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Una maldición, las manchas negras en el mar, dice pescador

Don Filemón con palabras entrecortadas, señala: “Encontramos bolas de chapopote y puros peces muertos”. Los pescadores hablan del petróleo como un enemigo, los golpeó por dos frentes: contaminación y alza de combustible

Pescadores en el muelle
Pescadores en el muelle Pescadores en el muelle (La Crónica de Hoy)

Las manchas negras en el mar son para ellos como una maldición. “Encontramos bolas de chapopote y puros peces muertos”, dice don Filemón con palabras entrecortadas, propias de la costa y de estos hombres de piel tostada cuya fuerza se consume entre sal y fuego.

Campeche y Ciudad del Carmen fueron durante muchos años líderes en la captura de camarón, pero a mediados de los 70 llegó Pemex y liquidó aquel auge. Vino el abandono y a la par el océano se volvió negro, turbio, viscoso.

Los pescadores hablan del petróleo como un enemigo, quizá por eso evitan su nombre y le llaman químico, lodo, engrudo, chapopote… Los golpeó por dos frentes: contaminación y alza de combustible.

“Cuando las barcazas y redes se atascan hay que meter draga, la lodacera se va regando y ya no puedes trabajar; aunque haya camarón se te truena el motor”, cuenta Rogelio, otro aventurero en las aguas del Golfo.

“Puedes ir más lejos —dice Ernesto, compañero de navegación y a quien llaman el dragón por sus tatuajes incendiarios—, pero entonces gastas más en gas, puro pa’ Pemex y sale lo mismo: regresas sin nada, sin un peso de ganancia”.

Comenzaron su jornada a las cinco de la madrugada y a la una de la tarde han regresado a puerto: 4 kilos y medio de camarón del que llaman siete barbas, indica la báscula. Lo venderán quizá a 55 o 60 pesos el kilo, y entre gasolina y cuotas a la cooperativa, el dinero se esfumará. Será, como muchas, una jornada estéril bajo el sol quemante del sureste.

Como un juego de espejos, en ellos —los pescadores— se reflejan todos los estragos de la industria petrolera: destrucción de la naturaleza, fortuna que no se comparte a todos, indiferencia institucional hacia los menos capacitados y un declive devastador, sin clemencia, que logra lo inverosímil: empobrecer lo ya de por sí miserable.

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