Opinión

Trump, único en su especie

Trump, único en su especie

Trump, único en su especie

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El presidente Donald Trump da la impresión de que no quiere a los inmigrantes, especialmente a los que vienen de Centroamérica, pasan por México y entran por la frontera sur de su país. Pero, al parecer no es así. Sus más cercanos colaboradores aseguran lo contrario: el polémico mandatario sí los quiere y quiere que vengan. De hecho dice que entre más, mejor. Sólo que quiere otro tipo de inmigrantes, no le gustan ni le complacen los que vienen con hambre, miedo, huyendo de la violencia, en busca de oportunidades y de una vida mejor.

Trump, de acuerdo a un nuevo plan de la Casa Blanca que trascendió a la prensa está dispuesto a abrir las puertas de los Estados Unidos a quienes quieran inmigrar, pero quiere que dominen perfectamente el inglés, que demuestren que pueden adaptarse cien por ciento a la forma de vida, adoptar la cultura, pasar exámenes de historia y civismo y que cuando lleguen, vengan ya con la oferta de un empleo bien pagado.

El plan de su administración, ideado por su yerno Jared Kushner, daría preferencia a doctores, ingenieros, enfermeras o expertos en computación. En otras palabras, quisiera que se mudara para acá alguien que tenga la cura para el cáncer o que haya viajado a Marte, dijo The Washington Post.

Sin embargo, el deseo de que la inmigración sea selectiva que tiene el mandatario, quien ha llamado “animales” a los inmigrantes centroamericanos, no es nada nuevo. Ya en 2018 había trascendido una reunión que sostuvo en la Oficina Oval con legisladores, donde se refirió como “países mierdas” a Haití y otras naciones africanas y dijo que le gustaría que mejor los inmigrantes procedieran de lugares como Noruega. El problema es que los noruegos no quieren ni tienen necesidad de emigrar y los de otros países que tienen carreras y buen trabajo, tampoco.

Se desconoce si y cuándo, el Ejecutivo enviará al Congreso su nuevo plan migratorio basado en méritos y no en lazos familiares, y si los legisladores lo pondrán a consideración. En el pasado, dos senadores republicanos: Tom Cotton, de Arkansas, y David Perdue, de Georgia, propusieron algo similar sin ningún éxito.

Todo esto en medio de la amenaza a México para que frene en su territorio el paso de centroamericanos que desean llegar a la frontera y pedir asilo, a los que definitivamente no quiere aquí. Esto quedó claro desde que anunció su carrera por la Casa Blanca con una campaña repleta de racismo y xenofobia hacia mexicanos, musulmanes y todo tipo de inmigrantes.

Pero de Trump todo se puede esperar, no sólo sobre emigración, sino en cualquier otro tema. O ¿es qué alguien podría haberse imaginado un candidato a la Presidencia de la única superpotencia que queda en el mundo, hablando del tamaño de sus genitales durante un debate televisado a nivel nacional? Y lo peor es que nadie lo puede criticar sin desatar su furia o mejor dicho sus tuits.

Para ejemplo de la personalidad y clase del jefe de la Oficina Oval, está su comportamiento la semana pasada en Londres, en donde apenas había llegado y ya tenía pleito con el alcalde de la capital inglesa, Sadiq Khan, de origen musulmán, de quien dijo es “un total perdedor”.

También desde allá, llamó “loca de remate” a la actriz Bette Midler y “mierda” al líder de la mayoría demócrata en el senado, Chuck Schumer. Pidió que nadie vea CNN por lo que en esa cadena televisa dicen de él; trató de negar que había llamado “asquerosa” a la duquesa de Sussex, Meghan Markle, la actriz estadunidense esposa del príncipe Harry, pero se enredó y la llamó asquerosa otra vez.

Y de regreso en Washington, enojado porque no pudo subyugar a México ni cantar victoria sobre el acuerdo arancelario, al conocerse que los términos no eran nuevos, sino que estaban pactados desde marzo, el Presidente trata ahora de cambiar a su favor la tradicional celebración del 4 de julio, una fiesta popular con fuegos artificiales que el mandatario en turno ve desde la residencia oficial. Trump quiere aprovechar la ocasión para pronunciar un discurso, que la prensa y las autoridades locales, encabezadas por una alcalde demócrata, temen se convierta en mitin de reelección.

En el pasado sólo otro presidente habló ese día: Zachary Taylor, en 1850, en el Monumento a Washington, donde bajo un ardiente sol y al calor del verano, consumió un tazón con cerezas y leche, se enfermó del estómago y murió días después.

cbcronica@aol.comTwitter: @Conce54