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Una oración mundial para derrotar la plaga del coronavirus... y de los fundamentalistas

En marzo, el Papa bendijo al mundo para que tuviera fe en Dios contra la pandemia. Un cuarto de millón de muertos después, Francisco se une hoy a un rezo universal para implorar su derrota, pero esta vez reconociendo el papel de la ciencia, que tantos extremistas desprecian. Ojalá que el Papa y los fieles que hoy rezarán por el fin del coronavirus intercedan ante Dios para que Trump, en su faceta de líder de la primera potencia planetaria, recupere la cordura, si es que alguna vez la tuvo

El Papa Francisco reza en la Plaza de San Pedro vacía
El Papa Francisco reza en la Plaza de San Pedro vacía El Papa Francisco reza en la Plaza de San Pedro vacía (La Crónica de Hoy)

La imagen no puede ser más desoladora. Ante una plaza de San Pedro completamente vacía y de aspecto fantasmal, el Papa dirige una bendición Urbi et Orbi (A la Ciudad y al Mundo) bajo el cielo plomizo de un atardecer romano lluvioso. Ocurrió el pasado 27 de marzo, dieciséis días después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarase la pandemia por COVID-19.

La elección de Francisco no fue casual. Durante su bendición, leyó el Evangelio del apóstol Marcos titulado “Jesús calma la tormenta”, que rememora el miedo de los apóstoles a hundirse en la barca mientras Jesús dormía. Después de que lo despertaran y calmara las aguas, se dirigió a los discípulos y les dijo: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Ése fue el eje central del mensaje de Jorge Bergoglio: que los fieles no tengan miedo y que tengan fe en Dios y en su voluntad de liberarnos de esta plaga vírica.

Pues bien. Ese 27 de marzo había 527 mil contagiados y 28 mil muertos en todo el mundo. Ayer, un mes y medio después de que el Papa culminara su oración ante la plaza desierta, pidiendo al Señor “no nos abandones a merced de esta tormenta”, el número de contagiados por el coronavirus se acerca a los cuatro millones y medio y el de muertos a los 300 mil.

Queda claro que, en esta crisis planetaria, hace falta mucho más que rezar… o al menos cambiar la estrategia, y éste debería ser el objetivo de la oración mundial convocada para hoy: Rezar al Dios de cada uno, pero no para que se produzca un milagro que acabe con la pandemia, sino para que a esta batalla de la humanidad se unan los fundamentalistas, los fanáticos religiosos y los extremistas que, en nombre de Dios, desprecian la ciencia y animan a sus fieles a que violen todas las medidas de seguridad sanitarias.

“Quien entra en mi templo está curado”. Uno de estos fanáticos no podrá rezar hoy.

Desafiando todas las recomendaciones para evitar la propagación del coronavirus, el pastor evangelista Gerald Glenn se negó a cerrar su templo en el estado de Virginia, alegando que Dios no iba a permitir que uno de sus devotos seguidores se contagiase, dando así a entender que la enfermedad ataca sólo a los infieles.

“Quien entra en este templo está curado”, dijo Glenn a los fieles en su último sermón, celebrado el 22 de marzo. Días después enfermó de COVID-19, al igual que su esposa, y murió el 12 de abril. No hubo piedad para el fanático evangelista.

El Estado Islámico también interpretó la pandemia como un “castigo de Alá” a los infieles y pidió a los musulmanes que se unan a su causa terrorista porque así no podrán contagiarse.

El martes, más de 300 judíos ultraortodoxos fueron arrestados en Israel por violar el confinamiento y participar en una fiesta religiosa a la que acudieron miles de jaredíes (temerosos de Dios), muchos de ellos menores de edad. Según sus creencias, temer a Dios les protege del virus.

El único temor del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es perder las elecciones en noviembre y confía más en los gobernadores republicanos, que están reabriendo la economía —sin tener en cuenta un casi seguro rebrote— que en las recomendaciones del epidemiólogo-jefe de la Casa Blanca. El martes, Anthony Fauci tuvo que desmentir lo dicho días antes por el mandatario republicano sobre lo bien que su gobierno tiene bajo control la epidemia en Estados Unidos, pese a ser el país más golpeado por el COVID-19, con 1.3 millones de contagiados y más de 83 mil muertos.

Aunque parezca difícil de superar a Trump, hay otro mandatario cuya gestión ante la pandemia roza el delito de homicidio por imprudencia: el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, cuyo esfuerzo por animar a sus compatriotas a que trabajen y no tengan miedo de esa “gripecita”, ha logrado colocar a la nación sudamericana entre las más golpeadas por la pandemia, con casi 13 mil muertos, 180 mil contagiados y con vocación de colocarse sólo por detrás de EU. Cuando fue preguntado hace unos días por el vertiginoso aumento de contagiados y muertos, respondió: “¿Y qué? Hay muertes, pero eso es cosa de Dios. Brasil no puede parar”.

Y llegados a este punto, la lamentable paradoja sobre lo que estamos viviendo es que haya tenido que ser Francisco, un líder religioso, quien haya depositado su “fe” en los médicos y en los científicos por derrotar al COVID-19 —a los que dedicó una homilía del domingo 3 de mayo— en vez de hacerlo el presidente de Estados Unidos, quien llegó a recomendar que bebamos cloro para matar al coronavirus.

Visto lo visto, ojalá que el Papa y los fieles que hoy rezarán por el fin del coronavirus intercedan ante Dios para que Trump, en su faceta de líder de la primera potencia planetaria, recupere la cordura... si es que alguna la tuvo.

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