Opinión

Un mundo sin moderados (o lo amo o lo odio)

Un mundo sin moderados (o lo amo o lo odio)

Un mundo sin moderados (o lo amo o lo odio)

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Dos análisis sobre el comportamiento reciente de la opinión pública de Estados Unidos dan para un par de reflexiones sobre algunas cosas que pueden estar sucediendo en México, o que podrían suceder.

El primero es sobre la creciente partidización de los ciudadanos en el vecino del norte, al menos en lo referente a sus opiniones. Para ello, unos cuantos ejemplos: republicanos que desconfiaban de Rusia antes de la elección de Trump, ahora ya confían; demócratas que estaban en contra del matrimonio gay, cambiaron de posición; republicanos que señalaban que era muy importante que los políticos tuvieran altos estándares morales, ahora ya no lo consideran importante; demócratas que consideraban que era mala idea hacer juicio político al Trump, en estos días han cambiado de opinión.

¿Qué significa esto? Que, tras tres años en los que Donald Trump ha hecho hincapié en las cosas que dividen a los estadunidenses, éstos se han alineado de manera decidida a favor y en contra del Presidente. Esta alineación cuenta más que las convicciones o postulados ideológicos de cada quien. Al parecer, los electores están más dispuestos a seguir a su partido —en el fondo a estar a favor o en contra de Trump— que a mantener sus posiciones sobre los distintos temas. Cada quien ve las cosas desde un definido cristal partidista.

Si esto se confirma, la nueva alineación de la opinión pública les da un poder tremendo a los políticos. Éstos ya no sólo tienen que atender a esta opinión para no hacer algo que pudiera ser extremamente impopular, sino que diariamente la están formando y cambiando. La gente puede ver como aliado al rival de ayer, y decidir que ya no quiere lo que antes anhelaba.

El otro dato que dan las encuestas recientes, ligado a lo anterior, es la desaparición gradual del votante moderado. Si bien una gran proporción de la población se identifica como “moderada”. “independiente” o “indecisa”, estos grupos casi no se traslapan.

Resulta que la mayor parte de los “independientes” tiene posiciones liberales en materia de inmigración, aunque estén divididos en asuntos económicos. No hay un bloque de independientes como tal.

Con los “moderados” el asunto es más claro. La mayoría de ellos se decanta hacia la izquierda del espectro estadunidense. Se dicen a sí mismos moderados, porque no les gusta la palabra liberal. Pero lo que hacen, en realidad, es diferenciarse de los conservadores.

Los “indecisos”, en cambio, están en todas partes del mapa ideológico. Hay muchos en el centro, pero muchos también en los extremos (es seguro que la indecisión de algunos de ellos está entre votar o no hacerlo). Es el conjunto al que menos es posible entender como un todo.

Esto se traduce en que es falsa la idea de que, moviéndose al centro, un candidato puede ganar a los “moderados”, los “independientes” y los “indecisos”. Simplemente porque cada una de estas cohortes no es un grupo, y porque ninguna de ellas está formada mayoritariamente por personas con posiciones centristas.

¿El resultado? Que, como Trump lo hizo hacia la derecha, es perfectamente factible que un candidato demócrata se escore hacia la izquierda, sin que ello signifique en realidad una pérdida notable de posibilidades de triunfo electoral.

Pasando ahora a México, podemos ver algunas analogías, que bien harían nuestros encuestadores en estudiar.

Una de ellas es que la presidencia de Andrés Manuel López Obrador ha generado, entre amplias capas de la población, posiciones irreductibles. Hay millones que lo aman y millones que lo detestan, con demasiada poca gente en medio.

Esta polarización de la opinión pública en relación a un personaje puede llevar a cambios de posición sobre asuntos definidos. Un primer ejemplo, que ya se ha medido, ha sido el cambio en el punto de vista mayoritario sobre la inmigración proveniente de América Central. A partir de los acuerdos con EU y del despliegue de la Guardia Nacional en las fronteras, la opinión mayoritaria pasó de dar la bienvenida a los hermanos refugiados a considerar que son un factor negativo en la sociedad.

Si esa lógica se mantiene, el margen de maniobra del Presidente es mayor que el que suponemos a primera vista. Pero también que tiene un techo que le será difícil superar. Podría hacer virajes de 180 grados, y perder poco apoyo (pero tampoco ganaría el de quienes hoy no lo tragan; la mayoría de ellos cambiaría posición para ser siendo antiAMLO). Bajo la misma premisa, las posibilidades de la oposición son limitadas, al menos en el corto plazo. El desgaste de López Obrador es lento.

La otra parte de la ecuación, la relativa a la ausencia de “moderados” también tiene sustancia. Cuando en las encuestas la gran mayoría se declara “independiente”, es porque los partidos políticos tienen muy mala imagen en México. A la hora de las urnas, terminan depositando su voto. En cambio, la mayor parte de quienes se dicen “indecisos”, suele tener posiciones radicales respecto al sistema político, y no votar.

La escasez de moderados, si se comprueba también aquí, puede ser preocupante. Habría dos grandes bloques en el país: uno dispuesto a ir adonde quiera llevarlo López Obrador y otro, dispuesto a apostar por una aventura política —posiblemente de extrema derecha— con tal de humillar a quien hoy detenta el Poder Ejecutivo.

Esa división permitiría que AMLO incumpla sus promesas de mayor justicia social, reduciría el nivel del debate político de las ideas y las propuestas, y dificultaría una salida progresista a cualquier crisis política.

Termino con una acotación. El proceso de metamorfosis en la opinión pública de Estados Unidos se dio en un contexto de crecimiento económico. Es dudoso —pero no imposible— que se pueda dar, en cualquier lado, en una situación de estancamiento prolongado o de recesión. En ese caso, lo probable sería un deterioro algo más acelerado de la popularidad presidencial.

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