauguración con fines de lucimiento político, de tal suerte que la Línea 12 tuvo que suspender operaciones por un largo periodo al poco tiempo de inaugurarse; la es también de quienes los sucedieron en el cargo, que habrían tenido un sexenio y presupuesto para reparar las fallas –especialmente después del terremoto de 2017– y que tras los primeros arreglos decidieron abrirla de nuevo convencidos de que ya estaba lista y era segura; como la es también de la administración actual, que con todos estos antecedentes tuvo dos años y medio para tomar precauciones y prevenir la tragedia.

Por lo demás, no hay que aspirar, como el monje franciscano, a conocer los planes secretos de Dios para develar el misterio: la corrupción, la contaminación de apetitos políticos y electorales en la planeación y construcción de obras públicas de gran calado en nuestro país, los contratos a modo, las “asignaciones directas”, la discrecionalidad para ejercer el presupuesto de construcción lo mismo que de mantenimiento, la falta de trasparencia y fiscalización, son todos ellos “los resortes detrás del gran resorte”, como lo escribió Thorton Wilder.

El puente de San Luis Rey estaba construido con mimbre, el de la estación Olivos con acero y concreto. Los dos se cayeron y se cobraron muchas vidas, para el de Tláhuac hay una explicación que nos aguarda.