
Entre los trabajos que dejó terminados René Avilés Fabila poco antes de morir, destacan por lo menos los prólogos de un par de libros a los que siempre se refirió con entusiasmo. Uno para una coedición con Algarabia titulado: Para amar el arte, y otro para un libro de memorias de Luis de la Torre: Soñar que he vivido, publicado en la colección Rotativa de la UAM. El libro de Luis de la Torre es indispensable para conocer la vida cultural del México de mediados del siglo XX y principios de éste. Con 84 años bien vividos a cuestas, rescato una sabrosa anécdota de don Luis a propósito del artista plástico José Chávez Morado:
“En 1976, en la Zona Rosa se había inaugurado la Galería de arte Clemente Orozco con una extensa muestra gráfica de José Chávez Morado. A mí me habían gustado mucho sus dibujos y pensé en él para ilustrar Plural. A ese artista que con Juan O ‘Gorman, Raúl Anguiano y Alfredo Zalce era parte de la llamada tercera generación del muralismo mexicano, yo ya lo traía entre ceja y ceja desde la inauguración del Museo de Antropología donde me había cautivado una obra suya: la columna del paraguas de la fuente en el patio central. Me fui a buscarlo a su casa de Coyoacán para hacerle una entrevista. Me recibió amable pero me dijo que estaba empacando unas cosas porque se iban él y su esposa Olga Costa a Guanajuato, que mejor lo visitara allá, hospedándome en su casa dos o tres días para hacer una buena entrevista. Acepté encantado.
“Dos semanas después yo ocupaba su habitación para huéspedes. Estando en esa casa, que más tarde sería museo, conocí la deliciosa pintura, y deliciosa pintora también, de Olga Kostakowski, su mujer y gran compañera de origen alemán nacionalizada mexicana. Con una sola de sus obras: La vendedora de fruta, había sido conocida como exponente de la escuela mexicana haciendo un tres de bastos junto con Frida Kahlo y María Izquierdo. Pero su demás pintura, ignorada por décadas después de la “ruptura” de los Vlady y los Cuevas, es de una gran sensibilidad, lo mismo que la de Frida y la de Izquierdo, pero con más belleza, desde sus naturalezas muertas hasta lo geométrico y lo abstracto. Ambos, Olga y José, trabajaban sin descanso en esa hermosa casa taller. Habían fundado el Museo del Pueblo y se empeñaban en el rescate de la Alhóndiga de Granaditas. Coleccionaban arte popular a raudales, pensando en el futuro museo.
“Su amor era Guanajuato. Chávez me llevó a recorrerlo de callejón en callejón, para arriba y para abajo sin dejar de contarme su vida, su afición al dibujo que lo había llevado desde joven a llenar páginas y páginas de cuadernos con figuras sarcásticas y fantásticas, buscando la idiosincrasia del mestizo y el indio que luego le servirían como bocetos para muchas de sus pinturas y murales. Me hablaba de su militancia en una izquierda creativa a partir de su encuentro con Leopoldo Méndez. Para ilustrar aquella doble entrevista, yo le pedí a Chávez Morado algunas viñetas o dibujos. Generosamente puso en mis manos veinticinco dibujos originales, con la advertencia de regresarlos íntegramente. La entrevista fue un recreo para los lectores de Plural. Ah, pero faltaba la mosca en la sopa. Al ir a devolverle sus originales, el paquete con los veinticinco dibujos desapareció de mi escritorio. El lío que se armó. Yo me desfiguraba buscándolo por todos los departamentos de Excélsior: talleres, redacción, oficinas.
“Cuando tuve que decírselo a Chávez Morado, entró en trance. No aceptaba una cosa de esas. Yo caí de su gracia, seguro pensó que yo pretendía quedarme con ellos y exigió una compensación de cincuenta mil pesos o pondría una demanda contra Plural. Labastida estaba a punto de degollarme. La exigencia iba en serio. Yo no tenía con qué responder, a no ser que hipotecara mi casa. Bajé todos los santos del cielo y no sé por qué clase de conmiseración, Regino autorizó el pago de los cincuenta mil pesos que le llevé corriendo al pintor. Me recibió fríamente, guardó el cheque y me dio a entender que no quería saber nada más de mí.
“Los días siguientes me los pasé entre contento y entristecido cuando he aquí que apareció el paquete con los dibujos rescatados por un compañero de talleres que le siguió la pista. Como loco me fui a devolvérselos a Chávez Morado para demostrarle que no quería quedármelos. Él no lo podía creer, pero los aceptó de buena gana y me despedí estrechando su mano. No le mencioné la devolución de los dibujos ni a Labastida ni a Regino que nunca supieron del rescate. Tiempo después se me clavó la espinita: bien me pude haber quedado con tan precioso legajo que, además, ya había sido compensado”.
Luis de la Torre presentará su libro este próximo sábado 3 de diciembre en la FIL de Guadalajara a las 18:00 horas en el stand de la UAM. Estará acompañado por Francesca Gargallo y por mí.
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